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Bogotá fue, por fin, la ciudad de la alegría

Fanáticos santafereños se volcaron a las calles para saludar al equipo, que levantaba la copa.

Las calles 24 y 63 se volvieron un río rojo. Muy rojo... Los héroes de la jornada iban en un bus de dos pisos. Sonreían. Iluminaban la fría noche de un domingo inolvidable con la copa.
Una copa que fue celebrada a rabiar por la familia santafereña hasta la madrugada. En la carrera 30 se armó un trancón que esta vez no incomodó a los conductores, sino que los puso a ondear banderas.
Los niños sacaron sus cuerpos por las ventanas y echaron harina, una escena que hacía falta en Bogotá. Y es que hace mucho que la capital no vivía un carnaval por la victoria de uno de los equipos de la casa.
Hace mucho que Bogotá no era la ciudad de la alegría. Santa Fe fue recibido en algo así como un Rock al Parque, pero con un escenario maravilloso: 40.000 hinchas salidos de la ropa. Felices... 
Tensión en el Simón 
El anhelado gol no llegaba. Luis Carlos se hundía en su gorrito rojo y se pegaba al pecho un enorme león de peluche. "Te quiero ver campeón", suplicaba el joven, de 18 años.
Como él, eran miles los niños y adolescentes que hacían votos por que se hiciera el milagro. Pero al lado de la juventud también compartían el mismo cemento de la plazoleta de eventos del parque Simón Bolívar, donde se instalaron tres pantallas gigantes, los veteranos que habían visto a los cardenales campeones en el 75, como Orlando Lasso, de 65 años, quien recordó en medio del cotejo los tragos largos que sirvieron para festejar aquella estrella.
"Tomábamos en una bota en la tribuna", recordó el hombre. Llegó la mitad del juego. La estrella no llegaba. Margarita Rivera, un ama de casa que vive en el Claret, sacó un cigarrillo y entre bocanada y bocanada le decía al reportero que estaba nerviosa, pero "que ahorita se nos da". ¡Campeones!  
Las banderas se petrificaron. Ya no hubo gritos. No hubo saltos. No hubo nada. Solo esperar. Los rostros de la hinchada parecían los de una película muda. Unos rezaban. Otros se comían las uñas.
¡Goooool! avisó el locutor William Vinasco con su voz metálica. Fue la señal para que estallara la algarabía. Para que el señor Lasso pensara en un nuevo brindis 37 años después y para que el joven del león saltara cual saltimbanqui.
Después del fin del juego se vivió lo más lindo de la jornada: las familias se abrazaron. El que vino en carro y en bus se abrazaron. Todos nos abrazamos...   
Fabián Forero Barón
Redactor de EL TIEMPO
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