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¿Es eso la guerra?

Cuando se levantaba el telón de la farsa de La Habana, los llamados plenipotenciarios de las Farc propusieron un alto el fuego.
Los del Gobierno tuvieron la sensatez de rechazar la idea, porque siempre se podrá verificar el acuartelamiento de las tropas y nunca la conducta de los guerrilleros. Nos parece que fue ‘Márquez’ el que se quejó del rechazo, para lamentar que se adelantaran conversaciones de paz en medio de la guerra. Supuestamente estamos en ese punto: las partes conversan y la guerra sigue.
Para no examinar todo lo que ha pasado desde entonces, nos bastará tomar dos botones para la muestra. En el pobre caserío de El Mango, municipio de Argelia, en el sur del departamento del Cauca, irrumpieron las Farc, frente 60, y sin resistencia armada la emprendieron contra los moradores recluidos en sus modestísimas viviendas. Para esa acción tan valerosa usaron los que llaman ‘tatucos’, destruyeron quince casas, asesinaron a dos mujeres y dejaron heridas a otras seis personas.
A su turno, en el municipio de Sipí, departamento del Chocó, el Eln hizo lo propio, con la misma técnica y parejos resultados. Murió un bebé, quedaron heridos dos niños y la madre del bebé fallecido y aterrorizada toda la región.
Las Farc están en guerra y el Eln pretende entrar a negociaciones de paz. Pues, tras el ataque a Sipí, Jaime Bernal Cuéllar, dueño de la sociedad civil para entenderse con esos bandidos, encontró muy a propósito la propuesta y muy oportuno el momento para aceptarla.
Sacamos de este modo en claro que para las Farc y para el Gobierno lo ocurrido en El Mango y en Sipí son actos de guerra. Y eso es lo que queremos discutir, en nombre de la humanidad ofendida por semejante afrenta.
El Derecho Internacional Público, desarrollado desde la segunda posguerra, siguiendo una larga tradición secular, que empezaría con el padre Vitoria y con Hugo Grocio, se ha dedicado a fijar los perfiles de la guerra justa y lo que en todo caso queda proscrito de su ámbito. Y las acciones de El Mango y Sipí no son de guerra. No pueden ser consideradas tales. Con toda la brutalidad que la guerra implica, debe suponer el enfrentamiento armado, entre hombres armados, con prácticas guerreras de una cierta nobleza, de un respeto elemental por lo que se llama el Derecho Internacional Humanitario.
Caer encima de un pueblo indefenso, bombardear sin clemencia el refugio de seres humanos que no suponen peligro para los que atacan, con el único objetivo de llenar de terror a los moradores, es una afrenta a la razón, al Derecho, a las reglas elementales que gobiernan la guerra en nuestro tiempo.
Si El Mango y Sipí no son escenarios y hechos de guerra, lo de La Habana no se desarrolla en medio de la guerra, sino en medio del más repugnante terrorismo. Y eso no fue lo que prometieron las Farc, ni eso es lo que puede tolerar el Gobierno. Un Presidente que tuviera sentido elemental del decoro, solo por estas acciones debería romper esos diálogos. Los bombardeos contra la población civil, las minas, las emboscadas, los secuestros, las extorsiones, las violaciones de las mujeres, los reclutamientos de los niños son el pan cotidiano que alimenta esta tragedia. Y eso no está tolerado en las reglas aplicables a la guerra entre naciones ni a los conflictos internos. Basta mirar los Protocolos de Ginebra para comprobar el aserto.
Que con los terroristas no se negocia es una lección irrevocable para el Gobierno moderno. Pero, más allá de la política, el negocio con el terror queda por fuera de la ley. Esas negociaciones de La Habana debieran ser juzgadas, desde esta perspectiva, como crímenes de guerra, que no son solamente los que cometen los delincuentes, sino los que toleran los gobiernos pusilánimes.
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