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Desde el foso:Frenología: la falsa ciencia que cautivó al mundo

Hace 150 años, muchos de los principales sabios occidentales creyeron que habían descubierto la ciencia de las ciencias.Fue un error histórico que hoy produce bochorno.
Diego Fallon, autor del famoso poema La luna, no sólo era conocido como poeta en la Bogotá de la segunda mitad del siglo XIX. Lo era también como violinista, pianista, guitarrista, maestro de teoría musical, ingeniero, profesor de matemáticas y políglota.
Pero la actividad suya que más atraía a la gente era otra, que invitaba a que sus amigos y alumnos le pidieran que les 'leyera' la cabeza. Entonces don Diego abría las manos, las ponía sobre el cráneo del interesado y, mientras recorría lentamente con dedos y palmas la topografía de la calavera, procuraba analizar su personalidad, descubrir las fortalezas y debilidades de su mente y aventurar algunas posibilidades sobre su futuro.
La afición de Fallon (1834-1905) que le atrajo tantas simpatías como sus versos o sus clases era una curiosa ciencia que tuvo un importante auge, con alzas y bajas, en los dos siglos pasados. Se llamaba frenología, consistía en sacar deducciones supuestamente científicas de la configuración craneana de los pacientes y disfrutó de enorme popularidad y credibilidad.
A mediados del siglo XIX un analista británico calculó que la ciudadanía en general sabía más acerca de la frenología que de muchas ciencias, como botánica, astronomía, geología o entomología. “Ha sido la más popular de las doctrinas psicológicas a lo largo de toda la historia de la ciencia”, afirmó el historiador inglés J. C. Flugel al hacer en 1964 un recuento de los primeros cien años de esta disciplina. Aún ahora hay quienes reconocen el poder que llegaron a tener los estudios manuales de la cabeza humana. “En el siglo XIX la frenología tuvo una formidable influencia a todo nivel en el mundo occidental, mucho más que todos sus competidores, como el psicoanálisis”, señaló Geogfrey Dean en la revista Skeptical Inquirer en noviembre pasado.
El artículo de Dean es un fascinante ensayo acerca de cómo las falsas creencias consiguen a veces imponerse con inexplicable fuerza, algo que sucede en nuestros días con seudociencias como la homeopatía y la astrología. “Pocas creencias igualan a la frenología por la dimensión de su influencia y la certeza de su invalidez”, concluye Dean.
“La ciencia de la mente”
La frenología surgió hacia 1790 de un ejercicio de mediciones de la cabeza que adelantaba el alemán Franz Joseph Gall (1758-1832) con el nombre genérico de ‘craneometría’. Por la misma época empezaba a tener éxito otra seudociencia, la fisonomía, que generalizaba los rasgos psicológicos de las personas a partir de sus rasgos faciales. En manos de Johann Gaspar Spurzheim (1776-1832), ayudante de Gall, el revuelto de las dos disciplinas se convirtió en la frenología, que en griego significa estudio (logos) de la mente (phren). Hacia 1810 la nueva ‘ciencia’ era ya ampliamente conocida, y entre 1820 y 1860 su popularidad fue desbordante en Europa, Estados Unidos y Oceanía.
Llegó a haber en el mundo más de cien sociedades locales dedicadas al estudio de la frenología. Sus academias competían en prestigio con las de Medicina, Geografía, Astronomía y otras ciencias.
Todavía al terminar el siglo había destacados científicos que profesaban fe inquebrantable en ella. Esto escribió en 1899 Alfredo Russel Wallace, quien descubrió, junto con Charles Darwin la teoría de la evolución: “La frenología es la verdadera ciencia de la mente. Sus usos prácticos en educación, autodisciplina, tratamiento de delincuentes y curación de orates la llevarán a uno de los más altos sitiales en la jerarquía de las ciencias”.
Para entonces, las formas, protuberancias y tamaños de las cabezas influían no sólo en la medicina y la educación, sino también en la criminología. En Italia surgió una escuela capitaneada por Cesare Lombroso (1835-1909) que pretendía explicar la conducta de ladrones y asesinos examinando su fisiología y, en particular, las características de sus ojos, mandíbula, pómulos, boca, orejas y forma del cráneo. No hace demasiado tiempo, hacia 1950, en los juzgados penales colombianos se oía hablar aún de criminales que clasificaban en alguno de los “tipos lombrosianos”.
Antesala del racismo
Como en muchas creencias falsas, la frenología se basaba en una premisa cierta: que la mente ¿es decir, la habilidad de pensar, reflexionar y gobernar determinadas emociones¿ reposaba en el cerebro, no en el corazón ni en el hígado, como sostenían muchos médicos antiguos.
El error fue creer que era posible leer el cerebro examinando su envoltorio exterior. En ese momento cualquier chichón se convirtió en problema mental, y surgieron indefectiblemente las clasificaciones y calificaciones. Los supuestos sabios asignaron determinadas conductas a determinadas formas de cráneo y consideraron que el tamaño sí importaba cuando se refería al pericráneo. En términos absolutos, dijeron, una cabeza grande piensa mejor que una más pequeña.
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