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La violencia colombiana del medio siglo

Prólogo escrito por el historiador Eric Hobsbawm en un libro que habla de la violencia colombiana.

Eric Hobsbawm
Bandoleros, gamonales y campesinos
Gonzalo Sánchez y Donny Meertens
El caso de la Violencia en Colombia
Prólogo de Eric J. Hobsbawm
El Áncora Editores
Los años de la Violencia constituyen un episodio tan crucial en la historia reciente de Colombia que, para los lectores colombianos, resultará evidente de inmediato la trascendencia de cualquier trabajo serio de investigación sobre el tema. Este libro es, sin duda alguna, una contribución muy importante a la historia de la Violencia, y especialmente a la de su oscura y última fase, que se iniciara luego de la formación del Frente Nacional. Los autores no sólo han demostrado ya su habilidad en este campo, sino que hacen uso sistemático de fuentes poco exploradas antes por los historiadores, como en el caso notable de los procesos judiciales adelantados contra las principales cuadrillas del bandolerismo entre 1957 y 1964. Sin embargo, aunque el interés de este libro es obvio para el público colombiano, no sobra resaltar los méritos particulares de la obra.
Para cualquier persona que pertenezca a lo que los autores llaman “la generación de la Violencia” —es decir, para las que vivieron los años de 1945 a 1965—, es excepcionalmente difícil ver en perspectiva histórica esta conmoción social y política. Si bien es cierto que fueron válidos y muy valiosos los primeros intentos de registrar, documentar y analizar el fenómeno —piénsese en los dos volúmenes de Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, publicados en 1962—, también es innegable que ellos fueron escritos cuando apenas comenzaba a menguar el calor de la batalla. Sería absurdo pretender que los colombianos permanezcan neutrales ante los eventos que se desarrollaron en aquellos años y que no estén aún involucrados en los problemas que dieron origen a la Violencia, o en sus consecuencias. No deja de ser admirable, por lo tanto, que ya sea posible una investigación capaz de colocar en perspectiva histórica los sucesos ocurridos entre 1945 y 1965, lo que no es frecuente en los países donde los historiadores tratan de aproximarse a episodios cruciales del acontecer nacional que han tenido lugar durante el tiempo de su propia vida.
Los lectores colombianos —y hay que esperar que este libro sea leído en varias latitudes— deberían, por supuesto, encontrar interés en los hechos registrados durante la Violencia. Esta etapa de profundas transformaciones en Colombia, muy poco conocida fuera de sus fronteras, configura un capítulo extraordinario de la historia del siglo XX, un siglo que hasta la fecha ha presenciado más y mayores revoluciones sociales —culminadas, abortadas o apenas gestadas— que cualquier otro. El enfoque del presente trabajo, no obstante, abarca un terreno de estudio aún más amplio, ya que sitúa la investigación de los últimos años de la Violencia en el marco de un fenómeno más general que se ha presentado en muchas partes del mundo: el bandolerismo, no visto simplemente en razón de su naturaleza “criminal”, sino en sus relaciones con la política y la sociedad de una época determinada. Aunque las guerrillas abiertamente políticas al estilo de las agrupaciones liberales o comunistas del período “no pueden incluirse bajo la categoría analítica de ‘bandolerismo’”, como señalan los autores de manera inequívoca, es también evidente que, desde la instauración del Frente Nacional y la terminación formal de la guerra civil, los integrantes de las cuadrillas que siguieron activas en muchas regiones del país pueden y deben ser descritos en calidad de bandoleros. Y en efecto, resulta difícil discrepar de los autores cuando afirman que el bandolerismo colombiano, de 1958 a 1965, constituye el más vasto y formidable acontecimiento de su género en la historia occidental del siglo XX.
Ciertamente, las cuadrillas en armas de la última fase de la Violencia estaban conformadas, en su abrumadora mayoría, por bandoleros. Es asimismo incuestionable que el bandolerismo fue una manifestación social y política, y a ello se debe el hecho de que proporcione un cuerpo único de materiales que ayudan a entender y a desenmarañar las relaciones entre el bandolerismo como fenómeno de masas y la economía, la política y la protesta social, es decir, las relaciones entre los bandoleros, los campesinos y los gamonales, por una parte, y entre todos ellos y el Estado, por la otra.
La característica más significativa del “bandolerismo social” propiamente dicho es la de que éste está reconocido, tolerado e incluso respaldado localmente, y la de que no podría sobrevivir durante largo tiempo —al menos en las áreas rurales— sin el reconocimiento, la tolerancia y el respaldo que le brinda la población. En la extensa literatura histórica sobre el bandolerismo existe un gran debate, que en parte han resumido Sánchez y Meertens en el primer capítulo, acerca de por qué se tolera tal “bandolerismo social”. Haciendo a un lado las razones del terror, que al fin y al cabo imperó durante períodos relativamente cortos, la controversia gira alrededor de por qué y cuándo los bandoleros dejan de ser considerados como simples delincuentes, en la misma forma en que probablemente lo han sido casi todos los salteadores de la historia, al menos mientras se encuentran vivos y en el vecindario. Cualquiera que sea la respuesta, los autores demuestran que entre 1957 y 1964 la mayoría de los bandoleros colombianos continuaba disfrutando del apoyo que en sus zonas de operación les ofrecía el campesinado, el cual los calificaba de “guerrilleros” o de “muchachos del monte”, esto es, de “rebeldes con causa”. ¿Por qué? Sánchez y Meertens sugieren, a mi juicio convincentemente, que este bandolerismo popular surgió en ciertas regiones como una “respuesta campesina anarquizada y desesperada” a una serie de derrotas, desilusiones y frustraciones fraguadas desde la época del New Deal de López Pumarejo. Dicha modalidad de bandolerismo nació de las ruinas de fuertes y bien estructurados movimientos campesinos de izquierda, como indica su comparativa fortaleza en zonas donde tales movimientos se mantuvieron a pesar de todos los ataques de que fueron víctimas.
Hay un debate aún mayor sobre la importancia relativa que tiene para este bandolerismo el apoyo de los campesinos y de los gamonales, o, en un sentido más general, sobre cuál es exactamente la forma que adopta el triángulo “bandoleros-gamonales-campesinos”. A mi entender, Sánchez y Meertens señalan concluyentemente que el bandolerismo de la Violencia colombiana no se puede explicar sin tomar en cuenta las lealtades partidistas, profundamente arraigadas, que atravesaban las divisiones de clase y daban a los bandoleros liberales en las áreas liberales —y a los conservadores en las áreas conservadoras— legitimidad, apoyo de los caciques políticos de nivel local —aun contra la hostilidad manifiesta de sus jefes nacionales—, así como no pocos enemigos, incluidos los campesinos del otro partido, por quienes los del bando opuesto no sentían la menor simpatía. Pero los autores demuestran, además, que el factor crucial que determina la suerte de los bandoleros es el apoyo o la hostilidad de las estructuras locales de poder, que inicialmente estaban a favor de “sus” cuadrillas no sólo por razones de partido o de provecho económico —particularmente en las zonas cafeteras—, sino también por el repudio que provocaba la centralización creciente del aparato del Estado. Y a la inversa, las estructuras locales de poder abandonaron a los bandoleros no sólo por la progresiva integración de aquéllas al nuevo proyecto político nacional, sino también por la vaga pero discernible radicalización política de muchas bandas, lo que revivió en menor escala los temores del primer período de la Violencia (1948-1953): que la acción autónoma de los campesinos armados pudiera escapar al control del sistema bipartidista y adquirir una dirección social revolucionaria. A su turno, cuando las élites locales les retiraron su apoyo, los bandoleros no sólo quedaron desprovistos de los recursos y los privilegios que los mantenían inmunes, sino que también perdieron la posibilidad —que había existido anteriormente— de reintegrarse a la vida política de la nación. Y aterrorizados, impotentes, confundidos en el plano ideológico y forzados cada vez más a vivir a costa de “sus” campesinos, terminaron esperando a que los liquidaran en medio de un creciente aislamiento.
Por consiguiente, el bandolerismo de Sánchez y Meertens es en esencia más político que social, o, para utilizar un término ambiguo, “pre-político”. Esto equivale a decir que no puede ser entendido sino como parte de la historia de Colombia —en relación, por ejemplo, con el papel que ha desempeñado en ella la dicotomía liberal-conservadora—, y más precisamente como parte de la historia de Colombia entre 1930 y la revolución cuya “marcha” fue, para tantos colombianos pobres, algo más que la frase de un político, pero que abortó sangrientamente después del asesinato de Gaitán en 1948. En cierto sentido, más que el preludio primitivo de la organización campesina, fue un fenómeno “post-político”, si se quiere, y es posible que la marcada especificidad del contexto colombiano haga difícil generalizar, a partir de “Chispas”, Efraín González, “El capitán Desquite”, “Pedro Brincos”, “Sangrenegra” y el resto, sobre el bandolerismo de otras partes del mundo o de otros períodos históricos.
Sin embargo, la capacidad analítica de los autores, la riqueza de su información y su agudeza para ver el fenómeno colombiano en perspectiva histórica son tales, que todos los estudiosos del bandolerismo y de la política de la sociedad preindustrial les estarán profundamente agradecidos. Los autores aportan material invaluable para el estudio comparado y, con frecuencia, ejemplares análisis de problemas específicos —verbigracia, de las condiciones que favorecieron la excepcional concentración del bandolerismo en las zonas cafeteras y de la composición social y el reclutamiento de las bandas y de sus líderes.
El estudio histórico del bandolerismo se ha desarrollado con mucha rapidez en los últimos veinticinco años. La literatura sobre el tema, ya copiosa y a menudo de alta calidad, crece constantemente. Sánchez y Meertens han hecho una notable contribución a la misma.
Eric J. Hobsbawm
1983
(Traducción de Felipe Escobar)
Eric Hobsbawm
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