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Demasiados niños

Puerto Contreras es un fortín del Eln y tiene fama de ser nido de contrabandistas. Está a casi una hora de Saravena (Arauca), por carretera destapada, sobre el río Margua. Venezuela queda a un minuto en lancha, distancia que es la fuente de trabajo del pequeño y mísero caserío de ciento cinco casas, la inmensa mayoría de tablones de madera y habitadas, como mínimo, por seis o siete personas.
Lo de menos es que los elenos se la pasen allá porque no hay Fuerza Pública y les queda cerca del santuario bolivariano, donde tienen sus campamentos, o que el cochambroso puerto de arena sea el punto de acopio de la gasolina y otros productos venezolanos destinados al contrabando. Nada de eso representa un obstáculo para el desarrollo local. El principal escollo, además del endémico abandono estatal, es la cantidad de mujeres que traen muchachitos al mundo sin el menor sentido de responsabilidad.
No hay política económica ni social que resista el crecimiento de una población sin presente ni futuro, condenada a perpetuar la pobreza.
Para entrar a la vereda se debe pagar un peaje que utiliza la comunidad para arreglar las vías que el Estado jamás interviene. También les sirve a sesenta mujeres que se turnan el puesto de cobrador. Les toca una semana cada cinco meses y si andan con suerte pueden sacarse unos doscientos mil pesos, el 12 por ciento de la recaudación. Por eso, Carmen Cecilia Vera, la encargada el día que llegué, no renunció al turno aunque se encontraba muy mal. Padece una grave enfermedad degenerativa -esclerodermia lupus-, pero no puede permitirse el lujo de quedarse en cama por muchas dolencias que soporte.
También rotan el cobro del pasaje en canoa y los puestos para cambiar bolívares. Por cada millón de pesos colombianos les quedan cinco o siete mil de ganancia, así que necesitan cuatro o cinco millones para llevar a casa algo que merezca la pena.
Los hombres venden gasolina, cargan y descargan los bultos de las lanchas cuando las hay, revenden plátanos si están a mejor precio que en Venezuela, algo que ahora no ocurre, o traen arroz, azúcar y aceite de allá. Y aunque hay quienes los imaginan tapados de plata, rumbeando a lo grande como cualquier 'Fritanga', apenas cubren las necesidades básicas de su numerosa prole.
Son 180.000 pesos el tambor de gasolina (55 galones) pero solo les deja entre 15 y 20.000 pesos de ganancia, dada la cantidad de intermediarios que comen de comercializarlo: empieza por el venezolano que la adquiere, sigue con el que la lleva al puerto, el que la cruza, quien la recibe y despacha, los elenos que vacunan, el que la transporta a Saravena, la policía que a veces se queda con una tajada, y el comprador final.
"Pero siempre es mejor que bolear machete, aunque cuando no hay ni bultos que cargar ni gasolina ni bolívares para cambiar, toca jornalear", me dice un miembro de la Junta de Acción Comunal. Tiene cuatro hijos por su cuenta y cinco más que aporta su actual compañera.
Algunos vecinos son desplazados de la guerra que libraron Farc y Eln, y en ese trasegar las familias se descompusieron aún más. Y aunque los lugareños hacen lo indecible por sacar adelante a los menores de edad que por una u otra razón tienen a su cargo, nunca es bastante, siempre aparece una boca nueva que alimentar, vestir y educar.
Hay tantos Puerto Contreras en Colombia que, antes que la guerra, debería preocuparnos el índice de natalidad. Los cientos de miles de colombianos que nacen cada año de mamás pobres y que sólo serán mano de obra sin cualificar son el germen de un desastre social sin salida. Ya es evidente que el mundo desarrollado no es capaz de generar empleo suficiente y la mano de obra barata sobra en todo el planeta, un panorama desolador.
Salud Hernández-Mora
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