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Relatos desde las tres ciudades más violentas del mundo

Recorrido por las urbes más violentas, según un reconocido 'ranking' mexicano.

Periodistas recorrieron las urbes con más homicidios del planeta, según un 'ranking' publicado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de México. La primera es San Pedro Sula, en Honduras, donde hay 169 homicidios por cada 100.000 habitantes. Le siguen Acapulco (México) y Caracas (Venezuela).
San Pedro Sula, corredor de narcotráfico
San Pedro Sula (Honduras).“¡Deténgase, por favor!” El centro de la ciudad está lejos y ahora frenamos súbitamente, a petición de nuestra guía, en una calle polvosa y flanqueada por matorrales y pequeñas casas de un piso. Estamos en Chamelecón, un peligroso suburbio de San Pedro Sula (Honduras), la ciudad más violenta del mundo. Nuestra guía nos ha detenido porque debemos cumplir un ritual: bajar los vidrios; “si no, van a pensar que venimos a dispararles”.
A lo lejos, unos jóvenes esperan que nos acerquemos o que retrocedamos. Ese punto de control es consecuencia de hechos pasados. Aquí han entrado picops con vidrios polarizados, y eso ha dejado jóvenes muertos. Luego, la Policía identifica a las víctimas como pandilleros del Barrio 18. En San Pedro Sula, la pandilla Barrio 18 y la Mara Salvatrucha 13 –que acaban de ofrecer una tregua y un cese de la violencia– viven del narcomenudeo y la extorsión, y se enfrentan la una con la otra y con la Policía.
Bajamos los vidrios. Nuestra guía pide que crucemos despacio. Los jóvenes nos miran curiosos. Están serios. Uno nos apunta con el índice, mientras habla con alguien a través del celular. “Esos güirros (chicos) son los espías de los muchachos (de las pandillas). Seguro han avisado que no somos amenaza”, dice ella.
Llegamos a una casa que tiene en el garaje cuatro mesas de billar. Nuestra guía grita un nombre: María. Sale ella, una mujer bajita y morena de 45 años. La sigue su hija, Lety, una bonita adolescente de ojos verdes. “Enséñenles los disparos”, dice la guía.
El 21 de agosto del 2011, seis hombres encapuchados secuestraron a Carlos López, de 43 años y esposo de María. El billar de Carlos era frecuentado por pandilleros del sector. Le preguntaron por una droga, unas armas y por un pandillero del que no supo responder. Lo esposaron, le taparon la cabeza con una bolsa y desde esa fecha está desaparecido. Antes de que partiera el picop polarizado donde se lo llevaron, sus ocupantes ametrallaron la casa.
Uno nunca esperaría que los captores sean los que María acusa. “Estoy convencida de que eran policías. Vi las letras de la DNIC (División Nacional de Investigación Criminal) en uno de los chalecos antibalas”, dice ella. La Policía insiste en que la pandilla Barrio 18 está detrás de la desaparición. Es un crimen no resuelto.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos estima que ocho de cada diez homicidios cometidos en Honduras quedan impunes por falta de investigación. San Pedro Sula, con sus 169 asesinatos por cada 100.000 habitantes, es solo la cara más visible de este país violento (que tiene una tasa de 85,5 homicidios por cada 100.000 habitantes).
No hay claridad sobre lo que ocurre aquí, pero se señala al narcotráfico como el principal responsable. Naciones Unidas estima que por Honduras pasa el 80 por ciento de la droga que desde Suramérica viaja hacia Estados Unidos. La Policía hondureña cree que por su ubicación geográfica, San Pedro Sula es centro logístico del narcotráfico.
“Como los grandes narcotraficantes están pagando la logística del almacenaje y transporte no con billetes sino con droga, la pelea por territorios y mercados entre los microtraficantes locales está haciendo que los homicidios se disparen”, dice el jefe de la Policía sampedrana, Amílcar Mejía Rosales.
En medio de estas tramas, la Policía se ha convertido en otro sospechoso. Desde el 2011 el gobierno inició una depuración en la institución, y desde entonces han pasado por ahí tres directores. El último escándalo ocurrió el 17 de febrero. En Tegucigalpa, la capital, fue asesinado Óscar Ramírez, el hijo del penúltimo director de la Policía, Ricardo Ramírez del Cid. El exdirector, inmediatamente, pidió que se investigue al actual director de la Policía, Juan Carlos Bonilla, por su posible participación en este crimen.
Casos de policías acusados de criminales hay en toda Honduras. Por eso no extraña que en Chamelecón, María y Lety estén convencidas de que a Carlos lo secuestraron policías. Las mujeres nos acompañan a un terreno baldío ubicado cerca de su casa. Ahí, la Fiscalía descubrió un cementerio clandestino de Barrio 18, donde podría estar Carlos.
Mientras esperamos al chofer para salir de Chamelecón, María pregunta: “¿La embajada de Estados Unidos dará asilo a gente como nosotras?” Teme que quienes se llevaron a Carlos regresen por ellas.
DANIEL VALENCIA CARAVANTES
Para EL TIEMPO
‘Olvídate’ de Acapulco, María bonita...
Acapulco. Las luces de los antros pasan veloces por la ventanilla del auto en el que viajo. Un ‘compa’ me invitó a tomar unos tragos en Sinfonía del Mar, una zona con una vista bella al océano Pacífico, donde es común que los chicos acapulqueños se junten a tomar cervezas y a fumar de vez en cuando un joint (porro) de marihuana. En el camino se nos sumó otro hombre que hasta ese momento no conocía.
En esta área se encuentra La Angosta, una playa donde los pescadores anclan sus canoas para irse de madrugada a pescar.
Son las 11:00 de la noche. La fila de los autos y la música estridente recorren todo el paseo tropical. Por acá también se puede llegar a La Quebrada, cuyo hotel, El Mirador, hospedó en los 60 a Frank Sinatra, que ya había cantado sobre Acapulco en su canción Come Fly With Me; y fue aquí donde Agustín Lara se inspiró para escribir: “Acuérdate de Acapulco, / de aquellas noches / María bonita, María del alma”, la canción que le compuso en pleno romance a María Félix.
También en esta zona, en el 2005, ocurrió una de las primeras ejecuciones ligadas a la lucha de la mafia mexicana por este territorio. Fue una madrugada de noviembre, cuando cuatro hombres fueron asesinados con rifles de asalto AK-47. Para ese año, Acapulco ya era calificada la quinta ciudad más insegura del país, de acuerdo con el Instituto Ciudadano de Estudios sobre Inseguridad, que registró una incidencia de 20.911 delitos por cada 100.000 habitantes. Siete años más tarde, en el 2012, Acapulco terminó como una de las ciudades más violentas de México y la segunda más violenta del mundo, según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de México.
A finales del 2012, la pugna por la zona para la venta y tráfico de drogas entre las bandas generó 1.170 homicidios, según la misma fuente. La guerra es entre la Familia Michoacana, los Templarios, el Cartel Independiente de Acapulco y La Barredora (los dos últimos, formados con remanentes de otros grupos criminales, como el cartel del Golfo y el cartel de los Beltrán Leyva), Los Zetas y el Cartel de Sinaloa, de Joaquín el ‘Chapo’ Guzmán. La cifra es escandalosa si se tiene en cuenta que entre el 2005 y el 2010 hubo 1.745 homicidios registrados, según datos de la Secretaría de Seguridad Pública de Guerrero y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.
Este 2013 va por el mismo camino. Ocurren, en promedio, cinco asesinatos diarios. La madrugada del 4 de febrero, por ejemplo, seis turistas españolas fueron violadas por 15 hombres armados que entraron al bungalow donde se hospedaban, en Playa Encantada, cercana a una zona de lujo del Acapulco Diamante.
Y el sábado 23, en hechos distintos fueron asesinados cuatro hombres, entre ellos un turista de Bélgica. A Jan Karen Maria Sarens le dispararon en el estacionamiento de un exclusivo centro comercial, frente al hotel Fairmont Princess, cerca de donde se jugaría, muy bien vigilado por la Policía Federal, el Abierto Mexicano de Tenis.
Solo que ahora no pensamos en eso. Unos metros arriba de la playa La Angosta hay un buen lugar para aparcar, oír música y de vez en cuando escuchar las olas que revientan bravas en las rocas. En eso estamos, aparcando, cuando se oye un grito:
–¡Ahora sí, perro! ¡Esta vez no te me vas vivo!
La voz proviene del otro lado de la calle, donde cinco policías viales beben cervezas.
–¡Vente cabrón, que nos vamos a matar! –responde el hombre que acabo de conocer desde el automóvil. El agente mete la cabeza a la patrulla y de la guantera saca una pistola. La apunta hacia donde estamos. Grita.
–¡Bájate, que hasta aquí llegaste!
El hombre baja, envalentonado, y pienso que también soy yo el que llegará hasta aquí. Luego se oyen risas que se convierten en carcajadas y cuando abro los ojos, el policía y el hombre se abrazan efusivos, como viejos amigos, para festejar haber coincidido en el lugar.
La noche transcurre entre risas, remembranzas, cervezas y líneas de cocaína. Antes de irse, ya tomados, los policías viales imitaron lo que hicieron unos chicos: arrojaron una a una las botellas vacías al mar. Algunas tronaban entre las rocas antes de caer en pedazos al agua. Nosotros contemplamos la luna llena hasta pasadas las 4:00 de la mañana.
DAVID ESPINO
Para EL TIEMPO
El ‘valle de balas’ en que se ha convertido Caracas
Caracas. La hermosa montaña que rodea a Caracas no puede contenerla. La capital es un animal rabioso. Sin importar el verde que le dibuja de fondo ni su cielo impecable, su temperatura perfecta, ya es invariable la mueca de horror con la que despiertan los caraqueños, sobre todo las mañanas de los lunes, cuando los noticieros abren sus emisiones con el temible número rojo: el de los muertos por violencia del fin de semana.
El más violento del año 2012 fue el fin de semana de Navidad, cuando fueron llevados a la morgue de Bello Monte 98 cadáveres. Entraba en promedio más de un muerto cada hora, y como cuentan oficiosamente algunos de sus funcionarios, alrededor del 80 por ciento son víctimas por armas de fuego.
Ese diciembre cayeron en la capital venezolana 458 muertos, y las autoridades debieron llamar a más médicos forenses y anatomopatólogos, pues no daban abasto.
Lógicamente, esta y otras cuentas (como el total nacional, que en el 2012 sumó más de 21.000 asesinatos) las lleva una organización no gubernamental, pues el Gobierno no hace público el registro oficial.
Caracas, con 3.862 homicidios, es la tercera ciudad más violenta del mundo (118 por cada 100.000 habitantes) y es la ciudad del confinamiento. No es que ya la gente no salga a pasear o divertirse, pero lo hace en una ínfima medida en comparación a como lo hacía antes, y en espacios ultracontrolados. La capital exhibe un toque de queda no oficial, con sus calles casi desiertas a partir de las ocho o nueve de la noche. Las fiestas y reuniones se han trasladado a las casas, y la despedida es un abrazo que incluye una promesa: “Mándame un mensaje cuando llegues para saber que estás bien”.
En el caso de adolescentes y jóvenes, los padres prefieren que sus hijos se queden a dormir en la casa de la fiesta antes que permitirles el regreso en la madrugada. Solo un error de apreciación puede hacer que la gente exhiba sus teléfonos inteligentes o cualquier otra prenda de valor. En Caracas la gente camina rápido y con la bolsa apretada del brazo, y si se trata de los miles de barrios que circundan la ciudad, la soledad comienza antes, a las 5 de la tarde.
El robo y el secuestro exprés suelen ser los principales móviles de la inseguridad en Caracas. Aderezados con 7 millones de armas ilegales que circulan en el país –otra cifra no oficial– y una impunidad que, ahora sí oficialmente, deja a 95 de cada 100 casos sin solución, estos crímenes son los más susceptibles de convertirse en asesinatos. Los homicidios han pasado a ser la primera causa de muerte entre los jóvenes y la tercera en toda la población.
La intolerancia se respira en las calles. En julio pasado, por ejemplo, un albañil tropezó con un perro pastor alemán. El dueño del perro, enfurecido, le dio un tiro en la cabeza al muchacho, que tenía 20 años. A un carpintero que salía del metro en el centro de la capital lo golpearon varios sujetos hasta morir para quitarle 200 bolívares (unos 30 dólares).
Se cuentan de a cientos los disparos entre bandas de delincuentes, microtraficantes de droga y amantes decepcionados cuyas balas perdidas se cobran la vida de algún peatón desprevenido o de niños que juegan en la zona, pues a plena luz del día las barriadas populares son testigos de las venganzas, en las que no extraña que participe la policía, generalmente escasa y mal pagada, susceptible a la corrupción.
Sin embargo, los policías también son víctimas. Durante cada día del año pasado fue asesinado un funcionario policial en el ‘valle de balas’ que se ha convertido Caracas, como dice una famosa canción del grupo de ska venezolano Desorden Público: “Valle de balas /vivo en un valle de balas. Valle de balas/ mi ciudad está brava”.
VALENTINA LARES MARTIZ
Corresponsal de EL TIEMPO
Colombia, con cinco capitales
En el informe del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de México aparecen cinco ciudades colombianas. La más alta en el escalafón es Cali, con 1.819. La capital del Valle tiene una tasa de 79,2 homicidios por cada 100.000 habitantes. Las cifras, según el Consejo, son las oficiales de la Alcaldía de Cali y el cálculo de la población, del Departamento Administrativo Nacional de Estadística, Dane. En el ‘ranking’ de las ciudades más violentas del mundo, Cali es la número siete. También aparece Cúcuta, en el puesto 22, con una tasa de 59,2 homicidios por cada 100.000 habitantes, y entra al escalafón una urbe que no aparecía en los listados de años anteriores: Santa Marta. Tiene una tasa de 45,2 homicidios. Pereira está en la posición 37, con una tasa de 36,1 homicidios, y Barranquilla es la número 50 con una tasa de 29,1.
Las tasas de homicidios coinciden con las de la Fundación Seguridad y Democracia de Colombia.
Los autores de este listado
El Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de México es una organización civil independiente que realiza anualmente un conteo de las ciudades más peligrosas del mundo. Está basado únicamente en la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes que entrega la Policía de cada urbe.
Los países más violentos
Según el Índice de Paz Global 2013, publicado esta semana en Londres por el Instituto para la Economía y la Paz (IEP), de una lista de 162 países, Islandia es el más pacífico del mundo y Afganistán, el más violento.
En América Latina el más violento es Colombia (puesto 147), seguido por México, Venezuela y Honduras (puestos 133, 128 y 123). En cambio, Uruguay, Chile y Costa Rica son los más pacíficos.
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