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La peluquera que hoy tiene que pedir limosna

Pese al rostro desfigurado Consuelo Cañate confía en que Dios le resarcirá con una vida mejor.

"Llevo cuarenta cirugías. Cuarenta veces le he pedido a Dios que me lleve, que no me deje despertar de la anestesia. Pero nada. ¿Por qué será que no me lleva? ¿Usted qué cree?
*
"Nací en Istmina, hace 51 años. A los tres meses mi mamá murió. Mi papá me abandonó a mis 7 años. Se fue para Turbo y no supe más de él. Hace poco una tía me contó que había muerto. No tuve hermanos. Mi abuelita me crió. Ella se iba todos los días al monte, a la mina. A veces la acompañaba. Desde las 7 de la mañana hasta las 8 de la noche, sacando oro en la mina. Cuando volvíamos al pueblo mi abuelita cambiaba el oro por mercado para el día. Comíamos animal de monte, ñame, plátano. Éramos puras campesinas. Yo vivía descalza. Vine a conocer un cepillo de dientes muchos años después. Me lavaba la boca con la ceniza que dejaba el fogón de leña o con la tierra negra que suelta el oro y que allá llamábamos jagua. (Lea aquí: ¿Y a las mujeres quemadas con ácido quién les responde?. La historia de María Cuervo Sánchez)
"Cuando ya no quise más monte, como a los 15 años, empecé a rodar por el pueblo. Hacía oficio en las casas. 'Aquí tengo esta ropa sucia', me decían, y yo iba y lavaba y me daban comida. De ahí cogí para Buenaventura porque una señora me llevó a su casa como empleada. Me metió en la escuela nocturna y alcancé a segundo de primaria. Aprendí a leer y a firmar mi nombre.
"Ella me ponía a hacer oficio como burra. Pero yo fui adquiriendo conocimiento, me avispé y me fui a otra casa, allá mismo en Buenaventura. Esa nueva señora sí me quiso. Me metió a estudiar salón de belleza. Aprendí a cortar cabello, a arreglar uñas. Eso cambió mi vida. Empecé a trabajar. Hacía unos peinados, uy, que no se imagina lo lindos. Las clientas me buscaban. Y comencé a ponerme hermosa. Bonita. Me alisaba el cabello, me arreglaba las uñas. Todavía me las arreglo porque eso que me pasó no tiene que ver.
*
"De Buenaventura me fui a Cartagena. Allá lo conocí, en un restaurante. '¿Y tú qué haces?', le pregunté. Porque yo había cogido un mundo bien bonito y todo. 'Soy comerciante', dijo. 'Aquí tengo una buena suerte para mí', pensé. Yo llevaba como un mes largo allá y él se enamoró de mí. De una vez me propuso que nos fuéramos a vivir. Ese hombre fue bueno conmigo, me dio gusto. No lo maldigo. ¿Crees eso? Pues no. No lo odio, no le tengo rencor. Que el Señor lo perdone por ese acto de ira tan feo que tuvo conmigo.  (Lea aquí: Todos los días se pregunta por qué. La historia de Angie Guevara)
"Alcanzamos a vivir juntos cinco años. Una sola vez me pegó, porque celoso sí era. Y yo mantenía arreglada. Me dejó el ojo verde. No le paré bolas a eso. Pero las cosas empezaron a cambiar y, aunque lo quería, yo pensaba en mi futuro, de pronto fuera del país. Además, la familia de él no me quería. Por negra.
*
"Llegué a Bogotá. Primero a un hotel del Restrepo y, a los dos días, a la casa de una señora amiga, doña Patricia, en el barrio Santander. Él estuvo de acuerdo con mi viaje, pero de un momento a otro como que se enloqueció. Pensó que lo iba a dejar, no sé.
"Durante esos meses, había venido dos veces a visitarme. A la tercera, me llamó y dijo que estaba perdido. Pero ¿por qué se iba a perder si ya sabía dónde vivía? Salí a buscarlo con los hijos de doña Patricia. Llegó con su maletín y una bolsa de pan. No me saludó, venía buscando problemas. '¿Y qué pasó ahí?', le dije. 'Es que escoba nueva barre bien', contestó. '¿Por qué me dices eso, si yo no ando con nadie?', le dije. Subió y apagó la luz de la pieza. Yo la prendí y lo vi agachado, abriendo el maletín. 'No sabes lo que traigo aquí', dijo. Pero yo qué iba a pensar. Lo cogió y se fue.
"Le advertí que no saliera a esas horas porque el barrio era peligroso. Yo tenía rabia, porque decirme esas cosas sin haberle hecho nada. Al ratico volvió y timbró. 'Me atracaron', dijo, y a mí se me pasó el mal genio y bajé. Le abrí la puerta, con doña Patricia al lado. Y ahí fue que me mandó dos veces eso y salió corriendo. Era el 24 de junio de 2001. Nunca lo he vuelto a ver. (Lea aquí: Erika y Natalia, dos casos de ataque con ácido que han tenido castigo)
*
" 'Ay, Dios mío, ¿qué fue lo que me echaste en mi carita?' Grité.
Me empezó el ardor.
Subí y me eché agua y más agua y más agua. Me quité la piyama que tenía puesta y la chaqueta que me había prestado doña Patricia y que había quedado hecha pedazos.
"Me llevaron al Hospital El Tunal. Allá me aplicaron morfina. El dolor era cosa impresionante. Luego empezaron como a cepillarme el cuerpo. No sé qué más me hicieron porque me quedé dormida.
"Me desperté cuando unos doctores me preguntaban si alcanzaba a ver sus dedos. Y sí. 'Gracias a Dios que no perdió la vista', dijeron. ¿Y sabe por qué no la perdí? Porque un día estaba en una fiesta, en Cartagena, y él llegó y me tiró un trago de ron en la cara.
Los ojos me ardieron muchísimo. Esa noche me acordé y cerré los ojos lo que más pude. Por eso no me dañó la vista.
"Del Tunal me llevaron en ambulancia al Hospital Simón Bolívar. Preguntaron por un familiar. No tenía a nadie. Allá duré seis meses y medio, con Dios, mis enfermeras y mis cirujanos. Todos me decían que las cirugías me iban a dejar bien. Pero lo mío fue muy duro. La cara, destrozada. El ácido se comió el tabique. Me sacaron un pedazo de carne de aquí, atrás, en la espalda, para hacer una nueva nariz que lleva siete cirugías y nada. Desde hace ocho años tengo que ir con estos tubos.
"El ácido me quemó hasta la mitad del pecho. En el cuello me quedó un hueco que fue duro de sanar. Perdí casi todo el oído izquierdo, tengo un pedacito no más. Como el ácido también me cayó en la boca,destrozó los labios y me encaramó un diente sobre otro. Y yo tenía una dentadura linda. (Lea aquí: Volver a tener un rostro y una vida después de ser quemada. La historia de Gina Potes)
"Lo peor fue que, de inmediato, no podían hacerme las cirugías. Uno tiene que esperar a que seque. Luego vienen los injertos que, si no pegan, pues toca una y otra vez. Duré dos meses en cuidados intensivos. Los colgajos que me ponían se morían. Me vi grave. Los médicos decían que no podían hacer más. Me arañaba. Me estaba enloqueciendo. Me mandaron Ativan, pero me tomaba una y despertaba al día siguiente. Dije que no más.
"Con los años han seguido más cirugías. Los mismos médicos del hospital han pagado varias operaciones. En cada una me sacan piel de aquí para allá. Tengo todo el cuerpo cicatrizado. En un comienzo me veía y lloraba. Aún me da miedo el espejo, mi sombra.
*
"Lo llamé. Le dije que no me había pasado nada, para que no se fuera a volar. Me fui a Medicina Legal y luego puse la demanda. Empezó la odisea porque no lo encontraban. Un día, al fin, me llamaron y me dijeron que lo habían agarrado y que le habían dado cuatro años de cárcel. Me largué a llorar. ¿O sea que esto que me hizo no vale nada? Y todavía no sé si estuvo en la cárcel o no. Yo quedé vuelta mierda, con el perdón de ustedes. Nunca volveré a ser la misma.
"Salí del hospital sin con qué vivir. Quién me iba a contratar. Mire cómo se me moja esta careta al hablar, al llorar. Se ve feo, lo sé. Empecé a organizar rifas, pero se me juntaron meses de arriendo.
Hasta que un día, en una hoja, me dio por poner: 'Ayúdenme a salir adelante, quiero vivir', y salí a pedir. Ha sido duro. Me da vergüenza. Pero así he recorrido la ciudad. Cuando hace frío, me duelen los dientes. Cuando hace sol, es rasque y rasque la cara. El ojo izquierdo no lo puedo cerrar. La nariz me molesta, con esos tubos que tengo que estar girando.
"En la calle los buses no me paran. Cuando me siento mal y consigo plata para taxi, no me recogen. Si por fin me monto en un bus, la gente a mi lado se para y se cambia de puesto. Ni que oliera feo.
"Una gente salió a decir que tengo siete casas, que soy prostituta. Si no me prostituí joven y hermosa, imagínese ahora. Pienso que es cosa de ese señor, porque el que es malo es malo toda la vida. Le pedí a Dios que me lo sacara de mi mente para siempre, y es tanta la paz que a veces ni me acuerdo de que existe.
"Sueño con una vida bonita, o sea, teniendo mi techo, mi peluquería. Me dicen que si Dios no me ha llevado es porque voy a ser feliz al final, porque uno cuando ha sufrido tanto tiene que ser feliz algún día, ¿no? Pero tiene que ser este año. Si no es en este año, el otro no me coge viva. Yo no le tengo miedo a la muerte".
María Paulina Ortiz
Con el aporte de Sergio Camacho Lannini
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