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Historia para hacer reír a una mariposa

La historia de una mariposa que no había logrado dar su primer vuelo.

Manuel Iván Urbina Santafé
En el décimo año de su vida, La Mariposa conoció un diciembre.
¿Cómo puede ser posible, si habían transcurrido al menos nueve diciembres desde que nació? Bueno, si se tratara de una mariposa limonera nacida entre enero y febrero, es claro que no conocería diciembre, porque la vida de esa chiquilla no pasa de los diez u once meses.
Pues no lo conoció. Y no era una mariposa limonera, ni verde ni amarilla. Sino Andrea, La Mariposa. Es necesario decir que es Andrea una niña mariposa grande, de cuerpo amarillo y alas tricolores. Luce en su rostro una constelación de cinco lunares, y dos ojos grandes, negros y verdaderos. Dos y verdaderos, hay que aclararlo, porque la mariposa pavo real utiliza cuatro ojos falsos para asustar a los pájaros hambrientos.
Cuando Andrea aún vivía con su madre en el campo, las fiestas de Navidad y Año Nuevo las pasaba sola en la finca, mientras los adultos se iban de fiesta al pueblo. No hacían pesebre, árbol de navidad o adornos. "No hacían nada. Todo era triste por allá".
"Cuando entré a Bienestar -dice Andrea, refiriéndose al tiempo en que el Instituto de Bienestar Familiar la tomó bajo su protección-, en el primer hogar no fue bonita la Navidad: el árbol estaba apagado y todos se acostaron temprano". Apenas a los once años recibió su primer regalo: una muñeca Barbie que le trajo su madre sustituta. "Jugaba con ella y le hacía ropa. Luego he tenido muchas, incluso muñecas enfermeras, pero todas las dañé".
La caída
¿De dónde viene La Mariposa? ¿Por qué ahora se posa en una silla de ruedas?
Cuesta creerlo: una mariposa comienza por ser un gusano de lo más feo y tragón. Bueno, antes de eso es un huevo, y viene de un árbol, como todo el mundo.
¿Que hay seres que no nacen de los árboles? Tal vez, pero también hay árboles bajo la tierra y dentro del agua.
Pero no es el caso de Andrea, por supuesto: desde niña ella fue un gusano hermoso. Sin embargo, algo cambió.
No recuerda muy bien: estaba sentada al borde de un camino.
"Cuando me fui a parar me dio mareo y me caí", cuenta ella. Tenía cinco o seis años. Fue cayendo hasta una quebrada y tuvo que salir sola con el pie lastimado. "Me fui arrastrando hasta la casa, que quedaba lejos".
Su madre no la llevó al hospital. "Lo que hicieron fue pegarme. Mi abuelo me pegó con una correa, porque -dijo- fue por mi culpa que me caí por allá. Después me llevaron adonde unos brujos, que me hacían curaciones. Pero no sirvió de nada".
Después de eso no volvió a caminar.
Los oficios
En sus primeros recuerdos hay naranjas y mandarinas. Quizá Andrea sea una mariposa de mandarino. Y había un río...
"Me mandaban a lavar la ropa al río". Lavaba la ropa del padrastro.
"Yo no quería pero me tocaba. Si no hacía caso me pegaban con la correa. A veces me ponían a lavar loza, pero se me caían los platos. Entonces me pegaban".
Como tenía que ir gateando, se lastimaba con las piedras del camino. "A veces llovía y se crecía el río. El agua se ponía roja". Y por supuesto, "¡había unos pescaditos máaass liiiiindos...!". Las íes y aes que se repiten tienen mucho que ver con la belleza plateada de esos peces niños.
Tenía catorce años cuando empezó a estudiar: "Fue horrible la primera vez. Había un niño que me tenía rabia y me rompía los cuadernos". Se encontraba ya en el primer hogar sustituto de Bienestar Familiar.
¿No te puso a estudiar antes tu mamá? ¿No te enseñaron en casa las primeras letras? -le pregunté-. "Nadie estudiaba allá, ni mis hermanos, ni siquiera mi mamá. Ella decía que no sabía leer".
La mariposa dejó de sonreír
¿Qué le puede molestar a una mariposa, al punto que deje de sonreír? Bajar de su silla de ruedas, por ejemplo, cuando no existe una rampa de acceso. "Me cansaba mucho bajándome y subiéndome a la silla. Se me ensuciaba el vestido".
Molesta no poder dibujar como quisiera las redondas palabras que escribe su maestra en el tablero. Sentir dolor en los dedos en vez de estar alegre frente a una plana de vocales hermosas, aunque un poco sucias y acompañadas de sombras mal borradas.
Pero le molestó de manera especial cuando sus piernas no le hicieron caso, no sostuvieron su cuerpo y sus alas, luego de que se hizo ilusiones con una operación que las liberaría un poco, las haría más adecuadas para algunos vuelos o pasos.
El médico le anunció que iba a caminar; pero no se ocupó de explicarle qué tan largo sería el camino. O acaso la alegría no le permitió a ella escuchar.
El tiempo que transcurre parece perderse cuando no se cumplen nuestros deseos. Sin embargo, es un tiempo necesario, como es preciso para la mariposa monarca esperar la noche entera antes de emprender su primer vuelo.
Por eso nació este relato: en abierta batalla contra la ira y el tiempo que se demora. Es la pequeña historia de una mariposa, pero cumple una importante misión: hacerla sonreír. A veces escasean las sonrisas, especialmente en los segundos, días o años de la espera.
De los animales que agrandan a una mariposa
Generalmente las mariposas trabajan polinizando las flores. Andrea, por su parte, quiere ser veterinaria.
"No me gustan los animales que se arrastran, son feos: las serpientes, los gusanos", dice Andrea. "Me gustan las aves, los loros. Por los colores. Y los elefantes, porque son grandes". "El caracol también es bonito", añadió. Pero es un animal que se arrastra, le recordé. "Sí, pero tiene casa". Y concluyó: "Mi animal favorito es el gato".
En casa hay un gato que tiene la mamá enferma. Cuando la gata estaba embarazada, un vecino le dio una patada. Ahora no puede moverse. "Dio a luz tres gatos, pero se le murieron dos. Ahora solo tiene uno". Que murió después.
"A ese señor lo odio, porque los animales no tienen la culpa de nada", dijo Andrea cuando me relató de la muerte del último gato.
¿Suena dura la palabra 'odio' en boca de una mariposa? Pues bien: es solo una palabra, puede usarse para nombrar la rabia.
Gritar su nombre es una forma de lanzarla fuera, que se estrelle en el viento y se desvanezca, que de repente la olvidemos. Algunas heridas también se pueden curar con un soplo. O una caricia.
Se llama Michú.
¿Quién?
La gata.
Gitana o quelonia
En la fiesta de los niños se disfrazó de gitana. Estaba realmente hermosa y orgullosa de su traje rojo. Primero se levantó de su silla de ruedas y posó con los otros niños del hogar. Me sorprendió porque nunca la había visto dar pasos. En ningún momento permitió que la ayudara. Luego se sentó en el suelo y extendió la falda para una nueva fotografía.
Me mostró que ahora leía muy bien: hizo una excelente lectura de los primeros borradores de su Pequeña historia. Me contó, luego de la operación, de lo mucho que le dolió llevar el yeso pesado -"me movía y lloraba"--, y que todavía le duelen las rodillas. Para huir de ese tema le pregunté por el momento más bonito de su infancia. "Ninguno tuve bonito", me respondió de inmediato. Le sugerí que recordara los juegos con sus hermanos menores. "No me gustaba jugar", añadió con la misma velocidad. A pesar de que estaba alegre y orgullosa con su disfraz, se sumió en uno de esos silencios suyos que quizá le vienen de estar mucho tiempo en una silla.
Silencio
¿Has vuelto a saber de tu mamá?, le pregunté.
"No. A ella no le importó nada de mí, no le importó que me fuera. Decía que era mejor que Dios se acordara de mí, que me muriera, porque yo era un estorbo, iba a bregar mucho conmigo. Mi padrastro me amenazaba con una jeringa".
¿Te gustaría volver a verla?
No.
(...)
Se quedó viendo un momento al Hombre Araña en la televisión. Luego, cuando se dio cuenta de su distracción, volvió a mirarme.
La iluminó una sonrisa de mariposa sorprendida. Escribir los silencios de Andrea no es tarea fácil; pero es bueno aprender a callar, estar al lado de los amigos simplemente, y resistirse a repetir esas frases de consuelo y resignación que todo el mundo usa y no significan nada, que a veces incomodan a quien sufre, o lo ofenden.
Andrea es una de esas mariposas que se van posando sobre lugares y días en silencio. Sonrió cuando le fuimos agregando al relato fotografías suyas y de las niñas de la escuela, de su nueva mamá y de su maestra. Incluso cuando le recordé sus enojos, sonrió, y releyó con calma los pasajes dedicados a los momentos poco gratos. Una historia puede impulsar a volar, a caminar o hacer sonreír a una mariposa. Y no son misiones sencillas alzar el vuelo o dar un paso, no es un logro pequeño sonreír.
Sobre el autor
Manuel Urbina nació en Norte de Santander (1967), recibió el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus (2011) y ha publicado varios títulos de literatura juvenil, entre ellos 'Donde los ángeles anidan'..
Manuel Iván Urbina Santafé
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