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El infierno y la bendición de la guaca de las Farc

Tres de los soldados que hace 10 años se encontraron $ 40.000 millones hablaron con EL TIEMPO.

“No tengo remordimientos, cargos de conciencia ni culpas… pero tampoco puedo negar que a veces, en sueños, regreso a la selva, me cojo los billetes y les pateo el trasero a los guerrilleros… son perversos”. Las palabras de Liliana tienen un marcado acento gay. Cuando se refiere a los guerrilleros abre los ojos de tal manera que sus pestañas postizas rozan sus cejas.
La primera vez que hablé con ella, aún era él. Fue por teléfono en la Semana Santa del 2005, dos años después de que la historia de los soldados que habían desenterrado en el corazón de la selva una guaca de las Farc con más de 40.000 millones de pesos le diera la vuelta al mundo. Él hacía parte de la Brigada Móvil 6 y su misión y la de sus compañeros en el Caquetá era buscar a los tres estadounidenses secuestrados por la guerrilla.
Cuando lo conocí personalmente, en enero del 2008, ya vestía licra, tenía senos, silicona en los labios, y estaba enamorada de su socio, con el que montó un spa. Meses después publiqué su historia; y en estos años hemos hablado muchas veces, siempre bajo la reserva de su identidad.
Liliana, además de ser un prófugo de la justicia, sabe que su condena quedó en firme el pasado 25 de febrero, después de siete años de haberse caído el juicio contra los 147 militares que se quedaron con el dinero. Un juez ya los había condenado a penas de hasta 10 años. La de Liliana es de cuatro años y tres meses.
Pero, ¿qué ha pasado con su vida en esta década? Ella entrelaza los dedos en su larga cabellera rubia, suspira y responde:
“No ha sido fácil. El Viernes Santo del 2003 nos cambió la vida a todos los que tocamos esa plata. Yo estoy feliz porque no me tocó seguir en el monte arriesgando las piernas, pero he tenido que pasar las duras y las maduras…”.
Su huida hacia Esmeraldas (Ecuador), junto con otro soldado, fue solo el comienzo. Él tomó un rumbo desconocido, tiene un restaurante, se ha casado tres veces y tiene siete hijos. Ellos nunca han perdido el contacto. Es más, Julián, el nuevo nombre del soldado que se volvió chef, se convirtió en el confidente de Liliana. En el monte fueron ‘lanzas’ y compartían las tristezas y angustias del combate y las largas caminatas en la selva.
Cambio de vida
“El secreto que comparto con Liliana no es cualquier cosa. Somos prófugos, hacemos parte de uno de los escándalos más grandes en la historia del Ejército y del país y somos de los pocos que coronamos el sueño que nos representó ese mundo de plata, en medio de la miseria que vivíamos en nuestro batallón...”, dice a través del teléfono Julián. Él no quiere que se mencione la ciudad, ni siquiera el país donde se encuentra. Cuando ‘coronó’, como él califica su huida, sacó de Colombia a sus padres y a sus hermanos, hizo un curso inicial de cocina italiana, a la par que mantenía un puesto callejero de comida frente a un edificio en construcción. Luego montó un restaurante y terminó graduándose de chef.
“Pero no todo es color de rosa. Las mujeres casi me arruinan”, dice con un acento extranjero indescifrable. Periódicamente revisa en Google noticias sobre ‘la guaca’ y la segunda semana de marzo quedó de una pieza cuando vio que la condena estaba en firme. “Sé por Liliana que mi condena es de 48 meses... Ya no hay vuelta. Le hice ‘conejo’ a las Farc y a la justicia”, agrega con una estruendosa carcajada.
Julián no piensa regresar nunca a Colombia y cree que la condena es una injusticia porque no hubo robo, peculado ni apropiación indebida. “Era lo que nos correspondía por tantos días de sacrificio”, concluye.
Pero lo que sí le gustaría es que Liliana siguiera sus pasos y dejara su pasado en Colombia. “¿Le contó que el marido barría la casa con ella?”, pregunta incisivo.
Liliana ya lo había comentado en alguna charla. En medio de su triple drama, como ella misma lo califica, –por ser un homosexual rechazado por su familia, soldado prófugo y víctima de violencia–, un día se atrevió a admitir que el amor la llevó a contarle la verdad a su socio y a quien creía era el hombre de su vida.
Víctima de violencia
“Muchas veces me golpeó, me abuso sexualmente y me explotó. Me robó mucho dinero y casi pierdo mi negocio. Yo soy una mujer sin identidad, que no puede denunciar porque tiene una cuenta pendiente con la justicia y que puede terminar delatada...”, Liliana se desencaja, se arrodilla en el piso y llora desconsoladamente.
¿La guaca entonces fue una lotería o una desgracia?
Antes de responder hace un gesto de pare con la mano, se seca las lágrimas, saca de entre los senos un brillo de labios, se retoca y continúa. “Esto fue una bendición porque nunca hubiera podido ser yo. Otros dos compañeros del batallón también eran gays y no sé si ellos pudieron realizar sus sueños, pero mi error fue enamorarme”.
Para los soldados que encontraron la multimillonaria caleta, para la justicia y para las mismas Farc, es incierta la cantidad de dinero que allí había y en realidad cuánta se quedó en los bolsillos de los militares.
Algunos de ellos murieron, otros quedaron en la ruina total, y a otros más se los tragó literalmente la tierra.
Liliana y Julián son una cara y una historia ocultas de las 147 que, ese 18 de abril del 2003, quedaron atadas a diez canecas repletas de billetes. En el corazón de la manigua empezó su bendición, pero también su infierno.
Los negocios
‘Prefiero volver al monte que a la cárcel’
Otro de los militares que le sacó rendimiento al dinero que se encontraron en la caleta de las Farc dice que también será prófugo toda la vida. Cuando el grupo de 147 uniformados fue llamado a juicio en el 2005, este soldado pensó en entregarse y saldar sus deudas judiciales.
“Algo me iluminó porque de lo contrario ni hubiera aprovechado la plata ni estaría hoy progresando. Yo prefiero irme otra vez a patrullar a la selva o internarme allá para que no me encuentren que ir a la cárcel”, señala.
La parte de la guaca que le correspondió está invertida en locales comerciales.
De la realidad a la ficción
La historia de los militares fue llevada al cine
Tan solo había pasado una semana tras conocerse el escándalo del hallazgo de una multimillonaria caleta de las Farc, cuando ya había tres proyectos de películas, cuatro libros y un dramatizado. El filme que se conoció a nivel internacional fue ‘Soñar no cuesta nada’, que mezcló parte de la realidad de lo ocurrido en las selvas del Caguán, con un poco de ficción.
Años después, se realizó una serie de televisión sobre la operación que un grupo de militares hizo para buscar la plata que los 147 soldados no se alcanzaron a llevar. Sin embargo, solo encontraron canecas vacías.
JINETH BEDOYA LIMA
Subeditora de EL TIEMPO
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