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Editorial: Neil Armstrong

Editorial
El 20 de julio de 1969, millones de personas esperaban ansiosamente frente a los televisores la llegada de un momento histórico. Respondiendo al reto lanzado menos de diez años antes por el presidente John F. Kennedy, dos astronautas de Estados Unidos se aprestaban a caminar sobre la superficie de la Luna. Una vieja fantasía de los habitantes de la Tierra, expresada en mitos, cuentos, novelas, fábulas, canciones, pinturas y películas, estaba a punto de hacerse realidad.
La nave Apolo 11, diseñada para atravesar los 380.000 kilómetros que separan al planeta de su satélite natural, había partido de su base en Florida cuatro días antes con tres hombres a bordo.
Mientras uno de ellos permanecía en el aparato a 90 kilómetros de distancia, los otros dos habían guiado la cápsula de descenso, Eagle, a la superficie lunar. Unas horas después se abrió la puerta de la cápsula y bajaron por la escalerilla descolgada previamente los dos pilotos escogidos para la histórica misión.
El primero que lo hizo, empacado en el complicado traje de astronauta, fue Neil Armstrong, a la sazón de 39 años. En el momento en que su bota espacial marcó huella en el polvo selenita, Armstrong pronunció la frase que pasaría al disco duro de la historia: "Es un pequeño paso para un hombre y un gran salto para la humanidad". La Luna estaba conquistada. Edwin Aldrin descendió enseguida y se encargó de tomar fotos de su compañero, de la zona donde llegaron -el mar de la Tranquilidad-, de la bandera de Estados Unidos que Armstrong montó sobre la silenciosa arena y de la lejana esfera azul oscura de la que provenían.
Aquel terrícola que puso el primer pie en la Luna acaba de morir. Armstrong falleció el sábado a los 82 años por complicaciones cardiacas, pero su hazaña y la frase que él y su mujer acuñaron un día en casa quedarán para siempre. No fue un descubrimiento como el de Cristóbal Colón, mitad azar y mitad aventura, inimaginable sin el liderazgo del almirante. Fue un empeño colectivo, que Armstrong coronó con éxito y que solo once hombres más han conseguido.
En un mundo donde la fama enloquece y la soberbia envenena, Armstrong fue un tipo discreto y responsable. Ocurrió un 20 de julio. El mundo entero lo vio. Una cámara de televisión hizo que aquel instante nos perteneciera a todos.
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