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En las urbes latinoamericanas

250 fotos muestran cambios urbanos en la región, en la Luis Ángel Arango hasta el 27 de mayo.

Por MARÍA WILLS / AlEXIS FABRY
La fotografía de calle es una las categorías que se adapta más fácilmente a la idiosincrasia de la ciudad. Es la foto que se mueve, que persigue, que se hace en la vida cotidiana, en el día a día. En esencia la imagen urbana ha estado muy cerca de la fotografía, diferente a lo que ha sucedido con el retrato o el paisaje que se relacionan históricamente de manera más estrecha con la pintura. Los inicios de la fotografía van de la mano con la consolidación de la ciudad moderna. El primer registro de Louis J.M. Daguerre, pionero de la creación de la fotografía, fue una imagen urbana: el Boulevard du Temple en la Ciudad de la Luz. Eugène Atget, maestro de la fotografía de principios del siglo XX grabó en sus tomas también de París, retiros urbanos desconocidos para muchos. Así, la ciudad, en su movimiento frenético, en su vida conmocionada o incluso en sus rincones fantasmagóricos pareciera acoger perfectamente un medio creado para registrar la instantaneidad. La foto registra más rápido que el ojo mismo detalles e instantes de la cotidianidad urbana que pueden pasar desapercibidos.
El fotógrafo de calle se consolida en el siglo XX como un flanneur que busca “foto-oportunidades”. Desde el siglo XIX se venía afianzando la figura del hombre de la calle, un individuo plenamente urbano cuya vivencia radicaba exclusivamente en deambular a la deriva, respirando vidas ajenas, tráfico, multitudes en una serie de intercambios peregrinos e insólitos. La experiencia en la calle se vuelve entonces objeto central de la mirada fotográfica por sus reflejos, su luz, el curso de las cosas, el movimiento de sus gentes, su industria, sus aires, sus vahos, creando una nueva fisionomía del espíritu público moderno, que proyecta las ciudades como figuras del progreso y como expresión del triunfo del capitalismo.
Por este camino, a través de la cámara se han confirmado y deconstruido utopías modernistas. En América Latina, por ejemplo, las fotografías de principio de siglo XX presentan la memoria de ciudades planeadas según modelos europeos, cuyo desarrollo a medida que avanzó el siglo, terminó decayendo por una pérdida de impulso generada por las condiciones políticas, económicas y sociales de la región. Ya entrado el siglo, y en medio de luchas sociales por la justicia y en defensa de la democracia y la libertad, la ciudad latinoamericana se convertiría en escenario de revueltas y revoluciones y siguiendo las tendencias de la reportería mundial la imagen fotográfica empezó a ser más importante que el titular en el cubrimiento de los eventos.
El proyecto Urbes mutantes, compuesto por una muestra de más de 200 imágenes (seleccionadas en la colección de Stanislas y Leticia Poniatowski) y una publicación, parte del interés por revisar la construcción del imaginario de las ciudades del continente a partir de las más diversas miradas de fotógrafos, con un especial enfoque en las décadas del 50 al 70 del siglo XX
Lejos de pretender repasar exhaustiva o históricamente la tradición fotográfica del continente, la exposición y la colección más bien han privilegiado miradas diversas y alternativas sobre las urbes latinoamericanas, matizando clichés o trastocando rígidos enfoques genéricos. Por supuesto que la imagen en nuestro continente tiene un alto ingrediente político, por supuesto que la herramienta más inmediata para la denuncia fue la foto. También es verdad que esa ‘otra’ mirada que se ha construido de América Latina surge del exotismo que se evidencia en nuestro imaginario visual. Sin embargo, hay mucho más.
Urbes mutantes revela una mirada que vindica un modelo de ciudad intermedia entre el retroceso y el desarrollo, una ciudad que ya no desea ser la metrópoli cosmopolita impuesta desde el modelo extranjero (como el Buenos Aires de Horacio Coppola), sino aquella que se acepta a sí misma como una concentración en constante cambio, como el asentamiento brusco que a veces incluye y otras excluye, la que avanza, atropella y se derrumba sin que nadie se de cuenta. Es la ciudad caótica cargada de una belleza muy particular. El concepto de belleza se puede construir de manera diferente en cada contexto cultural; en las imágenes hay pobreza, desconcierto, desorganización y anarquía, pero desde la sensibilidad de los fotógrafos seleccionados… la estética urbana de Latinoamérica surge de paradojas que construyen una identidad llena de tensiones.
A través de la muestra se verá cómo el modelo de progreso impuesto o copiado de otros países no siempre fue la vía correcta. Aquí maduran posturas que dejan atrás perspectivas sentimentalistas de ciudades soñadas, pero imposibles. Este planteamiento visual, que claramente evidencia la permanencia de estados de crisis en las urbes, repiensa problemáticas y paradigmas del ser latinoamericano para revelar experiencias y valores autóctonos sin necesidad de ser localistas o regionalistas radicales. Hay que decir que muchos de los fotógrafos presentados parten de las conclusiones de los coloquios de fotografía latinoamericana que a partir de 1978, buscaron discutir y consolidar esa identidad regional para generar una toma de conciencia en relación con la posición del fotógrafo frente a la realidad conflictiva que se ha vivido en estos países.
Sin embargo uno de los retos de la muestra es revelar que, paralelamente a miradas comprometidas política y socialmente, se consolidan otros testimonios sobre la ciudad, desde puntos de vista más formales que por ejemplo, atienden la arquitectura y el urbanismo de manera abstracta, y en otros casos posturas (que se dan ya entrados los 90s) a veces irónicas o cínicas que cuestionan verdades inmutables o mitos sobre el continente…
A partir de allí, no se busca ofrecer una mirada generalizada y homogénea de todos los países del continente. Hay una ideología o imaginario en cada foto, la muestra refleja que en cada ciudad subyacen varios elementos y valores comunes, que permiten hacer estas asociaciones visuales sobre Latinoamérica, pero con la conciencia de la diversidad cultural que hay entre nuestros países. Se reconoce, además, que a pesar de las circunstancias políticas similares –rebeliones, desigualdades, lucha contra el intervencionismo norteamericano, narcotráfico o corrupción, los resultados afectan de manera diversa a cada país.
Como lo menciona el historiador Jorge Romero en su libro ‘Latinoamérica, las ciudades y las ideas’, las sociedades urbanas latinoamericanas manifiestan singulares circunstancias comunes, pero también diferenciación según el contexto; Sin embargo, la misma diversidad es algo que casi todas tienen en común por compartir una genealogía que genera el paso de los asentamientos indígenas, a la ciudad hidalga, a la urbe criolla, a la metrópoli burguesa-mercantil y, finalmente, a la ciudad masificada y capitalista.
En lo que en términos cronológicos nos interesa, decir que para mediados de siglo XX, momento en el cual se centran las imágenes de la muestra, el concepto de desarrollo y de progreso inyectado a las ciudades desde principios de siglo intensifica la tensión campo–ciudad, y con ello las migraciones masivas a las ‘deseadas’ metrópolis donde el cambio social no se hace esperar: las ciudades tienen una absoluta incapacidad de asimilar el desequilibrio y se dan excesivas desigualdades, una inmensa población marginada y con ello crecen índices de pobreza y violencia en el marco de un continuo crecimiento desenfrenado y no planeado.
Además de esta explosión demográfica, entre los años 60 y 80 se cristalizaron importantes proyectos de diversidad y multiculturalidad en el marco de luchas políticas y activismos sociales asociados principalmente con causas de raza y género, que son parte inherente a la cultura visual de esta época. La imagen de nuestras urbes sin duda exalta también un punto de vista antropológico que presenta las raíces indígenas y las herencias culturales de estas naciones creando ese popurrí de lo propio y lo exógeno tan característico de la urbe contemporánea.
“La fotografía es el acto más doloroso para reiterar aquello que somos y no quisiéramos ser. Es una verdad construida con pedazos de verdad y pedazos de mentira”.
(Jorge Gutiérrez, director del Museo de Artes Visuales Alejandro Otero, Caracas)
Por María Wills / Alexis Fabry
Por MARÍA WILLS / AlEXIS FABRY
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