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El mundo de los samaritanos: 'los verdaderos guardianes de la Torá'

Estrictos en sus reglas, se han visto obligados a salir a otras tribus en busca de mujeres.

Jana Beris
Se sabe que en tiempos de Bizancio eran más de un millón. Hoy dicen estar felices de ser escasos 750. Están divididos en dos comunidades: en el monte Grizim junto a Nablus en Cisjordania y en la ciudad de Holón, dentro de Israel. No aceptan conversiones de hombres que se sumen a su fe, ya que tienen tres veces más hombres que mujeres.Pero siguen adelante, seguros de que los espera un luminoso futuro.
Son los samaritanos, conocidos en hebreo como shomronim, palabra que deriva de shomrim, guardias, ya que sostienen que son los verdaderos guardianes "de la Torá", aunque rezan postrados como los musulmanes.
Visitarlos es como viajar hoy en día a la antigüedad. No les faltan aparatos eléctricos ni todo lo que llega a su zona como símbolo de modernidad. Pero escuchar sus explicaciones sobre su religión y su forma de ver las cosas genera la sensación de volver hacia atrás en el tiempo.
"Allí, en esa colina, se creó el mundo". Nada más y nada menos. Con esta afirmación, Rajai Altif (cuyo nombre en hebreo es Ben Yehuda), señala hacia la colina que se ve claramente desde la calle de su casa en la localidad de Kfar Luza, en el Monte Grizim, asegurando que "es un lugar sagrado". Es que él y todos sus hermanos , miembros de la comunidad de los samaritanos, están convencidos de ello: en "la cima del mundo" comenzó todo.
Esta es una de las creencias más básicas de los samaritanos, un grupo étnico-religioso cuyos orígenes no están totalmente claros, pero que afirman ser descendientes de dos de las tribus bíblicas del antiguo Israel, antes del exilio impuesto a Babilonia. Para ellos, que creen solamente en el Pentateuco (la Torá, o sea los primeros cinco libros de la Biblia) y en Moisés prácticamente como segundo del propio Dios, es allí, en esa cima -y no en Jerusalem, a diferencia de lo que creen los judíos-, donde debe verse el santuario principal. Sostienen que a su lado, debajo de los restos de una iglesia bizantina, estaban las ruinas de su Gran Templo Sagrado.
Tres veces al año, en las fiestas de peregrinación -existentes también en el judaísmo-, los samaritanos ascienden de la aldea en la que viven hacia la colina sagrada. Pero también desde abajo, en sus casas en el monte Grizim, explican que su vida misma está basada en la religión samaritana y que para ellos no hay laicos y religiosos.
Todo gira en torno a los preceptos de su credo, estrictos en muchos aspectos, como al exigir que la mujer viva separada de su esposo no solo durante la menstruación sino también después del parto: por sesenta días si nace un varón y por ochenta si nace una niña.
Para los samaritanos, no hay términos medios. Un ejemplo claro de ello es el precepto del ayuno en el Día del Perdón, en el que se considera -tal como lo explican los judíos- que Dios da al hombre una oportunidad para expiar sus pecados a través del arrepentimiento y la oración. A diferencia de los judíos, para quienes el Día del Perdón es también su fecha más sagrada, los samaritanos no permiten eximir a nadie del ayuno y tienen la obligación de cumplirlo también los niños pequeños, ancianos y enfermos.
Y lo cuentan con orgullo.
Y casi con el mismo espíritu, explican que son fieles a su tradición "a pesar de las condiciones singulares en las que vivimos", según las palabras de Ben Yehuda (Rajai) y su prima y esposa Mazal (Shifa, en árabe), que alternan el árabe, el cual les resulta tan natural con el hebreo, que dominan pero no tan a la perfección.
Entre dos mundos
No es difícil entender su percepción de las "condiciones singulares". Con observar un poco el camino hacia el monte Grizim en el que se encuentran, es suficiente: cruzando territorios que se hallan bajo responsabilidad civil palestina y bajo responsabilidad de seguridad israelí, mientras la aldea misma en la que residen es territorio bajo gobierno palestino y la colina sagrada hacia la que dirigen sus rezos, "en la cima del mundo", es territorio bajo gobierno de Israel.
Con esto de fondo, no sorprende que los samaritanos tengan cédula de identidad israelí y palestina, hablen árabe y hebreo, trabajen y estudien en la ciudad palestina de Nablus junto a la cual viven, tengan puestos también en la administración israelí y hasta mezclen en sus propios nombres los dos mundos junto a los cuales existen. Hasta el propio Gran Sacerdote de la comunidad es un símbolo de ello: Aharon Abu Al-Hassan Cohen.Tenían un representante en el Parlamento palestino, pero reciben todos sus tratamientos médicos en Israel. Están, sin duda, entre dos mundos.
"Andamos como pisando gotas", dice Shukri Altif, uno de los líderes de la comunidad, al entrar de visita a la residencia de Rajai (Ben Yehuda), como se acostumbra en los días de la fiesta de Sucot Samaritano (la Fiesta de las cabañas), que se celebró hace poco, un mes después de lo que lo hicieron los judíos, recordando las chozas en las que vivían los israelitas guiados por Moisés, al salir de Egipto en camino a la Tierra Prometida.
No quiere dar detalles ni ser demasiado explícito. Pero Rajai interviene y explica: "Queremos vivir en paz y tranquilidad con todos, eso es lo que nos caracteriza". De todos modos, el hecho de que la cabaña que él construyó para la fiesta (su sucá) no esté en su patio, sino en el comedor de su propia casa, demuestra que hay una tradición de cautela ante el entorno no samaritano.
Pero las dificultades vienen también de adentro. Son tres veces más hombres que mujeres, por lo cual no reciben hombres conversos a su religión, pero tienen que resolver el problema de la falta de mujeres.
En los últimos diez años, representantes de la comunidad han viajado a Ucrania a conocer mujeres que estén dispuestas a sumarse a ellos y las traen para contraer matrimonio con jóvenes samaritanos en el monte Grizim. En general las combinaciones funcionan bien y según Ala, casada con un familiar de Rajai, "me han hecho sentir como en casa". Durante seis meses están "a prueba" para ver si la unión funciona, si pueden adaptarse a las costumbres estrictas de la religión y se convierten así en parte integral del grupo. En la comunidad samaritana en Holon, dentro del Israel soberano, los "agregados" han llegado de otra fuente: judías israelíes que contrajeron matrimonio con jóvenes samaritanos. El gran sacerdote Aharon HaCohen, de 86 años, termina por decir: "Vamos creciendo, todo irá bien".
Jana Beris
Para EL TIEMPO
Jerusalén.
Jana Beris
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