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La obsoleta oposición a la marihuana

Luxemburgo. No se por qué el nuevo debate sobre la posibilidad de legalizar la marihuana en América Latina suena anticlimático. Debe ser porque entre una ruidosa deliberación internacional sobre el tema y la siguiente durante las últimas décadas, varios países, como Portugal, España, Italia y, desde luego, Holanda, entre otros, simplemente lo han hecho a diferentes niveles de manera callada y en general con buenos resultados.
Hasta los Estados Unidos, furtiva e hipócritamente, considerando la posición oficial de guerra contra las drogas mantenida hasta ahora, han permitido informalmente el consumo y el cultivo de marihuana tras la cortina de "uso terapéutico" aprobada por una docena de estados. En ciudades como Nueva York, Los Ángeles o San Francisco se puede hasta ordenar a domicilio. Obtener una prescripción médica para comprarla en los dispensarios licenciados es tan fácil como pedir fórmula para aspirina.
En Los Ángeles, la proliferación convenció al concejo municipal de la necesidad de aprobar una ordenanza para "cerrar" la mayoría de los más de 1.000 dispensarios de marihuana "medicinal" concentrados en zonas comerciales y residenciales. Si uno lee con atención, la medida no los cancela sino los traslada a sitios menos visibles.
La propuesta del Presidente uruguayo de una legalización de marihuana controlada y regulada por el Estado es legislativamente más radical que cualquiera de las adoptadas por otros países, incluyendo Holanda, donde más bien están retrocediendo los límites de tolerancia hacia las drogas.
La posición más cercana es la adoptada por Portugal, que en EL 2001 fue el primer país que explícitamente discriminalizó el uso personal de drogas. Eso significa que no hay arrestos ni castigos para portadores de dosis personales para menos de 10 días no solo de marihuana sino heroína, cocaína, éxtasis y metanfetaminas. De ser uno de los países con las más altas tasas de drogadicción en 1999 y después de haber gastado presupuestos millonarios en destrucción de cultivos, persecución de narcotraficantes, aumento de penas carcelarias para vendedores y consumidores, sin resultados, Portugal trata el problema de drogas solo como un asunto de salud pública. Los índices de abuso de drogas siguen bajando al igual que el peso para el sistema penal y carcelario y las tasas de muertes relacionadas con uso y tráfico de estupefacientes. Los temores iniciales de que el país iba a convertirse en un "paraíso para el turismo de drogas" resultaron infundados y el balance general es positivo.
En todo caso, para Latinoamérica ya es hora. Defender la guerra contra las drogas es simplemente retrógrado. No existen estadísticas, análisis o estudios que permitan afirmar hoy, después del inmenso daño causado dentro de tantos países a nivel de seguridad nacional, de pérdidas en vidas humanas, de valores cívicos, éticos, morales y sobre todo económicas, que existe alguna posibilidad de ganar tal guerra.
La Comisión Mundial de Políticas sobre Drogas, de la cual hacen parte expresidentes de Colombia, Brasil, Chile, México, Polonia, entre otros, recomienda empezar por la "despenalización". El paso siguiente sería legalización. Eso significa parar arrestos y cárcel para usuarios o portadores de drogas para consumo personal y ser más indulgentes con los traficantes de menor escala, cuyos arrestos no afectan en ninguna proporción el flujo nacional e internacional de drogas.
Con el gobierno uruguayo dispuesto a establecer lo que muchos analistas están llamando una "Marijuana Republic" y la actitud reflexiva y conforme demostrada hasta ahora por la mayoría de los gobiernos de los otros países de la región, el camino hacia la legalización al fin parece abierto. Ahora nos toca cruzar los dedos.
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