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¡Qué ron tan rico!

Antes bebíamos ron porque el vino era muy caro. Ahora pedimos vino porque está muy caro el ron.
Todavía quedan algunos rones populares, pero hallarlos es bien difícil, casi tanto como tener billete para comprarte un Zacapa Centenario o un Máximo Havana Club.
El mandato musical de Dolcey Gutiérrez: "Ron pa' to' el mundo" resulta cada vez más improbable. Hacerlo realidad supondría una gigantesca donación o aplicar su repartición por clases.
Negros y aborígenes inventaron el ron porque sus amos, los europeos, les tenían prohibido beber licores, pero cuando estos mismos amos descubrieron las virtudes del guarapo despojaron a los esclavos de su derecho y terminaron vendiéndoselo.
El padre dominico Jean Baptiste Labat sostiene que los esclavos fabricaron entonces "una bebida fuerte y brutal, a partir del guarapo de caña, que los alegraba y reponía de sus fatigas", lo que fue, sin duda, una revelación de los orígenes populares del ron. Pero muchos historiadores prefirieron, de modo discriminatorio, negar la verdad y atribuir al padre Labat, tan europeo como ellos, la invención del ron, "un brandy de caña que sirve para curar las fiebres".
El ron fue, pues, durante mucho tiempo, asunto de pobres y malandros. Bebida predilecta de piratas en el mar de las Antillas, se dice que todo pacto entre filibusteros se sellaba con un trago de ron y que uno de los emblemas de las banderas corsarias era un vaso de este licor. El temible pirata inglés Francis Drake habría dejado en castellano su propio trago, el Draque, a base de aguardiente.
Por extensión, el ron llegó a ser tan barato que, con el salario de un día, un trabajador de las colonias de Nueva Inglaterra podía mantenerse borracho durante una semana. Los marinos de la armada española, por dársela de nobles, nunca aceptaron beberlo, pero los de la armada británica, por razones prácticas de preservación, abrazaron su consumo, abandonando el de la cerveza.
En su prestigioso Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce dice que "el ron es una palabra utilizada por los abstemios para referirse a todas las bebidas, salvo el agua y el té", un genérico, como el aplicado al Mamarrón, ese tipo que bebe toda clase de alcohol.
Nada más peyorativo. Hasta hace poco se creía que beber ron sacaba lo peor del ser humano, una bebida sin finura, un alcohol de "carácter turbulento, un licor caliente e infernal, un trago barato y de mala calidad, con efectos peores, dolor de cabeza y guayabo".
Tomar ron, como dicen, era signo inequívoco de clase popular. Los ricos de entonces bebían licores importados mientras algunos pobres destilaban rones en alambiques caseros, muy primitivos, sin etiquetas ni botellas.
A partir de la introducción de nuevas tecnologías en los procesos de fabricación, empezaron a surgir en el Caribe rones ligeros, de gran calidad, con delicado bouquet, agradables al paladar. Atrás fueron quedando los más artesanales, los incendiarios, los "kill-devil", los "uña e' tigre", los "chispa e' tren".
El mercado internacional, curioso por el ron, empezó a demandar calidades comparativas con los demás licores, y los productores de ron sintieron que este arrastraba una condición de clase de la que había que librarlo. La prueba está en que, frente a un ron de primera, con la intención de elogiarlo, la gente lo rebaja diciendo que "es casi un coñac" o "me sabe finísimo, parece brandy".
Subir el ron de estatus ha sido el esfuerzo de numerosas marcas, en ocasiones con gran éxito comercial. Subir de estatus significa, según las leyes del mercado, invertir en calidad y aumentar los precios. Eso explica la espiral actual y esta botella de vino mendocino en la mesa.
Heriberto Fiorillo
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