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Editorial: Asteroides y meteoros

Editorial
El mundo se sorprendió ayer con las imágenes de un meteorito que cayó sobre la región central de Rusia y provocó una terrible explosión que dejó más de un millar de heridos. Las impresionantes imágenes de una inusitada cantidad de cámaras de video muestran una escena que es familiar para los fanáticos del cine de Hollywood: un haz de luz que cruza el firmamento, un destello cegador y una línea de fuego en el cielo, como trazada por la mano de un dios enfurecido.
El evento celeste coincidió con el 'encuentro cercano' con un asteroide, el 2012 DA14, que pasó a 27.000 kilómetros de nuestro planeta. Con 45 metros y más de 130.000 toneladas, es el objeto de mayor tamaño que se haya acercado tanto a la Tierra desde que la Nasa comenzó a rastrearlos. Si hubiera golpeado al planeta, habría liberado la energía de una bomba termonuclear.
Ambos incidentes recuerdan una verdad que a menudo olvidamos: la órbita de la Tierra intersecta a menudo las de incontables objetos que deambulan por el espacio y de vez en cuando ocurren las colisiones. Lo vimos en 1994 con el cometa Shoemaker-Levy 9, que chocó contra Júpiter. Según la Nasa, un asteroide de un tamaño igual o superior al del DA14 puede impactar la superficie terrestre cada 1.200 años. En este momento, medio millón están 'relativamente cerca' de nuestro planeta. Entre ellos se cuenta Apophis, un asteroide de 270 metros que pasará muy cerca de la Tierra en el 2029.
No es para entrar en pánico, pero hay que ser conscientes de lo que en el inmenso espacio se mueve. Muchos eligen confiar en la capacidad tecnológica de la humanidad para rastrear estos objetos y, si es necesario, destruirlos o desviarlos. Pero la verdad escueta es que resulta imposible detectar todos los objetos que se dirigen hacia nosotros, en especial aquellos llamados pequeños, como el meteorito de Rusia. El mismo DA14 fue descubierto, apenas, el año pasado.
Por ahora, podemos rastrear a unos cuantos gigantes. Pero destruirlos no parece tan real, aunque hay sectores de la comunidad científica que creen que poseemos la tecnología para lograrlo. Otros no se muestran tan confiados. Por eso, reclaman de las potencias espaciales una mayor inversión en programas de investigación y prevención para que, algún día, la humanidad pueda mirar tranquilamente al cielo.
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