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'Una ciudad sin memoria, condenada al alzhéimer urbanístico': experto

José María Ezquiaga llega a Bogotá a asesorar al Distrito en proyectos de renovación urbana.

CÁROL MALAVER
Ha conocido a Bogotá desde la presidencia de Virgilio Barco y conoce de cerca los progresos que ha tenido en cada una de las alcaldías. Es crítico de decisiones que considera anacrónicas y revolucionario cuando piensa en proyectos con mezcla de clases sociales. Con una vasta experiencia en la transformación de centros históricos como el de Madrid (España), José María Ezquiaga, doctor en arquitectura, licenciado en sociología y ciencias políticas y profesor de urbanismo, retorna a Colombia para asesorar al Distrito en proyectos de renovación urbana.
¿Cómo ve hoy a Bogotá?
Ha tenido una transformación brutal en los últimos 20 años. ¿Cómo no voy a apreciarlo? Mi primer viaje a Colombia fue en los últimos días de la presidencia de Virgilio Barco. Era la época de los carros bomba.
¿Qué lo sorprende?
En esa época conocí la periferia. Hoy se ve el resultado de alcaldías sucesivas en equipamientos, escuelas, bibliotecas; se ha transformado la manera de vivir. Ciudad Bolívar no es hoy la misma que conocí.
En esa época no había un solo semáforo en donde no hubiera un niño trabajando. Aquí puede que no lo vean, pero la transformación social se nota.
¿Y en arquitectura?
Ha estado orientada a los equipamientos públicos y parques, sobre todo en el norte de la ciudad. Hay zonas que se potenciaron con un mayor nivel de renta. Hubo una buena transformación, pero incompleta; hay zonas céntricas en las que no se puede caminar en la noche, como Las Cruces o, incluso, La Candelaria. Ese es el gran desafío.
¿De qué se tiene que cuidar una ciudad en proceso de renovación urbana?
Bogotá explotó en el área metropolitana. Por eso la sabana, que habría que cuidarla, está ocupándose con instituciones, colegios, campos de golf, y eso no es lo mejor. Es mejor una ciudad compacta que dispersa. No hay que marginar el centro urbano, geográfico o histórico; hay que devolverle la vida.
¿Qué opina de proyectos que concentrarían los ministerios en un solo lugar?
La concentración de una actividad tan demandante de desplazamientos es imposible sin un sistema potente de transporte público que lo conecte con el conjunto de la ciudad, porque allí se realizan actividades con una secuencia horaria diaria muy limitada. Los ministerios no están abiertos a las 7 p.m., ni a las 9 p.m., salvo que funcionen las 24 horas. Hay que diversificar las actividades de una ciudad. Debe haber vivienda, ocio, comercio.
Cuando se anuncia un cambio urbanístico, siempre salen grupos sociales a desaprobar los proyectos. ¿Es eso una traba para el desarrollo?
Hay que escuchar a los afectados de verdad; tienen legitimidad, aunque no necesariamente la verdad. Hay que saber analizar intereses particulares y colectivos, pero eso no quiere decir que los proyectos se gesten a espaldas de la gente. Siempre hay que hacer una pedagogía y balances del impacto.
¿Qué opinión le merece lo que sucedió en El Cartucho?
Fue imprudente demolerlo del todo. El problema social que se resuelve temporalmente cuando se renueva la parte urbana y no se ataca desde las raíces termina por reproducirse en muchos otros lugares.
¿Es exitosa la convivencia de personas de diferentes estratos?
Una forma de lograr la variedad social es tener diferentes tipos de vivienda en un mismo ámbito. Es posible, combinando en un mismo inmueble los tamaños de la vivienda.Yo sé que aquí el abismo social es muy grande, pero eso se irá superando con el desarrollo económico.
Si tengo un apartamento de 30 metros cuadrados y uno de 300, puedo lograr que un universitario y un banquero se encuentren en las escaleras. En Bogotá lo que pasa es que se hace una torre pensando en estrato 7 con ideas homogéneas en tamaño, forma de vivienda, precio y grupo social. Eso es inconveniente para integración social. La mezcla de clases sociales es un factor de estabilización social.
¿Cuándo hay que tomar la decisión de destruir un patrimonio que ya está deteriorado?
Hay que analizar el grado real de conservación. Si un lugar sobrevive físicamente y además hay un testimonio documental de las cosas que han pasado, puede ser un candidato a conservarse. Incluso, si hay que destruir la estructura física, hay que cuidar que la nueva sea respetuosa de lo que allí funcionaba con la adaptación de una construcción contemporánea. Pero que exista una solo piedra original no sacraliza el lugar. El patrimonio debe estar conectado con la memoria. Una ciudad que pierda la memoria se condena a un alzhéimer urbanístico.
CÁROL MALAVER
Redactora de EL TIEMPO
CÁROL MALAVER
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