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'Traiciones de mi esposo me volvían loca' / Testimonio de un engaño

Esta abogada de 37 años de edad relata la historia de la que fue víctima por culpa de su pareja.

No fue una vez. Fueron muchas veces las que mi esposo me traicionó, no con una mujer: con muchas. Pero eso lo sabría mucho después.
Yo sentía que él estaba teniendo una relación por fuera de la casa. Era una sensación que no me dejaba tranquila.
Estaba trabajando y sentía la necesidad de llamarlo para saber qué estaba haciendo. Y cada vez que lo llamaba me contestaba: "Estoy ocupado, hablamos más tarde, estoy en una reunión". Siempre me sacaba el cuerpo.
Yo le pregunté: ¿Usted tiene algo con fulanita de tal? "¡No, cómo se le ocurre!, Esa vieja está muy fea, es un cuero", solía ser su respuesta.
Hasta que un día recibí una llamada anónima en mi trabajo, en la que me dijeron: "Su esposo está saliendo con fulanita. Pilas, usted no se merece que le hagan eso".
Sentí un patadón en el estómago. Un hueco. Temblaba. Era la confirmación de lo que estaba sintiendo. Me puse a llorar. No pude seguir trabajando. Esa noche me quedé en la casa de una amiga.
Al día siguiente lo confronté. Lo negó con enfado y me dijo que yo estaba loca. Terminé yendo al psiquiatra porque ese sentimiento era tan certero en mi corazón que yo dije: sí, me estoy volviendo loca porque tengo la certeza absoluta de que este 'man' tiene otras viejas, pese a no tener ninguna prueba.
Según la psiquiatra, con la que duré en tratamiento varios años, yo era obsesivo-compulsiva.
De una vez al mes con la psiquiatra pasé a ir una vez a la semana, porque me estaba enloqueciendo. No podía dormir ni comer. Había perdido 10 kilos. No podía verlo sin pensar: con quién se acaba de acostar. Él me besó un día y el beso me supo a colorete, y otra vez me supo a lo que huele el látex del condón.
Nunca más le volví a manifestar nada porque siempre me respondía: usted está loca. Pensé que iba a terminar en un sanatorio.
Ya pasado este episodio, me di cuenta de que estaba saliendo con otra mujer. Un día dejó abierto el messenger, y por ahí entré al correo; encontré varios mensajes en los que él le confesaba a otra todo el amor de la vida. Sentí que me moría de dolor.
Le reclamé y me dijo que era un ensayo que estaba escribiendo sobre el amor, y que la mujer era una compañera de trabajo. Dejé pasar eso, aunque en el fondo sabía que era cierto.
Sí, me hice la idiota. Después me enteraría de que lo que ella buscaba era que mi esposo me abandonara a mí y a mis hijos por irse con ella, algo que nunca pasó.
Mi locura se agudizó tanto que tuve que empezar a tomar medicamento psiquiátrico. Es una vaina muy jodida cuando usted cree que se lo está imaginando todo. La cosa siguió. Ella, la amante confirmada, tenía su novio, pero seguía teniendo relaciones con mi esposo.
Pasó el tiempo y un día la empleada de la casa nos invitó a una conferencia, a una iglesia, y escuchamos un testimonio en el que nos explicaron lo que pasa con la mentira y el engaño,  todo el tema del pecado. Y entonces esa noche llegamos a la casa y me dijo: "No puedo más con esto. Toda la vida la he engañado con esta, con esta y con la otra, y con esta también".
El número de mujeres con las que me traicionó no tiene sentido. No me van a creer que yo haya perdonado tantos cuernos. Pese a que procuraba estar siempre hermosa para él, se metía con cualquier cuero.
Porque el hombre en el momento en el que empieza a ser infiel, y no lo cogen, siente que es un juego y se convierte en una adicción que consiste en que necesita conquistar a todas las mujeres para demostrarse a sí mismo que es el más berraco de todos.
Cuando empezó a confirmarme que efectivamente me había traicionado con todas las mujeres de las que yo sospechaba, dejé de tomar pastillas. Ese día me sané porque me di cuenta de que no era una loca, ni que tenía la cabeza confundida.
Mi primer duelo fue conmigo misma: perdonarme por haberme maltratado tanto psicológicamente, por no haber tomado la determinación de dejarlo, por haberme quitado la tranquilidad, por haberme humillado. Por pisotear mi dignidad.
Yo no tomé esa determinación porque pensaba en mis hijos, en mi hogar. Porque yo vengo de un hogar disfuncional, donde mi papá siempre fue infiel, y no quería repetir esa historia.
En esa confesión me dijo: "Puede ser que tenga una hija". Y con una mujer a la que yo despreciaba. Él la buscó y ella le confirmó que sí era su hija. Es igualita. Tiene seis meses menos que mi hijo, lo que significa que mientras estaba embarazada se acostaba con ella.
La mujer se enfermó gravemente y él tuvo que enfrentar la realidad de ser padre de la niña, porque ella podría morir. Y yo he tenido que acoger a esa niña en mi casa, en mi hogar. Finalmente no tiene la culpa de nada.
Tenía dos opciones: quedarme con ese odio o pedirle a Dios que me ayudara a perdonar sin dolor. Me fui a donde un sacerdote y al final de la misa le dije: "Ayúdeme a sanarme. Mi esposo me fue infiel durante 12 años y tiene una hija fuera del matrimonio".
La oración y Dios me ayudaron a perdonar. No fue por mí, fue una cosa divina. Hoy estoy tranquila. Y él también, pues se liberó del pecado y dejó de sentirse perseguido, que es el lastre que deben cargar los infieles. Tenemos un hogar muy feliz, y aunque suene difícil de entender, volví a creer en él. Sé que no lo volverá a hacer.
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