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Necesidad de diálogo y acuerdos

Eduardo Posada Carbó
"La confrontación entre Santos y Uribe a prácticamente todo el mundo lo tiene sin cuidado", observó el gobernador de Antioquia, Sergio Fajardo. En efecto, parecería haber surgido una especie de consenso en el debate frente a las pocas voces que han sugerido la necesidad de un clima de mejor entendimiento entre ambos líderes. Importantes columnistas coinciden. "Déjenlos que se enfrenten", dice uno; "bienvenido el debate" dice otro. "La polarización no es mala": este sería el mensaje concluyente.
Comparto muchas de las razones aducidas para minimizar las preocupaciones sobre el enfrentamiento Santos-Uribe. Sin la posibilidad del disenso no hay democracia posible. Hay que defender los espacios para la oposición y sus críticas, pues ellos son siempre garantía de fiscalización y sirven de límites al poder. El debate no solo enriquece el proceso democrático, sino que es parte fundamental del mismo proceso. Las diferencias entre Santos y Uribe, además, no representan extremos opuestos en la lucha política.
Sin embargo, es necesario aclarar y hacer algunas precisiones.
En primer lugar, importa reconocer que las disputas entre Uribe y Santos se suman a un panorama más amplio de polarización entre las élites políticas, prolongada por más de una década. Durante las administraciones de Uribe, por ejemplo, el diálogo entre el Gobierno y los líderes de la oposición fue casi inexistente. Las preocupaciones por la polarización no se basan en una mera disputa entre el Presidente y su antecesor. Cubren un espectro mucho más amplio.
Segundo, es importante no subvalorizar los nefastos efectos que puede tener la polarización, incluidas sus consecuencias para el porvenir democrático. Repasemos el libro de Nancy Bermeo, Ordinary People in Extraordinary Times, un estudio que nos invita a distinguir entre la polarización de las élites políticas y la sociedad y a repensar su ocurrencia. Si bien aquella se manifiesta en diversos grados en los distintos grupos sociales, hay que advertir una premisa básica: "Cuando los actores políticos se polarizan, el terreno común que exigen los procesos democráticos (...) se erosiona".
Tercero, podríamos aprender mejores lecciones de las experiencias internacionales. En España, los partidos políticos mantienen y agitan sus diferencias programáticas. Pero ello no les ha impedido lograr acuerdos de enorme significado, tanto para sacar adelante la transición democrática en el pasado, como para luchar contra el terrorismo en épocas más recientes. En la Gran Bretaña, las políticas contra el terrorismo estuvieron también apuntaladas por acuerdos partidistas. Y en estas y otras democracias se ha apelado a los pactos para superar graves crisis.
Lo que lleva a un último punto: las circunstancias colombianas son extraordinarias. Lo seguirán siendo mientras sobreviva el conflicto armado. Desde estas columnas he abogado por la necesidad de un acuerdo mínimo, alrededor de una estrategia de seguridad conducente a la paz. Un acuerdo así, entre todas las fuerzas democráticas, estimularía la confianza doméstica y el respaldo internacional a las acciones del Estado, y serviría además de presión efectiva contra quienes persisten en la lucha armada. No tiene mayor sentido concebir marcos para la paz sin iniciativas que apacigüen el ambiente de crispación que domina en el país.
Nada de esto significa que se vaya a acabar el debate. Mucho menos puede equipararse a una propuesta de retorno a supuestas mangualas frentenacionalistas. Aquí, además, siempre ha habido debate, hasta en el mal entendido Frente Nacional. Tendríamos que distinguir mejor entre el debate y la polarización -esta última puede minar, y lo hace con frecuencia, el debate democrático-.
Eduardo Posada Carbó
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