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A cambiar lo poco que funciona

En nuestro país tenemos la costumbre de cambiar o destruir las cosas que funcionan.

Rudolf Hommes
Este ha sido el caso de Bogotá, que venía siendo administrada en forma ejemplar hasta que la ciudadanía se aburrió de lo bien que íbamos y se dejó conquistar por malos administradores con la promesa de hacer el metro, dejar la 7a. llena de buses y, sorprendentemente, conservar incólume el Country Club. Hoy, la ciudad es un desastre, el metro pasó de ser un elefante blanco a convertirse en tranvía, a la 7a. le hicieron un hueco y la inutilizaron, y el Country continúa como si estuviera en Miami.
Uno de los pocos proyectos de ingeniería que ha funcionado en el país ha sido el de transporte masivo con buses articulados, paraderos fijos y vía dedicada que en Bogotá se conoce como el TransMilenio. Les ahorra significativamente el tiempo de viaje a quienes lo utilizan, les da a las ciudades una sensación de orden y de modernidad totalmente ausente en el esquema de transporte que lo antecedió y que subsiste por razones que la razón no comprende. Pero la administración de Bogotá y sus ideólogos están empeñados en destruirlo. En otras partes del país se han demorado ya casi diez años en ponerlo a marchar. En algunos sitios por negligencia y en otros porque los alcaldes tienen conflictos de interés, tales como ser propietarios de otros medios de transporte.
Ahora le ha llegado el turno al Banco de la República, una de las pocas instituciones oficiales que funciona adecuadamente, que se ha mantenido al margen de la politiquería y de la corrupción en un mundo político en el cual esto ha sido improbable y que ha mostrado resultados muy positivos.
Desde 1999, la inflación anual ha sido de un solo dígito y el nivel promedio de la inflación entre el 2004 y la actualidad ha sido una cuarta parte o menos del que existía cuando el banco central independiente y autónomo fue creado por la Constitución de 1991.
Es posible que el descenso inicial a un dígito de los índices de inflación haya sido inducido por la recesión de finales de siglo, pero haberla reducido a niveles del orden de 5 por ciento anual y haber prevenido que regrese a los niveles del pasado ha sido un logro maravilloso de la política macro, que tiende a subvalorarse o a darse por descontado porque se ha obtenido en forma gradual, con bastante discreción, y lleva años sin causar perturbación.
Esto ha sido particularmente positivo si se tiene en cuenta que la junta del Banco no ha sido excesiva en su empeño antiinflacionario y, aunque ninguno de los dos ha logrado evitar la apreciación del peso, ha cumplido con su función de actuar en forma coordinada con el Gobierno para evitar sobresaltos y tensiones perjudiciales en el manejo macroeconómico.
A pesar de ello, el senador liberal Camilo Sánchez quiere reformarlo y darle otra vez funciones de banca de desarrollo. Le ha presentado al Congreso dos proyectos, uno para reformar la Constitución y cambiarle el carácter al Banco, y el otro para cambiar la ley que lo regula, pasando por alto que solamente puede ser reformada por iniciativa del Gobierno. Él le otorga poco valor a que se haya controlado la inflación en comparación con lo que cree que hubiera podido alcanzar el Banco de la República si se hubiera dedicado todos estos años a promover actividades productivas, como él se debe imaginar que lo hacían antes de 1991 la Junta Monetaria y el Banco de la República, cuando tenía funciones de fomento.
Estas funciones eran abiertamente contradictorias con la de mantener estabilidad macroeconómica, y poco conducentes a una mejor distribución de la riqueza. La Junta Monetaria y el Banco de entonces lo que producían eran privilegios para algunos ricos y una inflación estable muy alta. Es algo a lo que no queremos regresar.
Rudolf Hommes
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