Las calles centrales de El Cairo han vivido días agitados desde que se anunciaron los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Egipto, la semana pasada. En contra de lo que se esperaba luego de la revolución que en enero del 2011 derrocó a Hosni Mubarak después de 30 años de gobierno, la mayoría de votos la obtuvieron Mohamed Mursi, de los Hermanos Musulmanes, y Ahmed Shafiq, ex primer ministro de Mubarak.
Las muestras de descontento no se han hecho esperar. En una semana, las oficinas de campaña de Shafiq han sido saqueadas y quemadas dos veces, los candidatos eliminados han hecho acusaciones de fraude electoral y los grupos de activistas han hecho llamados convocando a nuevas manifestaciones en varias ciudades egipcias. El viernes se levantó el estado de emergencia, vigente durante 31 años, y el sábado Mubarak fue sentenciado a cadena perpetua por la muerte de cientos de manifestantes durante la revolución de enero del año pasado.
"Es un veredicto histórico y una lección para otros dictadores -dice Nawal Ali, una activista estacionada fuera de la corte minutos después de emitido el fallo-, pero no estamos contentos. Queremos su garganta".
Una oleada de indignación siguió a los gritos de júbilo después del veredicto. Un hombre se paseaba con una horca frente al cordón de seguridad, un grupo de manifestantes iniciaba una pedrea contra la Policía y una mujer levantaba un cartel con la fotografía de su hijo muerto para las cámaras de televisión internacional.
"Es la madre de uno de los mártires de la revolución -explica Nawal-. Para ella, este fallo es como matar a su hijo otra vez. Esperábamos que se le aplicara la pena de muerte".
Entre los presentes, Osama Hanafi se une a quienes critican la sentencia. "Es ridículo que condenen a Mubarak y que absuelvan a los seis jefes de Policía juzgados", dice refiriéndose a quienes considera los directos responsables de las muertes.
Otra vez a la plaza
Aunque la plaza Tahrir se ha mantenido activa como núcleo de las protestas contra el Consejo Militar y más recientemente contra la candidatura de Shafiq, fue después de la condena contra Mubarak cuando volvió a llenarse con más de 15.000 personas y con imágenes que recordaban la revolución de hace 15 meses.
Con un trasfondo de banderas egipcias y de miles de personas gritando consignas con los puños en alto, representantes del Movimiento Juvenil 6 de Abril explican que su objetivo es que se le aplique la Ley de Aislamiento Político a Ahmed Shafiq, lo que lo inhabilitaría para participar en la segunda vuelta de las elecciones, por haber sido parte del gobierno de Mubarak. "Rechazamos el retorno del antiguo régimen", dicen.
En una esquina de la plaza, alejado de la muchedumbre, un teniente del Ejército habla en condición de anonimato. "Mubarak no es culpable -dice-. Fueron algunos de sus subordinados los que cometieron errores durante las protestas. A veces en esos momentos (cuando empiezan los disturbios) uno no sabe cómo reaccionar".
Como él, cuenta, otros militares encubiertos patrullan la plaza y vigilan de cerca a quienes lideran las marchas, identifican rostros y toman fotos con sus teléfonos. Esto no levanta las sospechas de nadie; en una revolución en la que Twitter y Youtube jugaron un papel determinante, las manos que levantan celulares y cámaras son tantas como las que levantan banderas y pancartas.
El teniente, que viste jeans y camiseta, como casi todos los jóvenes presentes, aunque sus brazos son notablemente más gruesos y su corte de pelo tiene el inconfundible estilo marcial, agrega que personalmente no apoya ni a Mubarak ni a Shafiq: "El camino más seguro y más estable para Egipto sería seguir con el Consejo Militar a la cabeza del gobierno".
Unos días antes, en una conferencia organizada por la Universidad Americana de El Cairo, el expresidente estadounidense y observador electoral Jimmy Carter advirtió que una de sus principales preocupaciones sobre el futuro democrático de Egipto es -aparte de la defensa de los derechos de la mujer- el papel que desempeñaría la Junta Militar en el gobierno del país una vez se eligiera al nuevo presidente; un tema que aún no se ha aclarado, aunque ya se haya llevado a cabo la primera vuelta de los comicios. "El Ejército debe respetarse como entidad de apoyo al gobierno, pero sus acciones deben estar bajo las órdenes de líderes civiles elegidos democráticamente", dijo Carter.
¿Segunda revolución o pataleo de ahogado?
La periodista Sara Nabil, del periódico independiente El Tahrir, se abre paso entre la multitud para unirse a la columna de gente que hace amagos de marchar en dirección al Ministerio del Interior. Se trata de un gesto para demostrar la determinación de los manifestantes, pero pocos en realidad quieren provocar nuevos enfrentamientos con el Ejército que puedan deslegitimar las protestas en este momento. "Desde que cayó Mubarak, todos se están aprovechando de la inestabilidad del país para ocupar puestos en el poder: el Consejo Militar, el Parlamento, los islamistas -dice Sara-; pero Egipto no es un pastel que se puedan repartir entre todos, y yo estoy dispuesta a morir en esta plaza antes de permitir que Shafiq suba al poder y normalice la corrupción y la represión de otra dictadura".
Raqib, joven politólogo que la escucha, opina que hay que aprovechar el nuevo impulso que han cobrado las manifestaciones para fortalecer la revolución y abogar por un cambio inmediato, aunque dice que las protestas de Tahrir no lograrán su efecto si no tienen eco en otras ciudades.
Hay otros menos optimistas. Alaa asiste a las marchas con escepticismo, apoyándolas en silencio, pero consciente de que la situación actual es favorable para la campaña de Mursi, el candidato de los Hermanos Musulmanes, quien las apoya abiertamente. Incluso Hamdeen Sabahi, el candidato preferido de los revolucionarios, eliminado en la primera ronda, también parece aprovecharse de una potencial descalificación de Shafiq, lo que lo pondría a él a disputarse la segunda ronda con Mursi. Alaa califica de oportunista una aparición de Sabahi en medio de la protesta del sábado pasado, que terminó en una dramática salida en ambulancia después de que el candidato se desmayó en medio de sus seguidores.
"La resistencia está fracturada, tenemos que organizarnos", dice, y señala la carencia de líderes y de un programa definido entre los manifestantes, rasgo que unificó diferentes sectores en la revolución del 2011, pero que ahora obstaculiza la consolidación de un movimiento más maduro.
Mursi, Sabahi y Aboul-Foutoh (quien ocupó el cuarto lugar en la primera ronda de las elecciones) han convocado a sus seguidores para apoyar las protestas, que se espera que se multipliquen y fortalezcan en otras partes del país en los próximos días.
A pocos días de la segunda ronda, existe también la posibilidad de que se conforme un consejo presidencial entre estos tres, si Mursi acepta; algunos sectores hablan de posponer las elecciones y otros hablan de boicotearlas. La situación cambia cada día en Egipto. En las noches, algunos manifestantes se van a sus casas, dispuestos a no volver. Otros se echan a dormir por unas horas en la rotonda polvorienta de la plaza, preparándose para un plantón de muchos días, como el que derrocó a Mubarak hace 15 meses.
Salym Fayad
Especial para EL TIEMPO
El Cairo (Egipto).