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Las noches de una madre que espera a su hija desaparecida en Bogotá

La familia de Daniella Tamayo espera noticias suyas, mientras reza y hace vigilia.

El cuarto está intacto. Sobre el tocador hay una biblia, un rosario, unas estampas de la virgen, una crema, una jirafa de peluche y el libro ‘Te llamaré viernes’, de la escritora española Almudena Grandes. El cuarto de Erika Daniella Tamayo, desaparecida el jueves 20 de junio en Bogotá, permanece tal y como lo dejó. Su mamá, Hilda Mendoza, de 52 años, solo ha entrado un par de veces desde la mañana de ese jueves. Ahora son las nueve de la noche del lunes 24 de junio y, de solo intentarlo, le tiemblan las piernas, le sudan las manos. Pide que si le van a tomar fotos no sea ahí. Cuenta que le parte el corazón ver las cosas de Daniella. (Vea las fotos de Daniella Tamayo)
Nini, su otra hija, la toma de los brazos, le da fuerzas, le pide que se tranquilice, que respire con calma. Pero no puede. Desde hace cuatro noches no duerme, no descansa.
“Daniella era una niña muy juiciosa, sobre todo desde que conoció de Dios, se dedicó a servir a los demás”, dice Hilda. Su esposo, Manuel, la interrumpe para pedirle que por favor no hable en pasado. “Daniella es una niña muy juiciosa”, hace énfasis. Hilda dice que ya ni sabe qué es lo que dice, que está confundida, que esto ha sido muy difícil.
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El jueves pasado, como casi nunca, Daniella (19 años) se levantó temprano. Antes de las diez de la mañana, hora en la que según su familia normalmente se despierta. Sin bañarse y en piyama salió a la tienda a comprar una máquina de afeitar. “A ella le gustaban unas especiales, no las normalitas que porque esas dañan la piel”, dice Hilda. Ahora es su hija Nini la que la corrige: “Le gustan, no hable más en pasado mamá, que ella está viva”.
Hilda continúa. “Ella había quedado de dictar una clase de inglés acá en la casa, por eso cuando no apareció y una amiga nos llamó para decirnos que alguien diferente había contestado el teléfono de Daniella, empezó la preocupación”. Según una compañera del grupo católico Juan XXIII, al que Daniella asiste con su familia, su celular fue respondido por una mujer que no era ella. Así ocurrió en las dos oportunidades que llamó. Cuando lo hizo Hilda y Manuel (mamá y papá) el teléfono ya estaba apagado. Y hasta la noche de este lunes no había vuelto a ser prendido.
Van cinco noches en que el apartamento de esta familia está lleno. A veces se oye llanto y otras oraciones. El jueves, el día en que desapareció Daniella, su mamá tuvo que ser hospitalizada. Un ataque de nervios la dejó sin respiración. La noche siguiente se concentró en la oración. El sábado encabezó una vigila en su apartamento, el domingo fue a misa (a la misma en la que Daniella hacía parte del coro) y en la noche rezó el rosario. Por lo menos cuatro veces. Hoy se pone bajo la lengua unas gotas naturales, que según le dijeron, la ayudarán a dormir mejor y calmar los nervios que le produce cada vez que suena el teléfono, cada vez que tocan el timbre.
Está fría y pálida, aunque a veces se le sale una sonrisa, cuando recuerda que Daniella “fue una sorpresita”, la hija que llegó sin ser planeada, casi después de quince años de haber tenido a sus dos hijos mayores. “Ella es la adoración. Es la pequeñita, la que tiene todo acá en la casa”, dice Hilda.
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Daniella se graduó de colegio Carlo Federici, en Fontibón. Su familia dice que si alguien quiere saber quién era ella, una buena descripción la podría tener de la bibliotecaria. “Ella le dirá que era juiciosa, ordenada, prudente”, asegura el papá. Después de graduarse tuvo un año sabático en el que acompañó a su mamá a algunos viajes. Estuvieron un tiempo en la tierra de ella, un pueblo en Norte de Santander. Otro tiempo donde su abuela. “Paseamos mucho”, dice Hilda.
No pudo empezar a estudiar sicología, lo que quería, porque la economía de la casa no lo permitió de inmediato. Sus papás que tenían un negocio de uniformes lo cerraron y decidieron vivir solo de la pensión de Manuel. “Por ahora no alcanzaba para la universidad”, dice Hilda. Mientras lograba gestionar una beca o encontrar la forma de hacer una carrera profesional, decidió hacer un curso de inglés, donde ella planeaba sus horarios como quisiera y donde no había hecho muchos amigos, según le contó a sus papás. “Ella decía que todos eran muy ‘gomelitos’ y como que ella no encajaba”, cuentan en la casa.
Sus compañeros se enteraron la desaparición de Daniella por las noticias porque a sus papás, según relatan, se les olvidó avisar en el curso lo que había pasado con Daniella. Los que sí supieron casi de inmediato sobre su desaparición fueron sus ‘hermanitos’, como llaman a los miembros de la comunidad católica a la que asiste. Hoy hay varios en la casa. Todos son sus amigos y se reúnen con ella cada martes para orar y cada dos meses cuando se van a retiros espirituales. Desde que fue al primero en octubre del año pasado dejó de tener novio. “A ella ese retiro le cambió de vida. Terminó con el novio porque decidió dedicar su vida a cosas más importantes para ella, como el servicio y la ayuda a otros”, cuenta Hilda, mientras sostiene un rosario en la mano.
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Daniella también está empezando a seguirle los pasos a su hermana Nini, reconocida líder de derecho de mujeres afrodescendientes. Desde hace algún tiempo tenía un liderazgo en la ONG Fundhefem, que está en proceso de reestructuración desde que murió Angélica Bello, su promotora.
“Ahora se va a llamar Corporación Mujer sigue mis pasos”, cuenta Nini, quien señala que su hermanita menor, Daniella, era líder de jóvenes dentro de la organización, que agrupa principalmente a mujeres. Nini confiesa que a causa de su labor ha recibido amenazas, pero aclara que en estas “jamás me mencionaron a mi hermana. Jamás hicieron referencia a Daniella”, repite.
Nadie en esta familia se quiere aventurar a decir por qué creen que Daniella desapareció, aunque no niegan que el desplazamiento forzado que vivieron hace algunos años y que los mandó de Norte de Santander a Bogotá en busca de seguridad pueda verse ahora, en medio de la investigación, como un elemento importante. “Sin embargo no queremos decir nada, no sabemos nada, pudo ser un robo, un secuestro, una trampa para trata de personas, de órganos (…) cualquier cosa”, señala Nini, agotada, después de cinco de días búsqueda. “Hasta encontrarla”, repite. Y parece ser el mantra con el que renueva sus fuerzas.
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De Daniella no saben nada desde el jueves, cuando salió en piyama y pantuflas de la casa. No han soñado con ella ni han tenido presentimientos. Lo único y en lo que solo puede dar fe Hilda es que el viernes recibió un mensaje de voz a su teléfono celular. Cuenta que se oía del otro lado a alguien que pujaba. “Que hacía un ruido como si quisiera hablar pero tuviera una mordaza”, cuenta. Y llora.
De esa llamada no se supo más. Dice que entre los nervios no supo qué tecla oprimió y borró el mensaje. "No pudimos volverlo a oír”, dice. Pero reconoce que el ruido que escuchó se le quedó en la memoria. Y la atormenta.
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Hilda solo ha salido de la casa para ir al Hospital donde la atendieron de urgencias por el ataque de nervios y para ir a misa. El resto de días y casi gran parte de todas estas noches porque le cuesta irse a la casa a dormir se la pasa sentada en un sillón, cerca de la puerta y frente a una pared que tiene escrito con recorte de papelitos: ‘Dios te ama’. De ahí se aferra para esperar ver entrar a Daniella por la puerta de metal por la que durante los últimos tres años de su vida, el tiempo que llevan viviendo allí, tantas veces entró y salió.
SALLY PALOMINO C.
REDACCIÓN ELTIEMPO.COM
salpal@eltiempo.com
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