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Promesas, promesas, promesas / El otro lado

ÓMAR RINCÓN
La trata de personas es el tercer negocio ilícito más rentable después del tráfico de estupefacientes y el comercio de armas. El 79 por ciento de los casos se realiza para explotación sexual y el 13 por ciento vienen de América del Sur. Es un mercado de 32 millones de dólares.
¿Dónde se vende la belleza de sus mujeres como valor de cambio? La respuesta es Colombia. Ahí nace La promesa , una serie con el apoyo de la ONU que se mete con esta terrible y cínica realidad: en todas partes se explota sexualmente a la mujer, todos se persignan, nadie hace nada.
Temática compleja y, tal vez por eso, contarla en ficción y con dejos de tragedia puede ayudar a ‘crear conciencia’. Los tiempos para las historias críticas y realistas están duros en nuestra TV, donde solo gustan narcos, chistes y hembras. Por eso, hay que saludar que Caracol se haya metido con esta historia de tragedia colombiana: la trata de mujeres y su explotación sexual, una serie de la dura realidad.
La historia es contundente y en clave de mujer: tres mujeres, un destino. Bellas desesperadas porque nada funciona en sus vidas deciden intentar un sueño, pero ingresan en la peor pesadilla. Nada funciona en el mundo de esta serie. Todos los personajes son malos o ingenuos. Todas las actuaciones están asustadas o malévolas. El estilo de la producción es oscuro. Se exhibe que se grabó en varios países.
Se muestra que hay actores de España, México, Puerto Rico y Colombia. Se tiene una selección de actores muy diversa y muy buena. Esta serie tiene todos los elementos industriales para dejar de ser melodrama, narcodrama, chistemedia y no dar tregua al televidente porque cuenta la cruda realidad en tono de la tragedia que nos habita. ¿Entonces? Que todo es demasiado lúgubre, trágico, maldito; que hay poco melodrama, la esperanza no habita ni a la historia ni a los personajes, todo luce oscuro para dar el tono de que nada anda bien; que todo es demasiado patético y parecido a la realidad.
Y para ver esta tragedia no hay que ir a la TV: a ella se va a soñar que todo es mejor y posible, a tener esperanza, a presentir justicia y finales felices, y si todo luce tan desalmado, mejor se va para otro canal. No basta con ser realistas, hay que reinventar la realidad, y en esa reinvención se crea la televidencia.
Demasiada ONU, poca cultura común del televidente. Lástima: era una buena promesa. Y bien por el esfuerzo. Una reflexión final: mientras contra la droga existe la DEA y todos los países invierten millones de dólares, y a las armas las alaban todos los sistemas de gobierno, contra la trata de mujeres solo existe una Oficina contra la Droga y el Delito de las Naciones Unidas. ¿Es más grave la droga que las armas y la trata de personas? En la moral de nuestro tiempo, sí. Por eso todo lo que se dice sobre trata de personas y explotación sexual es pura “promesa”.
ÓMAR RINCÓN
Crítico de televisión
ÓMAR RINCÓN
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