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Desinterés en el hemisferio

El día después de que el presidente Obama aterrizara en Cartagena, el New York Times informaba sobre el poco interés que el viaje despertaba entre los norteamericanos. La política doméstica siempre es prioritaria en cualquier país. Y, a menos que se tomen decisiones extraordinarias, las cumbres presidenciales en sí llaman menos atención que los cohetes nucleares. Pero la observación del NYT motiva reflexiones sobre la "amplia indiferencia" contemporánea de los Estados Unidos hacia el hemisferio, señalada en su blog por Tim Padgett en la revista Time.
Esa indiferencia tiene raíces históricas. John Johnson examinó con lucidez el desencuentro durante los primeros años de la independencia en un excelente libro, bastante olvidado, A Hemisphere Apart (1990). Para el pasado inmediato, sin embargo, las raíces de la indiferencia pueden quizás entenderse mejor si se repasan las memorias de George Kennan (1904-2005).
Kennan ganó fama por su contribución a la política exterior de los Estados Unidos en los orígenes de la Guerra Fría. Su interés en Latinoamérica fue mínimo. Pero en 1950, cuando estaba por retirarse del Departamento de Estado, emprendió un recorrido regional a propósito de un encuentro de embajadores en Río de Janeiro.
Su viaje fue "para nada placentero", como lo narró en las breves páginas que dedicó a Latinoamérica en sus memorias.
Ciudad de México le produjo una "violenta y explosiva impresión".
En Caracas no resistió los pitos ensordecedores del tráfico automotor, ni las manifestaciones de la riqueza petrolera. En Lima se deprimió al pensar que allí no había llovido en 29 años. La violencia centroamericana lo desanimó aún más. En Río encontró "repulsivos" los "increíbles contrastes entre el lujo y la pobreza".
Para colmo de sus males, en Río lo esperaban además manifestaciones de abierta hostilidad. "Fora Kennan", decían las pancartas mientras los estudiantes que protestaban por su visita quemaban su retrato. En Sao Paulo no le fue mejor.
En el resto de su viaje parece haber tenido más suerte, pero "toda la visita me produjo una curiosa sensación mezclada de ansiedad y melancolía". Kennan encontró "particularmente mortificantes" las entrevistas que tuvo con altos funcionarios públicos en las distintas ciudades capitales que visitó, "todas similares y todas sin significado".
A su regreso a Washington, Kennan elaboró un informe tan poco diplomático que el Departamento de Estado decidió engavetarlo por varios años. Muchas de sus críticas sobre las condiciones de infelicidad y sin esperanzas de América Latina, en contraste con los Estados Unidos, parecen hacerles eco a las observaciones de Tocqueville en su famoso libro. El mensaje central de su memorando, repetido en una de sus publicaciones posteriores, fue que Estados Unidos no tenía ningún "interés vital" en esta parte del mundo.
No parece que ni el informe ni las memorias de Kennan hubiesen tenido mayor impacto en las políticas concretas estadounidenses hacia Latinoamérica. Sus "perturbantes" ideas contradicen, en sus raíces mismas, la causa del panamericanismo. A Kennan, sin embargo, hay que agradecerle su franqueza. ¿Qué tanto de lo que escribió sigue en el fondo reflejando la visión de los sectores menos informados de la opinión pública norteamericana sobre nuestra región?
Creo en el panamericanismo. Y me parece que la Cumbre de Cartagena tuvo más resultados que el reconocido por sus críticos. Pero sospecho que cualquier esfuerzo por estrechar más las relaciones del hemisferio se tropezará siempre con aquella barrera de la indiferencia, cuando no del desprecio. Una diplomacia cultural efectiva tendría que comenzar con la revisión de los textos de Kennan.
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