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Notas de Festival

El término VIP, de arraigado uso en Cartagena durante tantos eventos, se mantiene en el vocabulario de sus gentes, aunque no sea esto lo que persigan los organizadores del hoy gran festival cinematográfico, sino todo lo contrario: democratizarse cada día más, entregar su vasta programación a todos los públicos.
Para asistir a la apertura del Festival sí había que pagar boleta, así que, para los de entrada libre, el evento no empezó el jueves a las 7 p.m. con Roa, la película colombiana sobre el asesino de Gaitán, sino el viernes, en los teatros del Caribe Plaza, con Lucía y el sexo, de Julio Medem, o con El carterista, un clásico de Robert Bresson, que apareció de sorpresa en la programación del director-guionista norteamericano Paul Schrader en Cartagena.
Un joven historiador local, de apellido Lora, allí entre el público, me explicaría que esta película había sido puesta en cartelera por el mismo Schrader debido a lo mucho que había influenciado su narrativa en la construcción de Taxi Driver y Mean Streets, películas escritas por él para Martin Scorsese.
El cuello de botella del Festival en los conversatorios y ruedas de prensa con los personajes es que obliga al público a desocupar la sala para dejar entrar otro público y esto imposibilita casi siempre al primero asistir a la segunda sesión.
El ambiente que mejor retrata, no obstante, el espíritu demócrata de este festival es lo que está ocurriendo, por ejemplo, todas las noches en la plaza Proclamación, frente a la Gobernación de Bolívar, donde hemos podido disfrutar, en gran pantalla y sonido magnífico, una retrospectiva grandiosa del director neorrealista italiano Vittorio De Sica, incluidas El techo y El oro de Nápoles, dos cintas que jamás habíamos visto del gran director.
En el almuerzo que Munir Falah, presidente de Cine Colombia, ofreció el viernes al Festival Internacional de Cine, el azar me sentó muy cerca de Mariana Garcés, la señora Ministra de Cultura.
A la altura de los postres, la estrella del festival, el magnífico actor norteamericano Harvey Keitel, quiso saludar a la ministra, y Munir lo trajo donde ella, que, al verlo acercarse, se puso de pie. Los dos quedaron frente a frente, pero en el acercamiento yo quedé prácticamente entre ellos y no pude evitar escuchar lo que hablaron.
El saludo fue amable y protocolario. La ministra valoró y agradeció la presencia de Keitel en Colombia, pero este le informó estar muy conmovido por las palabras del presidente Santos en su discurso de apertura, cuando reconoció al cine la importancia de interpretar la realidad y se sintió orgulloso de su desarrollo en Colombia.
“Se necesitan gran valor civil y condiciones de liderazgo para que un presidente haga este crossover desde la política y encomie el papel del arte en la vida”, le confesó Keitel a la ministra, lo que reiteraría durante la rueda de prensa el sábado.
“Los artistas no debemos dejar a los políticos la interpretación de la realidad”, había dicho el actor antes de que una periodista acuciosa lo señalase entonces en aparente contradicción con su opinión sobre las palabras del Presidente. “Ah, es que eso es distinto”, apuntó Keitel e insistió en la noción de crossover. “En su discurso, en lugar de interpretar la realidad colombiana desde una perspectiva política, el Presidente cruza esta línea para apoyar el arte e interpretar la vida desde el arte mismo. Esto no lo dice un político. Lo hace un líder”, comentó en sus palabras Harvey Keitel.
En su conversación con el actor, la ministra Garcés agradeció sus palabras y enfatizó que, lejos de toda política, el caso del Presidente era el de un ser humano comprometido con el cine.
Heriberto Fiorillo
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