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Alfonso López Michelsen, el piloto de la revolución

El 30 de junio se cumplirán 100 años de nacimiento del fallecido expresidente.

Alfonso López Michelsen no hizo política mientras su padre estuvo activo. Se limitaba a opinar en la cátedra y la prensa sobre los problemas del país y la actividad de los partidos. Pero antes de iniciar su periplo, en 1958, envió desde México un folleto titulado Consideraciones sobre la alternación forzosa en la Presidencia de la República, en el que enjuició el pacto Lleras Camargo-Gómez sobre los turnos de los presidentes del Frente Nacional (FN) y lo destacó como un bache antidemocrático de la nueva política.
Conocido por buena parte de la opinión nacional el torpedo de López contra la alternación, un grupo de jóvenes sobresalientes (Álvaro Uribe Rueda, Felipe Salazar Santos, Ramiro de la Espriella e Iván López Botero) visitó a López Pumarejo para que convenciera a su hijo de hacerse cargo de un movimiento que luchara contra las cortapisas antiliberales del FN.
El viejo les preguntó: “¿Para qué quieren traerse a Alfonsito si a él no le gusta la política sino los negocios?”.
–Para que abandone los negocios y se dedique a la política –dijo uno de los cuatro.
–Muy bien, les aviso cuando tenga la respuesta.
López se vino de México. Él y sus amigos tuvieron en el semanario La Calle el palenque que necesitaban para divulgar y explicar su proyecto. Todos eran hombres de ideas políticas y sabían lo que era y debía ser, desde el punto de vista de los principios, el liberalismo del futuro. Conocían el Estado, su economía y su estructura social. Se sentían los actores principales de un retorno inminente al juego democrático. Sus editoriales y columnas en La Calle fueron el reflejo de sus convicciones.
La plataforma
En El Búho, una sala de teatro experimental ubicada en un sótano de la avenida Jiménez, López dio a conocer el Plan de Enero (Salud, Educación y Techo SET), ampliado semanas más tarde con Tierra y Trabajo. La sigla, como bien lo anotó Álvaro Uribe Rueda, anunciaba el rumbo que tomaría la nueva agrupación política. López fue elegido jefe único.
El Plan de Enero se formuló siendo ejes de nuestra economía el café y otras materias primas. De las exportaciones del grano, el algodón, el azúcar, el banano, el tabaco y el petróleo dependía la mayoría de nuestros ingresos. Los servicios de salud eran precarios; la educación, de baja cobertura, y la vivienda, un lujo esquivo a las clases populares. La cuestión social tenía que ser prelación en un país donde nos asustaba la desproporción entre la renta nacional y los recursos presupuestales.
Colombia requería inversión de capital para generar empleo, pero también, en opinión de López y sus amigos, tierra propia para los pequeños productores. Por eso la tierra y el trabajo entraron a reforzar el techo que, junto con la salud y la educación, constituyeron el objetivo programático de su avanzada reivindicadora.
Tanta razón tuvo el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) al concebir su Plan de Enero, que un vistazo sobre la realidad de hoy permite observar que el Estado tomó la salud, la educación, la vivienda y la tierra como elementos esenciales de su programa. Con normas específicas se propone garantizar la atención médica, la calidad educativa, la restitución de tierras y vivienda gratis para los destechados. Ojalá que las bondades de la legislación lleguen al enfermo, al estudiante, a la víctima de las injusticias y a los compatriotas marginados por un modelo económico deshumanizado.
Tropel de militantes
Pero el verdadero arranque del MRL, su primera prueba de acción proselitista, fue la asamblea nacional que se efectuó en el Cine California. La concurrencia parecía un tropel de “militantes peregrinos en busca de buena ventura”. Fue la multitud arremolinada allí la que les mezcló esperanza y alegría al ver que el despunte simuló un cohete de mística y entusiasmo liberales.
En las plazas, el Parlamento, las universidades, los sindicatos y las organizaciones campesinas el equipo brillaba. López hablaba con el tono reposado del profesor, sin mucha ayuda de su voz, pero la fuerza de sus discursos radicaba en la sobriedad y la precisión con que transmitía su mensaje. Estaba armado intelectualmente para encender la intrepidez popular y cautivar a la juventud, sin alardear con arrebatos tribunicios.
¡Oh sorpresa!
El liberalismo oficialista no desestimó el reto que representó el MRL. Invitaron a López a su convención nacional, convocada para el 24 de febrero de 1961, con el fin de que le planteara a su órgano máximo los puntos básicos de sus cuestionamientos. Larga e hiriente fue su intervención, porque les enrostró a los liberales oficialistas su papel de idiotas útiles de los factores reales de poder.
La crítica de López a las fórmulas del plebiscito sorprendió a una convención que esperaba por lo menos un atisbo de aproximación. La sensación de los oficialistas, al oír aquellas discrepancias con su Dirección y su junta de parlamentarios, fue la de que la división liberal no tendría una nueva oportunidad.
Si algo faltaba para que la división se ahondara más de lo que estaba, el MRL resolvió entrar al debate presidencial de 1962 con candidato propio: una rebelión total contra la alternación, fundada en la tesis que le otorgaba al constituyente primario facultades para revocar lo que había aprobado en el plebiscito de 1957. En el forcejeo entre la novedosa tesis y la maquinaria, se impuso esta y desapareció el peligro de una situación de hecho que violara la Constitución.
Duros y blandos
Hasta ahí, López y los cuadros del MRL estuvieron identificados. Contaban con una amplia representación en las corporaciones públicas. De mayo al 7 de agosto de 1962 nada había variado. Sin embargo, el presidente Valencia les puso una tentación que los escindió, ya que el nombramiento de Juan José Turbay como ministro de Minas destapó dos líneas: la de los colaboracionistas, denominada blanda y encabezada por López, y la opuesta a toda colaboración burocrática, denominada dura, encabezada por Uribe Rueda y Ramiro de la Espriella.
Lo más triste fue que a los cuatro meses, por motivos políticos, Juan José Turbay renunció al Ministerio, pero las pugnas internas no cesaron.
A muchos simpatizantes les causó desazón la cercanía de López con el sector laureanista del conservatismo en 1962. López y Gómez enfilaron sus cañones contra la Reforma Agraria. Gómez, contra el cronograma de expropiaciones que el Incora aplicó contra tierras adecuadamente explotadas, y López, contra el retroceso social que la ley 135 de 1961traería con sus incongruencias y vacíos.
Declive y salto
En consecuencia, el error táctico de López le redujo la representación parlamentaria en las elecciones de 1966 y, lo que resultó peor, desertaron dos o tres dirigentes que retornaron a las filas oficialistas en busca de ministerios, gobernaciones y alcaldías en el tren de la Transformación Nacional, lanzado por los dos Lleras en otro de los banquetes consagratorios del Salón Rojo del Tequendama, a fines de 1965. Fue cuando López urdió, solo, a la espera de la oportunidad propicia, la jugada de irse con sus amigos de la línea blanda para las capillas del oficialismo que tanto combatió. Se despediría de la revolución para declararse “burgués progresista”.
Surgieron los acercamientos informales con el presidente Lleras Restrepo, quien tuvo como prioridad la reforma constitucional que se aprobó en 1968. En el contenido del proyecto, antes de su presentación, avizoró López la coyuntura que le diera un matiz conceptual a su tránsito de la rebeldía a la disciplina, y puso sus condiciones.
La reforma del 68
Buena parte del articulado del proyecto fue fruto de los aportes de López a la reforma. Una de las disposiciones claves para él fue la que consagraba, separándola del artículo 121 de la vieja Constitución, la declaratoria de emergencia económica en los casos en que hechos muy graves para la economía del país lo aconsejaran. Habría un orden público físico y un orden público económico, con mandatos distintos, para que la institución del estado de sitio dejara de producir más estragos.
Otra de las normas fundamentales para López era la que ponía la economía a cargo del Estado, a efecto de planificarla desde el epicentro del poder y redistribuir de modo racional y equitativo la riqueza. Satisfechas las condiciones que puso, el presidente Lleras Restrepo le extendió el primer contado: la Gobernación del recién creado departamento del Cesar.
Con esa estrategia, que dio calculada preponderancia a unas ideas que contribuyeron a retocar el Estado y renovarle sus instituciones, justificó López su ingreso a la fila india de los jefes liberales en turno para la Presidencia. Los pasajeros que estuvieron a bordo de la nave de la revolución perdieron el piloto y la mitad de la tripulación.
Piloto de otra nave
El día de su arrolladora victoria en la lid presidencial de 1974 rompió López un record electoral, con tres millones y medio de votos. Si el objetivo del político es el poder, López no tenía por qué lamentarse de haber sido el jefe de un movimiento desencantado por su fuga del campamento. No obstante las realizaciones de su Mandato Claro, los colombianos esperaron mucho más de su gestión y lo demostraron los escasos guarismos de la votación liberal en 1978, muy pareja con la de Belisario Betancur.
Pero López era López: inteligencia, cultura, pluma, opinión, amigos leales y hombre de partido y de Estado. Arisco por lo que se decía de sus desaciertos presidenciales, y blandiendo sus aciertos en materia de crecimiento económico y política exterior, buscó el mando, otra vez, en 1982. No podía decir que quería completar la obra inconclusa de su primer período, pero confiaba en sus artes de ajedrecista político. Dejó regados en el camino a Virgilio Barco y Augusto Espinosa, y a un joven y fogoso orador con ganas de ser presidente, Alberto Santofimio. Su segunda pretensión dividió y tumbó al liberalismo.
López fue un hombre imprevisible. ¿Quién podía pensar que escribiría páginas laudatorias sobre Eduardo Santos, los dos Lleras, Ospina Pérez y Misael Pastrana, todos objetivos militares de sus flechas verbales y sus sarcasmos acidulados? Pues ahí están, en su último libro: Visiones del siglo XX colombiano.
A los 100 años de su natalicio, que se cumplirán el próximo 30 de junio, es imperativo descubrirse ante lo que hizo y dijo en 50 años de protagonismo.
CARLOS VILLALBA BUSTILLO
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
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