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Editorial: Snowden y el derecho de asilo

Editorial
 ¿Dónde está Edward J. Snowden? En el momento de escribir estas líneas, el analista que reveló al mundo la magnitud del espionaje que practican los Estados Unidos en las redes sociales e informáticas del mundo entero se hallaba en Moscú. Tras permanecer escondido en Hong Kong, viajó a la capital rusa para tomar un avión hacia Cuba y de allí partir hacia Venezuela o, más probablemente, Ecuador, en busca de asilo.
Washington, que había solicitado su extradición a China, la pidió luego a Rusia y seguirá insistiendo a otros gobiernos para que le entreguen al joven que informó a los periodistas de The Guardian y The Washington Post de qué manera y en secreto la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por su sigla en inglés) lleva siete años grabando millones de datos, con la anuencia de los servidores de Internet norteamericanos, en desarrollo de un plan antiterrorista.
No es un espectáculo edificante ver al país más poderoso de la Tierra persiguiendo con todos los medios tecnológicos, legales y de presión política de que es capaz a un ciudadano que ni es funcionario público ni puede considerarse un traidor, pues no suministró datos a un país enemigo del suyo, ni actuó en medio de una guerra. Edward Snowden no pertenece a la categoría de los traidores, sino a la de los indignados que se juegan la libertad y hasta la vida por revelar lo que consideran, con razón, un abuso grave o un peligro serio. Ambas cosas son las grabaciones que realizan Estados Unidos y el Reino Unido en detrimento de la intimidad de miles de millones de personas y la seguridad de cientos de gobiernos e instituciones ajenos a los dos gobiernos que nos espían a todos.
Igual que el autor de las revelaciones de WikiLeaks, Julian Assange, refugiado hace un año en la embajada de Ecuador en Londres, Snowden tiene derecho al asilo, institución que reconocen las leyes internacionales. Por ello, cuenta con el apoyo solidario de prestigiosos abogados y ONG. La falta de la que se lo acusa no se compara con la gravedad de los hechos que destapó. Washington debería preocuparse, más bien, por arreglar un costoso sistema de seguridad que ha puesto en manos de empresas privadas como la que contrató a Snowden y que, según se ve, es perverso, vulnerable y propenso a filtraciones.
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