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Coletazo económico

Parece casi inverosímil que el solo anuncio del presidente del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, de poner término a la política monetaria expansiva, una vez alcanzados sus fines primordiales de crecimiento económico y creación de empleo, repercutiera tan profunda y extensamente en el mundo y tuviera en Colombia efectos perturbadores en sus instituciones de banca y ahorro y en el valor de sus papeles bursátiles.
Era ampliamente conocido que Estados Unidos, en su empeño de corregir el estancamiento de su economía, fruto tenaz de la crisis originada en su enrevesado sector inmobiliario, venía emitiendo sistemáticamente y, de paso, devaluando en forma competitiva su moneda. Era claro que semejante derrotero no debería proseguir después de logrado su objetivo. Ni antes, porque pudiera inducir el regreso de la depresión. Ni tardíamente, porque correría el riesgo de provocar inflación y, en consecuencia, alzas peligrosas en el nivel de precios y costo de la vida.
La vitalidad del resurgimiento económico y el incremento de las oportunidades de empleo darían la campanada decisiva para cambiar el rumbo, adoptado y seguido a conciencia, pese a la opinión adversa de determinados sectores políticos estadounidenses. Se aplicaban las enseñanzas de John Maynard Keynes, con las experiencias y lecciones acumuladas a lo largo de todos estos años y a sabiendas de la globalización de las economías y de su intrínseca pujanza.
En Colombia vimos el ingreso caudaloso de capitales extranjeros, no pocos especulativos y volátiles, a los cuales se estimuló no obstante su azarosa característica. Era sabido que en cualquier tiempo volarían. Así ocurrió al reaparecer en Estados Unidos condiciones más seguras o más atrayentes, al igual que en otras zonas. Con su apresurada fuga, corrigieron de súbito el fenómeno de la apreciación del peso colombiano y provocaron otros riesgos, después de inferir más daños que beneficios.
Pero sacudieron de tal modo las bolsas de valores y los títulos oficiales de los gobiernos de América Latina que en Colombia se perdieron en un día, de golpe y porrazo, 11 billones de pesos, así: 3,1 billones los fondos de pensiones, 2,4 billones los bancos, 2,7 billones de fiducia pública y otras entidades del Estado y una cifra todavía no determinada de inversionistas o ahorradores privados en TES.
La potencia económica de Estados Unidos torna a mostrarse en este movimiento sísmico y a resurgir el magnetismo de sus inversiones. Del cual no se halla exenta la poderosa China, gran compradora de los bonos del Tesoro norteamericano. Ella, en la actualidad, con signos sintomáticos de revés o reajuste en medio de su impetuoso desarrollo. Mientras tanto, Japón va saliendo de su estancamiento letárgico de veinte años con políticas monetarias de promoción y crecimiento. Mientras Brasil, arquetipo de emergentes y tendencias igualitarias, se alborota y entra en dificultades, relegando su pasión por el fútbol a otras inquietudes y requerimientos.
En Colombia, aparte de los perjuicios que le ocasionan los estragos en los TES, fuente mayor para el endeudamiento interno del Estado, no se ha despejado la incógnita de la lentificación de su crecimiento económico, como tampoco la del retraso o del retroceso de su industria manufacturera y de algunos sectores de la agricultura que proveen empleo e ingreso vital. El accidente mayor de los TES y de otros títulos valores nos recuerda el mundo globalizado en que estamos. Y la turbulencia brasileña, la importancia de atender preferentemente a las necesidades públicas, intensificando la ejecución de obras básicas de infraestructura, por encima de las erogaciones con objetos secundarios.
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