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El médico que opera gratis a mujeres atacadas con ácido

Con sus propios recursos ha logrado operar a unas 13 víctimas de ataques violentos.

CAROL MALAVER
Solo un fragmento de la historia narrada por Gloria, una mujer atacada con ácido, logró que parte del rostro que nos permitía ver revelara un gesto de alegría. Eso pasó cuando habló de Alan González, el cirujano plástico que le devolvió algo de lo que le quitó un acto de demencia irreparable.
Dijo que conocía a un “ángel”, un ser humano que le tocaba el rostro como si fuese una porcelana y que, gracias a él, su boca se volvía a ver. “Usted debería escribir sobre ese señor. Él es el único hombre que me ha hecho volver a sonreír”, dice.
Meses después, el cirujano atendió el llamado. Su oficina queda cerca del parque de la 93 y sus pacientes son mujeres y hombres que pueden pagar para mejorar su cuerpo.
Reconocimiento no le falta. González es uno de los especialistas en cirugía plástica más llamados en Latinoamérica. Tiene un promedio de 8.000 procedimientos quirúrgicos desde que inició su especialidad y además una pinta de actor de Hollywood, tipo Keanu Reeves, que bien podría ser suficiente para hacerlo un hombre realizado.
Pero una frase de su madre que caló en su vida de niño es lo que lo ha hecho buscar retazos de felicidad por otros lados. “No solo hay que dar cuando sobra, también cuando falta”, afirma.
Por esa razón conoció a Gabriela Febres Cordero hace 7 años, que trabajaba con policías y soldados heridos en la guerra. Esa fue su primera experiencia con las víctimas de quemaduras, su dolor y su desesperanza.
Es claro el recuerdo de la primera vez que vio al sargento William Calderón en el Batallón de Sanidad. “Lo traían cargado entre dos personas. Estaba pegado, con la boca pequeña, no tenía ojos, no movía sus brazos. Se veía derretido”, cuenta impresionado.
Tratando de no parecer vulnerado, logró decirle que lo iba a ayudar. “Le hice 24 cirugías, en 4 o 5 tiempos quirúrgicos. Le liberamos el cuello, le abrimos la boca, logramos que le saliera pelo. Hoy es un tipo de admirar. Dicta clases de inglés. Sus logros me hacen feliz”, dice.
También recuerda a un hombre que, compungido, luego de sufrir quemaduras faciales, le contó que su bebé no se dejaba cargar por miedo. Las cirugías del doctor Alan le devolvieron tanta felicidad que luego de formar una banda de vallenato compuso una canción para el doctor Alan. “Estas dos historias marcaron mi vida. La cirugía plástica no solo satisface vanidades, también puede devolver esperanzas”, afirma. Así logró hacer 13 intervenciones a soldados y policías.
Víctimas de ácido
A Alan la vida le fue trayendo los llamados de auxilio. Así se enteró de una niña de 16 años víctima de un ataque con ácido. “Me pidieron una ayuda y yo acepté. Me impresionaron mucho sus frustraciones, sus ideas suicidas”, relata.
Con el compromiso de que poco a poco fuera retirando de su rostro vendas y bufandas para tapar lo inevitable, el cirujano fue devolviéndole algo de su lozanía. “Su vida es difícil, pero ahora, con una hija, tiene muchas cosas por qué vivir”, contó.
El experto le llama a esto cirugía de segundo tiempo porque, para él, la atención de urgencia de estas víctimas la logran, con proezas los especialistas, que, con pocos recursos, les salvan los tejidos y la vida a los pacientes. “Lo mío es devolverles su amor propio. Cosas tan simples como poder abrir la boca, que le quepa una cuchara, estirar el cuello, tener pelo. Eso es vivir”, dice.
Pero en todo esto hace falta más. “Yo solo he podido ayudar a 12 mujeres, la mayoría de Bogotá, porque mis recursos son muy limitados –afirma–. A ellas les hace falta atención psicológica, un trabajo, y, sobre todo, que la sociedad entienda que no hay que discriminar a una persona con una deformidad porque el daño puede ser más grave que el provocado por la agresión.”
Ha estado tan cerca del sufrimiento de estas mujeres que habla con convencimiento de penas sin prebendas para los agresores y de educación desde la infancia para que nadie lleve a cabo semejante acto de violencia.
Ahora espera que la asociación de mujeres víctimas de ataques con ácido prospere bajo la dirección de Gina Potes. “Todas ellas deben ser protegidas por el Estado con salud, vivienda, educación para sus hijos –enfatiza–. Son víctimas de una sociedad sin educación y sin ley. Algunas solo comen agua de panela y pan. Hay que ayudarlas.” Alan optó por no cambiarse de andén cuando ve a una mujer que ha sido víctima de uno de los actos de crueldad más deplorables del ser humano. “Yo quisiera, al final de mi vida, poder hablar menos de lo que pude conseguir y más de lo que pude compartir”, concluye.
CAROL MALAVER
Redactora de EL TIEMPO
CAROL MALAVER
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