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Los viudos del POT

Alpher Rojas
Con la denominación de ‘viudos del poder’, la literatura política caracteriza a aquellas personas o sectores que pierden el control de las palancas de dominación sociopolítica en un contexto cultural determinado. La metáfora copia esa importante problemática social que afecta a las familias en las que ha fallecido uno de los cónyuges de la pareja, particularmente en aquellas sociedades patriarcales en las que el marido era el único proveedor.
De ello hay referencias en los ‘Cuentos de Canterbury’, de Geoffrey Chaucer, en los que el trámite de ese duelo entraña la algarabía de plañideras contratadas, no tanto para llorar la pérdida del “ser” querido, cuanto para asegurarse el control de la herencia material.
Algo similar viene ocurriendo con quienes desconocen a rajatabla –sin mayores elementos de análisis– la legitimidad de los modernos instrumentos reguladores e incluyentes contenidos en el decreto de modificación del Plan de Ordenamiento Territorial de Bogotá, dictado por la administración del alcalde Petro.
Las redes de poder del discurso dominante han estado siempre alerta a blindar el modelo neoliberal que desde la década de los noventa instauró sin compasión el presidente César Gaviria, una matriz de relaciones de poder social que tiene como pivote central el acceso a la tierra y el control de los recursos naturales estratégicos, con grave detrimento de los valores de la democracia.
En ese contexto, la frontera público-privada fue difuminada y el enfoque corporativo-rentista se tomó las instituciones públicas locales. Crecieron exponencialmente el desempleo, la segregación social, la corrupción y, consecuencialmente, la pobreza y la miseria. Claro, la ciudad agenció el diseño de infraestructuras (macroproyectos sin evaluación de impacto) funcionales a los intereses expansionistas del mercado y a la territorialización de estructuras globalizadoras.
La Administración Distrital fue adaptada al modelo con la falacia de un estatuto que estimuló la privatización de los activos públicos y propició el patrón de desarrollo desigual en el que la ética de la coexistencia fue sustituida por la ‘lógica’ de la competitividad. La ciudad –deshumanizada– creció dándoles la espalda a los requerimientos vitales de la ciudadanía menos favorecida.
En su momento, el eminente urbanista Rogelio Salmona señaló, en relación con tales intervenciones normativas: “Ese modelo demuestra que la ciudad sigue siendo una masa maleable, no en beneficio de la población, sino de los monstruos urbanos y técnicos, de corralejas urbanas, troncales, puentes inútiles y costosas infraestructuras que corresponde más bien a la mente alienada de vendedores de ilusiones y de tecnologías que, como los vendedores de armamentos, no tienen patria ni amor por la ciudad, ya sea porque la desconocen o porque no les interesa”.
Pero llegó el pueblo y mandó a parar. La propuesta más votada en las elecciones del 2010 fue la de ‘Bogotá Humana’, que –en sintonía con la ecología política– se propuso corregir los graves desequilibrios y poner en cintura los privilegios de las corporaciones inmobiliarias para restituirle a la población capitalina el derecho a la ciudad y su participación en los procesos de pensamiento y decisión sobre la práctica social. Una especie de gramática interpretativa de nuestros problemas y conflictos, incluida, primero, en el Plan de Desarrollo y, luego, en la normativa de actualización del POT, que hoy ha despertado el simplismo negacionista de los sectores privilegiados y clientelistas de la capital.
La modificación del POT se encuentra ampliamente justificada en la necesidad de ajustar la política pública a las dinámicas demográficas y a la composición de la población; en el propósito de ejecutar proyectos de impacto en la movilidad de la ciudad; para integrar la gestión del riesgo y adaptar el ordenamiento territorial al cambio climático, armonizar el ordenamiento del suelo rural con las normas nacionales y, muy importante, la simplificación normativa.
Libro recomendado. ‘¡Huelga!’, del profesor universitario, abogado, filósofo e historiador Ricardo Sánchez Ángel. El autor ofrece una cuidadosa investigación sobre el entramado del conflicto social colombiano entre 1975 y 1981 y, además de su brillante análisis, advierte cómo el movimiento huelguístico de los trabajadores y los movimientos sociales de los indígenas, campesinos, estudiantes, pobladores, mujeres y por los derechos humanos va a ocupar en forma significativa, tanto en cantidad como en calidad, los escenarios de la sociedad nacional. 585 págs. Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. 2009.
Alpher Rojas
Investigador en ciencias sociales y estudios políticos.
Alpher Rojas
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