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Con ecología renace el hotel del Salto del Tequendama

Con exposición sobre ecosistemas subterráneos reabre sus puertas el Hotel El Refugio del Salto.

CAROL MALAVER
El trabajo para poder creerse el cuento de revivir una casa cuyos planos se perdieron no ha sido fácil para estos profesionales, que un día decidieron luchar para que la fauna y la flora de los entornos del Salto del Tequendama sean protegidos. Es una labor que ya completa 15 años de golpear puertas y sufrir desilusiones. Han pasado más de dos décadas de total abandono, que dejaron a la imponente casa del Hotel El Refugio del Salto, sumida en el polvo y el olvido. Pero la Fundación Granja Ecológica El Porvenir da hoy el primer gran paso para sacar de la decadencia a la vieja obra arquitectónica de 1923.
Una lucha invisible que ha permitido que hoy se abra una exposición singular: es la primera piedra para que la obra arquitectónica no se desmorone por completo y pueda renacer convertida en museo, y con ella, todo del patrimonio ambiental, cultural e histórico de la región. No es solo eso lo que tiene en mente esta fundación. No se trata solo de abrir una nueva sede o de restaurar una vieja casona, sino de que esta se convierta en el símbolo de la recuperación del río Bogotá, una causa de pocos que este grupo de profesionales quiere convertir en meta de todos.
Entrar hoy a esta mansión, símbolo de lo que fue el gusto y la elegancia de la élite bogotana de los años 20, es sentir tablones que crujen al pasar, divisar paredes tapizadas de musgo, percibir detalles arquitectónicos que se caen a pedazos y, aun así, enamorarse de la exuberante belleza del lugar. Todo este palacio lanza un pedido de auxilio a los amantes de la historia para que no permitan que muera.
La Fundación Granja Ecológica el Porvenir y el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional dicen, con convicción, que un patrimonio ambiental que queda a poco más de 5 kilómetros de Bogotá y que fue un sitio sagrado para los muiscas no se puede perder. "Ya hemos adelantado inventarios de flora y fauna y queda demostrado que la ribera del río está más viva que nunca", dice María Victoria Blanco, directora ejecutiva de la Fundación.
Ellos han hecho lo imposible para impulsar visitas ecológicas de colegios, empresas y universidades, y para que participen de los recorridos a la granja ecológica, un terreno de 1.480 metros cuadrados en los alrededores del Salto, donde habitan especies como el oso de anteojos y búhos, entre otros, que sobreviven a la contaminación de la zona. Así, la fundación ha recaudado fondos para pagar las obras que hoy permiten que se pueda, preliminarmente, abrir un espacio.
Allí se expondrá a partir de hoy la muestra 'Cavernas', un programa museográfico a cargo de la Dirección de Museos y Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional, que se tomará el antiguo salón principal del Hotel El Refugio del Salto, hoy Casa Museo Salto de Tequendama Biodiversidad y Cultura.
Allí se ilustrará a los visitantes acerca de los ecosistemas subterráneos que han sido explorados en Colombia a través de los años por su gran variedad geológica. También exhibirá, a través de fotos y especímenes de colección, la fauna, y las formaciones rocosas propias de los sistemas subterráneos. " Este es el primer paso de una gran aventura cultural y ambiental", explica Blanco.
La historia
La casa fue construida en 1923 e inaugurada en 1927 por una firma alemana. Se cree que fue obra del arquitecto Carlos Arturo Tapias.
Su primer uso fue como estación terminal del ferrocarril del sur, que tenía una parada en El Salto del Tequendama.
Siempre fue una casa aristocrática de estilo francés, a donde solo ingresaba la primera clase de la élite capitalina. "Todavía hay una baranda del mirador original. La gente se bajaba del tren y llegaba a pie al mirador". Desde el punto de vista de la ingeniería, la casa es inusitada, porque se hizo en una época en la que no había vías de acceso fácil al lugar. "Fue hecha en un precipicio. Eso, para la época es sorprendente. Hace 85 años no teníamos ni maquinaria ni carreteras", comenta Blanco.
Debido a la masiva visita de personas, se decidió que la construcción se convirtiera en hotel y así se inauguró. Sus visitantes eran la élite capitalina y personalidades de todo el país.
Eran 1.480 metros cuadrados de construcción, cinco niveles, dos sótanos, dos pisos principales y el altillo y mil leyendas que comenzaron a tejerse alrededor del lugar. Como hotel, funcionó hasta mediados de los años 50. Lo que vino a continuación fue que el Ministerio de Obras Públicas, entonces dueño de la casa y de todas las estaciones del tren, decidió venderle esta a un particular.  A partir de ese momento, la construcción ha sido ocupada por varios dueños, incluida la Corporación Nacional de Turismo, que no la tuvo por mucho tiempo. "Ahí comenzó el degeneramiento de la casa. También por la contaminación del río. Por eso creemos que la casa puede jalonar su recuperación. Es una manera de convocar", sostiene Blanco.
En 1979, el señor Roberto Arias la compró para convertirla en un restaurante, que funcionó hasta 1986, pero razones personales lo hicieron abandonar el país y, con ello, el abandono cayó sobre la edificación.  Historias de fantasmas que asustan en la noche, personas que se emborrachan para luego saltar a la profundidad del abismo, han hecho de la casa también un símbolo muy bogotano del terror, al mejor estilo gótico.
Hoy, ni el Gobierno Nacional ni el Distrito, ni el Municipio de Soacha ni la Gobernación de Cundinamarca se han apersonado de la recuperación. Ni siquiera ha sido declarada patrimonio arquitectónico.
"Por eso, hoy, la única esperanza de este lugar es que las empresas y el Gobierno se unan a la causa de la fundación. Nos han dicho que aquí huele a feo y que quien va a querer venir acá. Incluso, que pasemos un plan para recuperar el río. No se imaginan lo que dicen los extranjeros cuando vienen ni el potencial que tiene", asegura Blanco.
Esta fundación comenzó a trabajar en el entorno, en una reserva ambiental, en 1994. La casa fue adquirida apenas el año pasado, gracias a una gestión de cinco años para lograr convencer al último dueño. "Un parto de quintillizos", es como Blanco describe el proceso de recuperación. Para que pusieran la luz, los creadores del proyecto tuvieron que esperar 18 meses. La Casa Museo Salto del Tequendama, Biodiversidad y Cultura espera llegar a ser una realidad total en pocos años.
Por ahora, solo necesita del apoyo de todos los colombianos y, en particular, de los bogotanos.
CAROL MALAVER
Redactora de EL TIEMPO
CAROL MALAVER
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