Santa Fe pegó primero. Literalmente fue así. Este miércoles, en Pasto, planteó un partido de choque, pierna fuerte, puntapié, empujón, interrupción, trabas y chispas en las canilleras, con el que no solo amarró al Pasto en el primer asalto de la final de la Liga, sino que agarró la séptima estrella de las orejas: por fin, 37 años después, está a punto de ser campeón otra vez.
Y en ese juego de raspar y raspar, controló al Pasto, que trató de embestirlo en el primer cuarto de hora, pero no pudo pasarlo. Eso sí, en ese juego de patada, carga y pisón, el visitante corría el riesgo de que en una pelota quieta Rendón la embocara de tiro libre, y así ocurrió en la única opción de gol del local en todo el primer tiempo.
Y aunque Santa Fe no entregaba bien la bola, con su juego de dar y volver a dar, encontró el merecido empate antes del descanso y después de tres opciones claras que llegaron más por fuerza que por maña: una de Copete, otra de Arias y una más de Pérez; un cabezazo limpito de Quiñones, al centro de un córner, puso el justo 1-1.
En el segundo tiempo, Santa Fe quiso -no siempre con éxito- tener un poquito más la pelota, pero se mantuvo en esa ley del más guapo: o pasaba la bola o pasaba el hombre; nunca ambos. Retrocedió, se paró delante de su área y le puso la tranca al local, que en ese juego de fuerza mostró impotencia, incapacidad creativa e inutilidad ofensiva: fue atado en las bandas, enredado en el centro y atrapado en el juego interrumpido, trabado.
Su única opción de gol en el segundo tiempo fue a los 39 minutos (Jiménez) y hubo una mano en las 18 de Centurión, como para penalti (yo lo hubiera pitado), que el juez no vio o creyó involuntaria.
Santa Fe pegó primero, literalmente, y tiene la ventaja teórica. Era el favorito antes del primer partido y amanece siéndolo más.
Meluk le cuenta...
Gabriel Meluk
Editor de Deportes
EL TIEMPO