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El cuchillo de la torta

  Incentivada por la encrucijada financiera y el desaliento económico generalizado, la especulación actual insiste en una supuesta redistribución del poder mundial, hasta hace poco indiscutido, repartido entre EE. UU., Europa, la novedad de un grupo emergente con pretensiones y la sobra para el mundo en rezago. En los años 80, el poder económico de EE. UU. era del 25 por ciento; bajó a 19 por ciento y se cree que en cinco años habrá perdido otro punto, cuando China sería la primera economía en términos absolutos. En ese momento Europa representaba el 30 por ciento de la economía; hoy es apenas del 20 por ciento y se calcula que disminuya tres puntos más en cinco años. En el mismo lapso, los países asiáticos han ido del 8 al 25 por ciento y se espera que lleguen a 31 por ciento en el mismo plazo. Es cierta la reconfiguración de la productividad, sin saberse aún qué tan significativa como para afectar la jerarquía geopolítica, donde superpotencia y potencia parecen categorías inamovibles, tal vez también por la ecuación entre poder político-económico y militar, donde el presupuesto de EE. UU. es ocho veces superior al chino.
El multipolarismo es tan real como ficticio; está su apariencia determinada por comercio y comunicaciones y por fenómenos de crecimiento y bloques regionales, que producen a la vez involuciones hacia aislacionismo proteccionista y su realidad, no en democratización económica; las potencias se siguen comportando como tales, como se ve en la jerarquía de las entidades internacionales, donde los emergentes reclaman inútilmente participación acorde con su PIB. Jeffrey Sachs muestra cómo EE. UU. quiere conservar todas sus ventajas sin concesiones a la cooperación global en cuestiones como ambiente, planes de rescate, asistencia al desarrollo y "en general en la redistribución de los bienes públicos mundiales". Añade que la colaboración mundial no está a la altura de capacidades y urgencias. Está el escollo que el Estado nacional europeo interpone a la evolución y solución comunitarias, a la que se le señala la federalización como obvia. En el camino elemental de integraciones regionales, apenas lógico, como la de China y Rusia, América Latina es caso patético porque tropieza con estructuras que protegen intereses locales. Está el estancamiento de la OMC, donde las potencias se niegan a desmontarle subsidios a su agricultura.
Lo global replica lo nacional; se están superando índices de pobreza gracias a mayor productividad, pero no los de desigualdad. La agonía del estado de bienestar incentiva en todas partes, en la campaña en EE. UU., por ejemplo, el debate sobre si más o menos gobierno, cuya acritud es comparada exagerando con la del debate de posguerra entre capitalismo y comunismo, en gran parte como reacción a los estropicios de la política según la cual la solución es el mercado y el obstáculo el Estado. La desigualdad geopolítica carece de doliente que pudiera repartir cargas e invirtiera la concentración de poder.
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