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Semillas de violencia

Enrique Santos Molano
Lecturas escalofriantes. Adolescentes y jóvenes fanáticos de un equipo de fútbol (Millonarios, de Bogotá) asesinan a puñaladas a dos del equipo adversario (Nacional, de Medellín), en disputa poco deportiva. Un padre es asesinado al tratar de defender a su hijo (hincha del Santa Fe, de Bogotá) atacado por pacíficos jovencitos de las barras bravas de Millonarios. Y esta es peor: el 57 por ciento de los bogotanos justifican la violencia cuando se trata de defender el honor o de cobrar una deuda a un moroso.
No hablemos de los crímenes que se siguen cometiendo, todos los días, contra activistas de derechos humanos, líderes de reintegración de tierras, los maestros (hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos), las amenazas de muerte contra jueces que se atreven a investigar a un expresidente, la intimidación y la extorsión como armas políticas.
Analizar orígenes o causas de las semillas de violencia que se han venido sembrando en el país desde hace años, y que están dando su brutal cosecha, demandaría un largo ensayo. La violencia que estalló a finales de los cuarenta, con la caída de la República Liberal, y el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y de trescientos mil liberales, con cientos de miles de desplazados, despojados de sus tierras por terratenientes y ganaderos, tenía un pretexto político. Ese periodo de 1946 a 1953 encontró testimonios conmovedores en las novelas ‘Viento Seco’, de Daniel Caicedo, y ‘Lo que el cielo no perdona’, del valiente sacerdote Fidel Blandón Berrío.
El siguiente periodo de violencia, entre 1954 y 1958, fue el levantamiento armado de campesinos del Tolima y de Cundinamarca contra el gobierno del general Gustavo Rojas pinilla, y la continuación de la feroz persecución contra los liberales del Valle y de Caldas (entonces integrado por los actuales Caldas, Quindío y Risaralda), episodio este último descrito con suma destreza y habilidad en la gran novela ‘Cóndores no entierran todos los días’, de Gustavo Álvarez Gardeazábal. Tal violencia tuvo, en el Tolima y Cundinamarca, un sentido de reivindicación social agraria; y en el Valle fue secuela de la misma política de exterminio de un partido mayoritario en la oposición, por un partido minoritario en el gobierno.
El tercer periodo arranca en 1963 con la toma por el Ejército Nacional de Marquetalia y El Pato (las famosas ‘republicas independientes’ inventadas por el doctor Álvaro Gómez Hurtado), y la siguiente conformación de las guerrillas de las Farc y el ELN, aquellas de inspiración comunista, y estas de orientación católica, línea de la teología de la liberación, y dura hasta nuestros días en una guerra muy cruenta a la que el gobierno actual intenta ponerle fin con el proceso de paz de La Habana, mediante conversaciones que habrán de conducir, por sobre un camino sembrado de espinas, vidrio molido, y emboscado de francotiradores, a la firma de un Tratado de Paz, que tiene el apoyo del mundo entero, y por enemigos a un expresidente y a un Procurador General, corifeos de un pequeño séquito de fanáticos de ultraderecha y de codiciosos de todos los pelambres. A este ya cincuentenario periodo, secuencia y desarrollo de los anteriores, también lo marca un sentido político, social y económico.
Pero, paralela a esas violencias que se engendran en la ambición política, la codicia económica, o la necesidad social, ha brotado en los últimos diez años, en Colombia, una violencia que carece de sentido. La violencia por la violencia. Tan peligrosa como el sida, cuanto que por no conocerse sus orígenes, resulta muy difícil, o casi imposible de controlar.
Sí. Carece por completo de sentido que portar la camiseta de un equipo de fútbol, haya dejado de ser un motivo de orgullo, una demostración de espíritu deportivo, para convertirse en un riesgo que entraña peligro de muerte, como lo ha expresado con dolor inefable el padre de uno de los jóvenes hinchas asesinados por barras bravas de jóvenes fanáticos de otro equipo. Nadie les dio a los mancebos asesinos un buen ejemplo. Nadie les dijo que, cuando uno ama alguna cosa, una idea, un partido político, un equipo de fútbol, si los apoya con un acto deshonroso, criminal, en realidad no está demostrando amor sino odio. Con amigos como sus barras bravas, Millonarios no necesita enemigos.
Podría citar una larga lista de los malos ejemplos con que a diario, con saña incesante, se inocula en nuestros jóvenes, y en el público, las semillas de violencia. El espacio se me agota y me limitaré a un par de ellos.
Los ‘hooligans’ ingleses fueron el modelo vandálico para las barras bravas bogotanas. Que se han esmerado, por cierto, en superar la criminalidad de sus inspiradores. El haberlos tolerado como un fenómeno connatural al entusiasmo deportivo, ha producido los tristes resultados que hoy lamentamos. ¿Serán, una vez más, escándalo de un día, hasta la próxima puñalada?
Los peores malos ejemplos vinieron de lo alto. De un “hombre superior” y de su inferior inmediato. Cuando el entonces presidente, y hoy candidato al Senado, Álvaro Uribe Vélez, le lanzó a un interlocutor la violenta amenaza “le rompo la cara, marica”, dio a las juventudes un malísimo ejemplo de esa violencia verbal que antecede a la violencia física. Lo mismo hizo su vicepresidente (hoy precandidato a la Presidencia) cuando insinuó la conveniencia de electrocutar a los estudiantes, y más adelante, no hace mucho, recomendó usar “armas no letales como las pistolas eléctricas” para conservar el orden público. La descarga de una de esas pistolas eléctricas “no letales” para detener a un muchacho al que perseguían unos policías en Estados Unidos, provocó la muerte del joven. Parece que sí son armas letales.
La expresión agresiva del expresidente y los consejos eléctricos del exvicepresidente sonaron chistosos en su momento, sirvieron de plato exquisito a humoristas, caricaturistas, columnistas, y al público en general. Sin embargo, no tienen nada de risible. Son semillas que van sembrando la violencia. Si el presidente de la República amenaza con romperle la cara a un marica, o el vicepresidente considera beneficioso controlar a los estudiantes con descargas eléctricas, lo menos que puede esperarse es que, por ejemplo, las barras bravas asimilen el modelo y se digan: “El presidente de la República dice que puede romperle la cara a un marica, por qué nosotros no podemos apuñalar a un marica del Santa Fe o del Nacional?”. Y así en lo demás cada uno se sentirá autorizado para seguir el mal ejemplo del mandatario, o de cualquiera que desempeñe un cargo público y que lo haga de manera indigna, e impunemente.
La educación de los pueblos empieza por el buen ejemplo que los dirigentes les den a sus gobernados. Si sembramos semillas de violencia, su fruto será violento. No digo nada nuevo, como tampoco lo dice el papa Francisco al condenar la codicia y la violencia que de ella se desprende. En la Biblia está resumido en una frase: “El que siembra vientos, cosecha tempestades”
O con más exactitud: “Los que sembraron vientos, recogerán tempestades que los arruinarán” (Libro de Oseas).
Enrique Santos Molano
Enrique Santos Molano
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