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La historia de un sábado en llamas para la prensa colombiana

Hace 60 años, integrantes de una marcha quemaron instalaciones de EL TIEMPO y 'El Espectador'.

ENRIQUE SANTOS MOLANO
El sábado 6 de septiembre de 1952, las llamaradas que a partir de la una de la tarde se proyectaron sobre el cielo bogotano no sorprendieron. Parecían la consecuencia lógica del estado de exacerbación política desencadenado, primero, por la 'guerra santa' que un grupo de conservadores de la extrema derecha promovió para producir el exterminio físico del liberalismo colombiano; y, después, por la guerra civil que se desató como consecuencia de la reacción liberal contra la 'guerra santa'.
El liberalismo, cuyas mayorías dominaban ampliamente el Congreso, las asambleas y los concejos en todo el país, se dividió en las elecciones presidenciales de 1946 y perdió el poder. Sin embargo, la situación del partido vencedor era de ingobernabilidad absoluta, por cuanto los liberales mantuvieron intactas sus mayorías, lo que obligó al presidente electo a proponer un gobierno de Unión Nacional.
La Unión Nacional del presidente Mariano Ospina Pérez, apoyada por el jefe del conservatismo, Laureano Gómez, no impidió que la fracción conservadora partidaria de un férreo gobierno hegemónico diera comienzo a la 'guerra santa'.
Un sermón calenturiento, en Chiquinquirá, de un sacerdote de la Orden de Predicadores, al terminar el 25 de agosto de 1946 una misa de acción de gracias por la victoria azul del 5 de mayo, incitó a los fieles a cumplir con el sagrado deber de eliminar liberales.
Obedientes, los feligreses, a la salida de la iglesia, atacaron a reconocidos liberales chiquinquireños y mataron a cinco de ellos. Siguió el intento de asesinato en Tunja del miembro de la Dirección Nacional Liberal Julio Roberto Salazar Ferro, herido de dos puñaladas el 19 de septiembre.
El liberalismo amenazó con retirarse de la Unión Nacional. Tras las declaraciones del presidente Ospina, que ofreció al Partido Liberal las garantías más amplias, se mantuvo la colaboración; pero no estaba en las manos del presidente Ospina cumplir su oferta. La violencia se salió de madre y un tsunami de sangre cubrió el territorio nacional.
El 'pacto tripartito'
Liberales y conservadores se horrorizaron con la situación de violencia. En agosto de 1947, el ministro de Gobierno, Roberto Urdaneta Arbeláez, reunió en su despacho a los jefes del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, y del Partido Conservador, Laureano Gómez.
Firmaron un 'pacto tripartito' por el cual se comprometían a adelantar gestiones que condujeran a la suspensión de la violencia y al retorno de la política civilizada. Tanto el presidente Ospina como Laureano Gómez fueron duramente criticados por los sectores del conservatismo que exigían el fin de la Unión Nacional y la instauración de un gobierno conservador hegemónico.
La buena voluntad de Laureano Gómez con el 'pacto tripartito' no pasaría de las elecciones para concejos municipales del 4 de octubre de 1947. En el intermedio aumentaron la violencia y la hostilidad política. Jorge Eliécer Gaitán subía el tono contra el gobierno conservador y calificó de farsa la Unión Nacional. El liberalismo puso más de 200.000 votos de mayoría en los comicios municipales de octubre del 47, resultado que encolerizó al doctor Gómez. El jefe conservador hizo una declaración áspera: "El liberalismo tiene 1'200.000 cédulas falsas". Hasta ahí vivió un 'pacto tripartito' de paz, que había nacido muerto.
La insurrección liberal en Villavicencio, el 12 de noviembre de 1949, oficializó la guerra civil. Las guerrillas liberales se organizaron en los Llanos, Antioquia, Tolima, Caldas, los Santanderes y el Valle. No obstante que se lanzó contra ellas el poderío militar del Estado, las guerrillas liberales, especialmente la del Llano, demostraron ser invencibles y estar en condiciones de vencer.
El país vivía en Estado de sitio permanente, y Bogotá, en toques de queda intermitentes, desde 1949. Laureano Gómez trató de buscar un acercamiento con los liberales por intermedio del expresidente Alfonso López, para lograr un acuerdo de paz.
El 6 de octubre de 1951, en uno de sus últimos actos de gobierno (se retiraría veinte días después, por grave enfermedad), el presidente Gómez respaldó la declaración conjunta de los directorios liberal y conservador, conocida como el Pacto del 6 de Octubre, por la cual los jefes de los dos partidos históricos acordaron las bases de entendimiento para retornar a la normalidad institucional y poner fin a la guerra.
El Pacto del 6 de Octubre suscitó un clima nacional contra la violencia, si bien los hechos violentos no cesaron. El 8 de febrero de 1952, la Dirección Liberal Nacional propuso una Cruzada Nacional de Paz, acogida por el expresidente Ospina Pérez y por el doctor Gilberto Alzate Avendaño, jefe de la mayoría conservadora de oposición al gobierno de Roberto Urdaneta Arbeláez y del binomio Álvaro Gómez-Jorge Leiva.
Las comisiones de paz recorrieron todas las capitales del país, las señoras se lanzaron a la calle en grandes manifestaciones pro paz, y en Bogotá convocaron una de más de 100.000 personas.
Nada conseguía detener la guerra civil. El 27 de agosto de 1952, seis policías cayeron en un ataque guerrillero liberal contra las estaciones de Zabaleta y La Cabaña, en Antioquia. El 2 de septiembre, en una emboscada de la guerrilla liberal del Tolima, en el sitio de La Rivera, murieron cinco agentes de la Policía.
La masacre de La Rivera suscitó la indignación repentina de los conservadores oficialistas. Los cinco agentes fueron declarados héroes y mártires y se les organizó en Bogotá un entierro solemne, efectuado el sábado 6 de septiembre. Concluido en el Cementerio Central el funeral de los cinco agentes, unas 300 personas marcharon en orden, a los gritos de "abajo el bandolerismo liberal, viva el Partido Conservador, mueran los asesinos de la Policía".
A la una y treinta de la tarde se dividieron en grupos, asaltaron los edificios de los diarios liberales EL TIEMPO y El Espectador y los quemaron. Inmediatamente, sin que ninguna autoridad hiciera el menor intento de impedirles su misión pirómana, incendiaron la casa de López, que colindaba, en la calle 24, con la del presidente Urdaneta Arbeláez, respetada por las llamas, destinadas con exclusividad a la residencia del expresidente liberal.
Los incendiarios sabían lo que hacían. En seguida, marcharon tranquilamente, en el mismo orden y con los mismos gritos, por la carrera 7a. hasta la calle 70, donde quedaba la casa del doctor Carlos Lleras, y le aplicaron idéntico tratamiento ardiente.
Luego, se disolvieron y se marcharon a sus casas, satisfechos de haber vengado la muerte de los cinco policías abatidos en La Rivera.
Entre las ruinas de EL TIEMPO, el 7 de septiembre el columnista Enrique Santos 'Calibán' escribió en su 'Danza de las Horas': "El futuro principia hoy. Y a él entramos con paso firme, sin miedo y sin rencor. Somos los mismos. Ni arrepentidos, ni vacilantes.
Acaso mañana se intente sobre nosotros una segunda manifestación. No importa. Si junto con los elementos materiales de que nos servíamos, caemos los animadores de esta tribuna del pensamiento libre de Colombia, otros recogerán la bandera. Pero no se hagan ilusiones de que conseguirán tender sobre todo un pueblo el manto del silencio".
ENRIQUE SANTOS MOLANO
Especial para EL TIEMPO
ENRIQUE SANTOS MOLANO
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