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Editorial: 13 de junio de 1953

EDITORIAL
El 13 de junio de 1953 cayó en sábado. En apariencia, iba a ser un fin de semana tranquilo. El presidente encargado, Roberto Urdaneta Arbeláez, descansaba, agripado, en la casa privada del Palacio de la Carrera. El titular, Laureano Gómez, apartado de la presidencia por trastornos de salud, planeaba hornear pandeyucas donde su yerno. El comandante de las Fuerzas Armadas, general Gustavo Rojas Pinilla, había viajado a su finca en Melgar.
Por debajo, sin embargo, la política hervía. Dividido, el Partido Liberal había perdido el poder en 1946, pese a su condición mayoritaria. Su ruptura permitió la elección del candidato conservador, Mariano Ospina Pérez. Dos años después, el 9 de abril de 1948, fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, jefe único del Partido Liberal, y empezaron las dolorosas noticias de sangre entre ‘chulavitas’ –los ‘paramilitares’ de la época– y ‘cachiporros’, que eran los liberales. Comenzó así la época tristemente célebre de ‘la Violencia’, que entre 1948 y 1953 dejó cerca de 250.000 muertos. En 1950, alegando falta de garantías, el liberalismo se abstuvo de participar en las elecciones, y ganó Laureano Gómez.
La violencia no cesó. Como reacción, surgieron guerrillas liberales y muchos campesinos padecieron persecución, despojo de tierras y desplazamientos. Uno de ellos era Pedro Antonio Marín, que, con el tiempo, llegó a ser el jefe de las Farc con el seudónimo de ‘Tirofijo’. La situación parecía insostenible, sobre todo si Laureano intentaba regresar a la Presidencia. Numerosos dirigentes, incluso los jefes liberales, estimulaban en secreto una actuación resolutiva de las Fuerzas Armadas.
Sabedor de que estaba señalado como hombre clave para la intervención, Rojas Pinilla convino con el general Alfredo Duarte Blum, uno de sus mandos de confianza, que, si se agudizaba la situación, un avión de las FAC sobrevolaría tres veces a Melgar. Tal era la consigna para que regresara. Así ocurrió. En un primer momento, su intención en Bogotá fue respaldar a Urdaneta como presidente estable y que Laureano saliera al exilio. Pero Gómez asumió de nuevo el mando para destituir a Rojas, Urdaneta se opuso, y el general, con el respaldo liberal y de un sector del conservatismo, acabó la jornada como jefe del Estado al frente de un régimen militar, mientras Laureano y familia se marchaban a España. Tres presidentes en un día. El dirigente liberal Darío Echandía calificó el pronunciamiento del 13 de junio como “un golpe de opinión”. La historia nacional había dado un giro en menos de doce horas sin disparar un solo tiro.
Durante un año, Rojas Pinilla tuvo una oportunidad dorada para convertir ese paréntesis de la normalidad institucional en una transición hacia un país más pacífico y democrático. Dictó una amnistía que acogió a los alzados en armas, levantó las restricciones contra la prensa impuestas por el anterior gobierno y gozó de amplio apoyo. Pero poco a poco se convirtió en rehén de una camarilla que lo convenció de que sería el segundo Bolívar. Creó una asamblea destinada a reelegirlo, marginó al Partido Liberal, cerró EL TIEMPO y El Espectador, reprimió cruentamente las protestas estudiantiles y asistió al auge de la corrupción. Así, el “salvador de la patria” acabó convertido en tirano tropical.
Sesenta años después, aquel 13 de junio de 1953, que habría podido ser una fecha fausta, se recuerda como el comienzo de un cuatrienio que registró aspectos muy positivos en el primer año, dejó obras de infraestructura, pero terminó convertido en melancólica dictadura.
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