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Cultivar la espiritualidad en familia

Educar a los niños en este aspecto los hace más solidarios.

Hablar de espiritualidad, esa dimensión humana que lleva a la gente a plantearse interrogantes sobre la vida, la existencia y el origen del mal, es mucho más que enseñarles a los hijos a recitar cánticos y oraciones o que reprochar sus conductas invocando el castigo divino.
Alimentar el ser espiritual de los niños implica inculcarles el valor de su cuerpo, de su ser y de la vida de los otros. Por eso, la mejor escuela de formación espiritual es el ejemplo amoroso de los padres, que ven en sus hijos una excelente oportunidad para ayudarles a construir un mundo mejor.
“Nuestros hijos copian muchas de nuestras actitudes y hábitos. Si ven que no cuidamos nuestro cuerpo y lo intoxicamos, ¿cómo podríamos decirles que somos creación de Dios? O si ven que maltratamos a los demás, ¿cómo podemos decirles que somos hermanos?”, afirma el teólogo Fabián Salazar, director de la Fundación Interfé para el Diálogo y la Cooperación Interreligiosa.
Valorar la verdad y la bondad, dice, permite enseñarles a tener una vida digna, recta y servicial. Y cuando los padres se sienten valiosos y dignos, les hacen entender que los seres humanos son parte de un proyecto amoroso de creación.
Cultivar la espiritualidad de los niños, agrega Isabel Corpas de Posada, doctora en teología, es ayudarlos a descubrir que su vida es algo más que juguetes, consolas de video, premios o castigos. “Es expresarles los valores del ser humano a través de comportamientos específicos, que los niños van apropiando en el diario vivir. Aprenden a ser honestos porque sus padres lo son, o a decir la verdad porque los adultos la dicen”.
Ser espiritual, agrega Benhur Navarro, coordinador del equipo pastoral del Colegio San Bartolomé La Merced, es tener la capacidad de vencer el egoísmo en la relación con los demás y con el entorno y evitar el menor sufrimiento posible en las relaciones personales, con la comunidad y con el medio ambiente.
Por eso, la formación espiritual es mucho más amplia que la formación religiosa particular. No basta hablarles de ritos, fórmulas u oraciones, pues “esto deja sin resolver muchas de sus necesidades espirituales, como el silencio, la reflexión, la experiencia personal con la divinidad y la construcción de compromisos de cambio de vida”, indica Salazar.
Según Corpas, si dicha espiritualidad está alimentada de una religión, es clave enseñarles a descubrir el amor de Dios en la vida, lo cual se traduce en respeto, justicia, solidaridad y tolerancia. Sobre estos valores se construye la convivencia y la paz.
Los expertos recomiendan aprovechar ciertos momentos de la vida del niño para hablar de la espiritualidad: el nacimiento de un hermanito, la muerte de un familiar, el dolor de una enfermedad, las dificultades de la vida, los logros personales o la alegría que despierta contemplar la naturaleza. “La espiritualidad, en síntesis, es la capacidad de asombrarnos ante la vida y buscarle un origen a tanta maravilla y tanto amor. En muchas culturas a ese origen le llaman Dios”, agrega Salazar.
Pero, ¿cómo se manifiesta esa espiritualidad? “Cuando el niño se pone en ‘los zapatos del otro’ y logra entenderlo; cuando asume los problemas como retos y cuando asume que es parte de un todo y no una individualidad desconectada”, dice Navarro.
“Esa espiritualidad también se refleja en la relación con el otro desde el amor y el respeto y no solo desde lo material, cumpliendo con las necesidades básicas de los hijos –explica el psicólogo Ricardo Cepero Ramos, subdirector de bienestar infantil del Colegio Mayor de San Bartolomé–. Si tengo una buena relación con mi hijo, con mi esposa, con mis vecinos, no solo le enseño una forma de estar con los otros sino de estar en el mundo”.
En la formación espiritual es importante darles valor a las preguntas de los niños frente al mundo y su realidad. Esta es una gran oportunidad para alimentar su espiritualidad, eso sí, sin imponerles conceptos que no puedan experimentar en su vida cotidiana.
Agradecer por la salud propia y la de otros los desapega del mundo material; que son valiosos por la riqueza emocional de su ser, les hace comprender la belleza desde otra perspectiva, y cuidar de otros en su enfermedad o tristeza les enseña el sentido de la empatía y la solidaridad.
“Los niños tienen una capacidad espectacular de ser afectivos cuando tienen una buena formación espiritual que les brinde respuestas sobre lo bueno y lo adecuado para ellos y los demás”, aclara Cepero.
“También es clave preparar espacios para la vivencia espiritual del niño que le permitan salir de esa cotidianidad en la que el estrés, el ruido y la competencia predominan. Les hemos quitado el silencio, la sana inocencia, la capacidad de admirarse y la posibilidad de preguntar sin límites. Si no les damos tiempos y lugares para encontrarse a sí mismos, vendrán luego las crisis existenciales de vacío y sinsentido, que no pocas veces terminan en tragedia”, concluye Salazar.
¿Cómo y dónde conectarse consigo mismo?
- Permitirles a los niños estar solos para que reflexionen sobre sus acciones del día y piensen cuáles no deben repetir y cuáles pueden emprender al día siguiente.
- Se puede separar un lugar en la casa donde el niño pueda estar libre de la contaminación visual y auditiva. Un espacio para tomar decisiones, resolver conflictos, orar y hacer pausas.
- Hacer visitas frecuentes al campo o parques públicos. Son valiosas las caminatas en familia para poder conversar e invitarlo a agradecer y maravillarse por lo que ve.
- Invitarlos a lugares donde puedan hacer obras sociales. En la ayuda a los demás podrán encontrar una oportunidad de encontrarse con realidades que los motivarán a búsquedas trascendentes.
- Hacer visitas guiadas a lugares religiosos puede suscitar interesantes preguntas en los niños.
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