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Editorial: Un monstruo de mil cabezas

EDITORIAL
Como ha sido noticia, una de las organizaciones criminales más poderosas y temidas de las últimas tres décadas en el país, la 'oficina de Envigado', acaba de perder a un nuevo jefe. Como ocurrió hace dos meses en Venezuela con la captura de 'Valenciano', la otra cabeza visible de esa tenebrosa organización, 'Sebastián' está en manos de las autoridades y preparándose para responder ante la justicia de Estados Unidos, que lo juzgará como gran capo del narcotráfico.
Se trata de un nuevo éxito de la Policía colombiana, que, como ninguna otra en el mundo, puede mostrar un impresionante palmarés en la dura y compleja tarea de 'cazar' a los grandes jefes del crimen organizado. En acciones conjuntas con autoridades vecinas o en quirúrgicas operaciones propias, esos grupos de élite, que persiguen a su objetivo incluso por años, han puesto tras las rejas o en la tumba a poderosos mafiosos, que lograron imponerse en la estructura del crimen con su enorme poder de violencia y corrupción.
Hoy, el 'reinado' promedio de estos capos apenas supera los dos años, e historias como las de los hermanos Rodríguez Orejuela y el mismo Pablo Escobar, que por décadas se mantuvieron al frente de sus imperios criminales, son cada vez más escasas.
La lucha de las mafias también es interna y brutal. En su puja por la 'oficina', 'Sebastián' y 'Valenciano' desataron una guerra urbana que, entre el 2009 y el 2011, dejó, según algunas autoridades, por lo menos 2.000 muertos en Medellín y su área metropolitana. Sin embargo, su captura está lejos de representar el fin de la organización, que nació en tiempos de Escobar y que es responsable de miles de crímenes ordenados por el narcotráfico y los jefes paramilitares desde los 80.
De hecho, como lo revelan las informaciones publicadas en este diario a lo largo de la semana, incluso desde meses antes de la caída de los dos gatilleros que terminaron convertidos en jefes había nuevos patrones en la 'oficina de Envigado'. En Medellín se mencionan con temor nuevos alias, como los de 'Mateo' y 'Mi sangre', que, según informes de inteligencia, controlan 'combos' y bandas encargados de ejecutar los asesinatos.
Todo esto exige proseguir sin pausa la persecución policial de los capos, pero el Estado y la sociedad están en mora de pensar en nuevas estrategias que realmente afecten el poder criminal de estructuras delictivas como la 'oficina'. El grupo, que empezó como una banda de sicarios, llegó, en tiempos del extraditado 'don Berna', a controlar comunas enteras de Medellín, y multitud de voces dicen que, incluso, hoy ese poder se mantiene.
En esas barriadas olvidadas por el Estado crecieron los sicarios que el cartel de Medellín utilizó en los años del narcoterrorismo. Muchos de sus hijos, e incluso nietos, están hoy en los 'combos' que maneja la 'oficina'. Por ello, romper la dinámica de pobreza y falta de presencia oficial, que termina surtiendo a los narcos de su carne de cañón, sigue siendo un reto para los colombianos.
Pero la justicia también tiene muchas tareas pendientes en esta lucha. Con 'Sebastián' se repite la historia de otros grandes delincuentes que sembraron de muerte el país y que, sin embargo, tienen procesos más sólidos, solo por narcotráfico, en los Estados Unidos. Y las investigaciones de la Fiscalía no han abierto aún el capítulo de los verdaderos dueños de la 'oficina', entre los que, como informó este diario ayer, se contarían poderosos empresarios y políticos. Develar quiénes son sus verdaderos jefes y su relación con algunos de los crímenes que más sacudieron al país, como el del recordado Jaime Garzón, es un paso necesario para desmontar realmente esa máquina de muerte.
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