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Desencanto, no hay verdad que valga

Solicité a mis lectores que propusieran cuál era el mayor engaño que habían sufrido en nuestra sociedad, en esta sociedad en la que mucho se orienta por no decir la verdad y hacer aparecer lo que es falso como cierto y se oculta la verdad. El optimismo no reina entre mis lectores. Son múltiples los engaños que sufren, desde los cotidianos hasta los que afectan a todos, los de carácter institucional, económico o político.
Se padece el robo, el asalto, la estafa. El engaño de los cándidos. Es común la infidelidad de los amantes, la traición de los amigos, el secuestro de herencias, la malversación del ingreso familiar o el abuso de confianza. El engaño entre extraños, vecinos, familiares y amigos. La gente tiene la impresión de que al final solo ganan los tramposos. No todo es delito, ni todos los delitos se declaran, pero cerca de una tercera parte de los delitos registrados van contra la vida, la integridad de las personas, su libertad individual, sexual, su moral y su familia.
Muchos dudan de las agencias que deberían estar a su servicio. Ven malas intenciones, explotación, incomprensible letra chiquita en los contratos, aumentos de tarifas o cobros inexplicables. Eso dicen de los servicios públicos, la telefonía, el comercio, el transporte y la banca.
Crece el descontento con las privatizaciones y la globalización. Casi la mitad de los delitos denunciados para el año en mención eran de carácter económico, contra protección de la información, la fe pública, los derechos de autor, los recursos naturales y el orden económico-social.
Pero las grandes instituciones son el mayor desencanto. Con su incapacidad de operar, la justicia ha perdido credibilidad y solo se perciben maniobras indelicadas de jueces y magistrados. Sin tanta lentitud en los procesos, tanta impunidad, el desencanto sería menor.
Umaña Luna, en los 60, identificaba a la impunidad como una de las grandes causas de la violencia. Hoy, instituciones como la Fiscalía o la Procuraduría son vistas como fortines para hacer cosas distintas para las que fueron creadas. Tampoco hay credibilidad de los políticos. Sus peleas no ayudan. Se dice que incumplen sus promesas y, lo peor, les consiguen puesto a los votantes. Por la corrupción de algunos políticos se ha perdido la credibilidad de todos. Mucha gente cree que la política es la forma de enriquecerse rápidamente en forma ilegal.
Ese es el marco de desilusión que la gente siente y expresa. Y esto ha sido histórico. Según sus asiduos seguidores, aunque no lo quiera, la telenovela sobre Pablo Escobar idealiza al peor criminal colombiano o, por lo menos, al más sistemático, organizado y poderoso que hemos tenido. Sus secuaces son fuertes. Los otros personajes, sus víctimas, parecen disminuidos y apocados. En el trasfondo, algo nos hace creer que Escobar se inventó esa cultura de la transgresión y el delito en Colombia. Yo creo que no. En el país ya estaban las bases de esa delincuencia, de esa cultura del desvío. Estaba entre los pobres y los ricos.
Ya Camilo Torres había escrito que otra de las causas de la violencia en Colombia era la obstrucción de los canales de movilidad social. Todos querían tener más y la sociedad no lo facilitaba. Eso empujaba a la gente a la conducta ilegal.
Los colombianos sufren frustración por sus instituciones, día a día son víctimas del desencanto. En el fondo, muchos sienten que es imposible cambiar nuestra realidad. La telenovela de Escobar nos engaña. No denuncia. Dignifica al personaje y con ello legitima en las mentes de las personas la viabilidad de lo ilegal. Todo se puede hacer si no se deja coger.
Para muchos, el error de "Pablito" fue el mismo de Hitler: perdió porque se metió a pelear con todos al mismo tiempo. Vaya moral.
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