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'Klim era la conciencia del país'

El próximo martes se cumplen 100 años del nacimiento de Lucas Caballero Calderón.

Si la vida de Lucas Caballero Calderón, el inolvidable columnista Klim, tuviera que relatarse como una película, las escenas cruciales serían las del célebre contrapunteo que sostuvo durante varias décadas con el expresidente Alfonso López Michelsen. Fueron tan opuestas sus posiciones y tan simbólico el enfrentamiento entre el poder del Ejecutivo y el de la prensa, que no se puede hablar del uno sin el otro: hace apenas unas semanas se conmemoró el centenario de López, y la próxima se recordará el de Klim, ya que los dos nacieron con apenas 37 días de diferencia.
Cuando ya llevaba casi cuatro décadas opinando sobre el acontecer nacional y burlándose a diestra y siniestra de las figuras políticas, las columnas de Klim, salpicadas de humor y alusiones personales en contra de López, pusieron contra las cuerdas al dirigente liberal antes, durante y después de su período como jefe de Estado (entre 1974 y 1978).
Del desenlace de esa pugna escribe Daniel Samper Pizano en la pieza que acompaña esta nota, con detalles inéditos hasta hoy. Pero del origen de su rivalidad se han escrito decenas de páginas, que apuntan a una empresa textilera construida por la familia Caballero como semilla de la discrepancia entre estos dos personajes del siglo XX en Colombia.
Klim nació el 6 de agosto de 1913 en Bogotá y cinco años antes, su padre, también llamado Lucas Caballero, había creado con sus hermanos una empresa en los terrenos de las haciendas familiares en San José de Suaita (Santander). Según relató el humorista en sus memorias (irónicamente tituladas Memorias de un amnésico), para poder ampliarla pidieron un préstamo de un millón de pesos de la época a un grupo de banqueros franco-belgas.
El dinero fue concedido con la condición de que sus representantes en Colombia administraran la empresa. Así terminó esta en manos del barón Cristian du Riveau, que, según Caballero, despilfarró los recursos de la empresa en su vida disipada e hizo desaparecer los libros de contabilidad. Todo acabó en un pleito legal que, a comienzos de los cuarenta, les dio la mitad de las acciones a los hermanos Caballero y la otra mitad a los banqueros, representados por Alfonso López Michelsen, quien se convirtió en apoderado del pleito contra esa familia y luego, se casó con Cecilia Caballero, prima de Klim.
Tiempo después, López Michelsen tomó el control de la Fábrica de Hilazas y Tejidos de San José, que a comienzos del siglo pasado representó el 10 por ciento de la capacidad textil instalada en el país. Por todo ello, el expresidente siempre acusó al columnista de utilizar su pluma para alentar una disputa familiar. Pero Samper Pizano, discípulo de excepción de Klim, escribió en el libro La segunda esperanza que una pelea de familia no habría suscitado tan enorme respaldo de opinión:
“El combate entre Klim y López Michelsen resultaba en apariencia bastante desigual. El Presidente de la República, con el inmenso poder del Estado a su servicio y el apoyo de numerosos medios de comunicación, se enfrentaba a un columnista cuyas únicas armas eran una máquina de escribir y un talento inusual como comentarista de humor”.
Los dardos de la ironía
Esa gracia innata en Klim provenía de su agudo sentido de observación, que se desarrolló bien temprano. La periodista María Teresa Ronderos cita en su libro 5 en humor una anécdota que el columnista le refirió a su colega Alfredo Iriarte: Klim, siendo un niño, conoció al general Benjamín Herrera, veterano de la Guerra de los Mil Días y ya entrado en años. Cuando este cayó enfermo, llamaron al Oso Rivas, un personaje al que le confiaban la salud los bogotanos, aunque nunca se había graduado de médico.
Klim relataba que Rivas encontró una botella de coñac en la habitación del caudillo y se la tomó. Procedió a auscultar a Herrera bajo las cobijas y dio su veredicto: “El general tiene pecueca. Una pecueca letal. Cuando le llegue al corazón, lo mata”. En efecto, Herrera murió a los pocos días.
La caricatura escrita fluía en Klim sin esfuerzo. Como publicó un comentario editorial de EL TIEMPO, al día siguiente de su muerte, “su pluma incisiva, aunque llena de gracia, sabía descubrir en el ser humano esos defectos que duelen íntimamente, soportados solo por aquellos que con igual humor enfrentaban el dardo que su pluma lanzaba cotidianamente”.
Su aguijón comenzó a afilarse desde que emprendió sus estudios de secundaria en el Gimnasio Moderno, de Bogotá, y luego los de Ciencias sociales y económicas en la Universidad Javeriana. Vivió algunos años de su juventud en Europa y luego en Costa Rica, donde su padre era diplomático, y se ganó con honores su fama de bohemio por las fiestas que daba.
De vuelta en el país, ingresó a El Espectador en 1936, primero con comentarios cortos titulados Lukerías, y luego con textos más largos firmados como Lukas. Una de sus primeras columnas de 1936, incluida en la recopilación 45 años de humor, enfila baterías contra el representante chocoano Diego Luis Córdoba, a quien por el color de su piel y su violencia verbal llamó ‘el Joe Louis del parlamento’, aludiendo al boxeador estadounidense: “Pudiéramos creer que ese claro talento únicamente le ha servido para vivir de luto por el humorismo, que se le suicida todas las tardes –en la Cámara de Representantes– sobre el filo agresivo de su impecable dentadura”, escribió.
Permaneció en El Espectador hasta 1945, combinando sus escritos con empleos temporales en la Contraloría y el Ministerio de Obras Públicas. Durante su último año en el diario de los Cano, publicó simultáneamente sus comentarios humorísticos en EL TIEMPO, pero con otro seudónimo para no ser descubierto: así nació el sobrenombre Klim, tomado de un aviso de leche en polvo, que simplemente era el nombre de la leche en inglés (milk), pero al revés.
Finalmente se decidió por este diario y publicó en él sus columnas, donde agitaba las banderas de la libertad de prensa aun en épocas de dictadura, hasta el 30 de marzo de 1977. Abdón Espinosa, entonces directivo del diario, recuerda cómo hizo llegar su columna el 6 de septiembre de 1952, cuando incendiaron la sede de EL TIEMPO: “Para eludir el cerco que frecuentemente asediaba al diario, envió su nota con Isabel (Reyes), su magnífica mujer, que llegó sola a golpear en la puerta del periódico”.
Cuando la prensa liberal fue censurada, publicó una insólita serie de columnas sobre frutos vegetales, que con juegos de palabras aludía a sus adversarios políticos. El 21 de diciembre de 1949 se refirió al tema: “Estimo necesario que se sepa que cuando yo escribo sobre las verduras y las frutas, pienso en ellas y nada más que en ellas. Así podrá evitarse (...) que cuando trate de los mamoncillos toda la administración pública se ponga molesta”.
Junto con su hermano, Eduardo Caballero Calderón, y el periodista Jaime Soto, Klim fundó también el noticiero radial Contrapunto, que tuvo gran audiencia a mediados del siglo pasado. Igualmente, colaboró con las revistas Cromos y Diners, y escribió breves y ocasionales monólogos de humor para Fanny Mikey.
Pero fueron sus columnas las que le depararon el favor del público. Y no solo las diatribas políticas, sino las que comentaban la vida diaria. Por ejemplo, pocos días después de los disturbios por las elecciones del 19 de abril de 1970, cuando el presidente Lleras Restrepo mandó a acostar al país, apuntó: “Un amigo nuestro, con treinta años de casado, nos contaba que el día en que se estableció el toque de queda, su mujer, toda repolludita y cariñosa, lo había salido a recibir a la propia puerta de su casa. Tenía puesto su viejo traje de boda, dentro del cual había logrado acomodarse después de deshilvanarle todas las costuras, la emoción le teñía de púdicos arreboles las mejillas y despedía un insufrible olor a naftalina. Es más: había hecho acostar a todo el servicio y para agravar más las cosas le había depositado una caja de H-3 (producto rejuvenecedor) en la mano. El hombre, aterrado, ganó a toda prisa la calle, exclamando ‘ ¡Prefiero pasar la noche detenido, vieja chiflis!’”.
Duelos y batallas verbales
Sus palabras le ganaron no pocos enemigos y, de hecho, tres veces fue retado a duelo. La primera de ellas, cuando Klim era un joven suelto de lengua y se mofó del general conservador Abel Casabianca, que había combatido en la Guerra de los Mil Días. Ya en el campo, el militar erró su disparo y Caballero le correspondió con un último desaire: “Le debo un tiro”.
Casi medio siglo después, lo retó el entonces ministro turbayista Jorge Mario Eastman, por haberle impuesto como sobrenombre la marca de unas toallas higiénicas. Según el hijo de Klim, Lucas Caballero Reyes, el episodio lo saldó Carlos Ardila Lülle, que había querido conocer al columnista, después de que este lo bautizó ‘Tamarindo’ Ardila, por el sabor de una bebida de su empresa. Y el último fue el periodista Iáder Giraldo, a raíz de las denuncias de Klim sobre su presunta corrupción en un cargo diplomático.
Luego de tan numerosas batallas, de haberse recluido en su apartamento a escribir en bata, y de los efectos de su hábito de fumador, el cuerpo le pasó factura a los 67 años. Su hijo rememora que en julio de 1981 decidió hospitalizarlo en la Clínica Marly y el médico le anunció que debía operarlo. “Cuando lo llevaban en la camilla –recuerda Lucas hijo–, yo le dije: ‘No me vaya a hacer la mala pasada de irse’. Él se quedó mirándome y me dijo ‘No sé si tenga tiempo’”.
El miércoles 15 de julio de 1981, a las 8:50 de la mañana, según el comunicado médico, falleció el gran columnista, a consecuencia de “una falla multisistémica secundaria por un infarto intestinal masivo”.
Dos días después, fue nombrado director de EL TIEMPO Hernando Santos, quien publicó así su reacción a la muerte de Klim: “Me van a hacer mucha falta las notas en las cuales diga que el director de EL TIEMPO no fue Hernando Santos Castillo, sino ‘El bizco’ (popular personaje del submundo taurino)”.
Treinta y dos años después, el hijo de quien fuera el azote de numerosos gobernantes cree que Klim no hubiera durado hasta ahora, para celebrar su centenario: “A papá lo habrían matado varias veces: los narcos, los paramilitares, los mismos políticos. Era la conciencia del país y el sentimiento de lo que muchos no podían decir”.
JULIO CÉSAR GUZMÁN
Editor Cultura y Entretenimiento
El día que rompieron Klim y EL TIEMPO
DANIEL SAMPER PIZANO
En marzo de 1977, el gobierno de Alfonso López Michelsen atravesaba un momento difícil. Aumentaban las críticas por el caso de la vía alterna a los Llanos orientales, proyectada a través de una hacienda –La Libertad– de propiedad de su hijo Juan Manuel. La Procuraduría, tras estudiar el asunto, cerró el expediente al no hallarse acusado ningún funcionario público. López había solicitado entonces a la Comisión de Acusaciones de la Cámara que juzgara su conducta. Uno de los mayores críticos del Gobierno era Lucas Caballero Calderón, Klim, cuya columna en EL TIEMPO pedía explicaciones sobre el negocio en demoledor tono satírico.
Caballero Calderón era el columnista más leído e influyente del país. En la soledad de su apartamento, donde vivía recluido monacalmente, escribía en piyama y pantuflas unos artículos llenos de gracia y de veneno. López Michelsen, casado con una prima de Klim, atribuía su acrimonia a una vieja pelea de familia por cuestiones de dinero. A fines de marzo se habían unido a las voces que pedían aclaraciones al Gobierno desde El Espectador y una nota editorial de EL TIEMPO.
El Presidente consideró que había llegado el momento de imprimir un giro drástico a la situación y por medio de su ministro de Hacienda, Abdón Espinosa Valderrama –algunas versiones dicen, incluso, que por iniciativa suya–, convocó al Palacio de San Carlos a los directivos del periódico. Acudieron el director, Roberto García-Peña; el subdirector, Hernando Santos Castillo, y el jefe de Redacción, Enrique Santos Castillo. Acudió también Espinosa Valderrama, que había sido gerente de EL TIEMPO durante muchos años, se había retirado en 1966 para ocupar el Ministerio de Hacienda con Carlos Lleras Restrepo y había regresado al cargo con López en diciembre de 1976. Como invitado de excepción, el expresidente Alberto Lleras Camargo, eminencia gris del Partido Liberal, periodista sobresaliente y guía espiritual y político de la casa Santos.
Según relataron más tarde en reuniones privadas y un par de cartas públicas, encontraron a López de pésimo genio, entre indignado y frustrado. Les dijo que no podía continuar en la presidencia con la oposición del partido liberal y de EL TIEMPO, cuyas páginas alojaban columnas calumniosas. En sentido parecido había pronunciado un fuerte discurso la víspera, que por poco provoca la dimisión de Espinosa. Añadió que flotaban rumores de golpe militar y que estaba decidido a hacer lo que había hecho su padre tres décadas antes: renunciar al cargo. Alarmados, los directivos del periódico le pidieron calma y prometieron bajar el tono a las críticas. No bien regresaron a la sede de la Jiménez con 7.ª, fueron fieles a su palabra y morigeraron un editorial crítico que ya había circulado en la primera edición. La prensa de provincia publicó ambos en mortal doble columna.
López sostuvo después que nunca mencionó el nombre de Klim, pero estaba claro que su columna provocaba las principales quejas presidenciales. Hernando Santos, viejo amigo del columnista, quedó encargado de visitarlo y pedirle que, en aras de la estabilidad institucional, se abstuviera durante unas semanas de formular comentarios contra López Michelsen y el problema de La Libertad.
Klim, nacido en 1913, había sido articulista de El Espectador entre 1936 y 1940. Ese año había trasladado su cotizada columna a EL TIEMPO, donde publicaba desde entonces sus notas dos o tres veces por semana con notable éxito.
Santos llegó al apartamento de Lucas el martes 29 de marzo al mediodía. Almorzaron juntos la cazuela de mariscos que Klim encargaba a un restaurante vecino cuando tenía invitados a manteles y consumieron varios whiskies. Hernando le habló con preocupación de la reunión con López y le transmitió la petición del periódico: una moratoria en las críticas al Gobierno. Lucas le dijo que le respondería al día siguiente.
Así fue. El miércoles envió Klim su columna. Era una carta abierta a García-Peña y los hermanos Santos, donde mencionaba el encuentro de la víspera con Hernando y acusaba recibo del mensaje: “EL TIEMPO y todos sus empleados y colaboradores tenían la consigna de respaldar cerradamente al Gobierno”. El columnista rechazaba la invitación al silencio y pedía que el periódico hiciera honor a las ideas de su ya fallecido propietario, el expresidente Eduardo Santos, acerca de “la pulcritud, desinterés y decoro” que debe irradiar el primer mandatario. “La columna que serví durante treinta y cinco años es suya”, dimitía. Y agregaba que a los golpes militares “se llega cuando los gobiernos se corrompen y la prensa, por interés o cobardía, se hace su cómplice”.
Cumpliendo la solicitud del autor, la carta se publicó el 31 de marzo en el lugar habitual de sus artículos. Había sido su última columna. Terminaban abruptamente treinta y cinco años de colaboraciones y medio siglo de una amistad nacida en las aulas del Gimnasio Moderno. En solidaridad con Lucas, renunciaron enseguida a sus respectivas columnas su hermano Eduardo y su primo Enrique Caballero Escovar. Pocas semanas más tarde, Klim volvía a publicar en El Espectador, donde debutó en 1936. Lo hizo hasta su muerte, el 15 de julio de 1981.
La renuncia de su principal comentarista golpeó duramente la credibilidad de EL TIEMPO. No habían pasado muchos días, cuando un periodista preguntó a López si había pensado en renunciar, como se rumoraba. “No es cierto –respondió López–. El presidente no renuncia: el presidente pide renuncias”.
En agosto de 1977 regresé al país después de un año en el exterior y me reincorporé a EL TIEMPO. Durante el almuerzo de bienvenida que me ofreció con su proverbial generosidad Roberto García-Peña, mis jefes se franquearon y confesaron que las palabras de López los habían dejado boquiabiertos. Gracias a ellas descubrieron que no solo habían sido víctimas de una hábil manipulación, sino que el presidente negaba en público haber considerado la dimisión con la que los amenazó en privado.
El 20 de julio de 2006, EL TIEMPO hizo un mea culpa sobre el caso de Klim. Un editorial saldó finalmente la vieja cuenta. Allí decía lo siguiente: “La pérdida de su columnista estrella le enseñó a este diario que los periodistas no deben dejarse llevar a la condición de cogobernantes. Pueden ser interlocutores del poder, pero no les corresponde solucionar situaciones que escapan a su órbita o que los obligarían a actuar contra los principios de independencia de la prensa, que son pilar de la democracia. EL TIEMPO pagó con su credibilidad tan equívoca decisión y hasta hoy sigue lamentando la ausencia de Klim de sus páginas editoriales”.
Sus columnas contra el gobierno de López M.
‘El Llano, tierra de la libertad’
18 de febrero de 1977
“... mi sobrino (Juan Manuel López, hijo del Presidente de la República) pagó por La Libertad la suma de treinta millones de pesos, y la propiedad cubre una extensión aproximada de cuarenta mil hectáreas (...) La Libertad, en manos de mi sobrino Juan Manuel, ha pasado a valer cuatrocientos millones de pesos. Los campesinos compradores de las parcelas deben hacerse, sin embargo, la democrática reflexión de que la libertad no es cara a ningún precio. Muchas gentes han dado la vida por ella.
La gente nueva tiene visión anticipada de los negocios. Una intuición de la valorización de la tierra muy superior a la que tuvo en su tiempo otro pariente mío, el abuelo de Isabelita, mi papá Pepe Sierra. Él, sin embargo, necesitó toda una vida para hacer lo que a mi sobrino Juan Manuel le ha tomado únicamente dos años. Es indudable que para esto se necesitan poderes especiales, como los de Regina 11. El chino tuvo la corazonada de que La Libertad iba a centuplicar su precio cuando se construyera una carretera alterna al Llano”.
La diplomacia del Mandato Claro
3 de junio de 1977
“La Cancillería comprometió luego el agradecimiento eterno de Bulgaria enviándoles a Sofía, como embajador, a Iáder Giraldo. (Lo primero que Iáder hizo al llegar fue invitarla a almorzar y cogerle las piernas). El país aplaudió calurosamente este nombramiento, porque si hay un colombiano fino, culto, educado y señor, ese colombiano es Iáder. Iáder es un príncipe, nacido por equivocación en un pueblo de Caldas, y colocado por el destino en el extremo opuesto de la ordinariez, la vulgaridad y la patanería. (...) Y este individuo de excepción, que podría dictar una cátedra de distinción y etiqueta en el Jockey Club, cuando está en el país, para no humillarnos con su superioridad, asume democráticamente la figura, los modales y hasta el vocabulario de un ayudante de camión o de un lotero”.
“Este gobierno no es un gobierno malo...”
15 de junio de 1977
“... cuando uno se entera de que a cambio de esto tenemos que soportar el alto costo de la vida... Y ve que el gobierno permite, cruzado de brazos, que la reforma tributaria se pierda en burocracia... Y comprueba que la bonanza cafetera solo sirve de estímulo para el contrabando y de disculpa para la inflación... Y oye que se contratan nuevos empréstitos en el exterior, hipotecando a las generaciones que vendrán, sin tener ninguna seguridad sobre si con esos millones no irá a repetirse lo mismo que ocurrió con los de la Reforma Tributaria... Cuando uno entra en conocimiento de todo lo anterior, comprende que tiene razón el Compañero Primo y que un gobierno así no es un gobierno malo. ¡Un gobierno así es un gobierno peor!”
Los apodos más recordados de Klim
Estos fueron algunos de los apelativos que creó y que hicieron carrera:
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