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De frustraciones e ineptitudes

La mayoría de los estadounidenses están insatisfechos con el trabajo de los miembros de su Congreso.

Sergio Muñoz Bata
Del surgimiento del Tea Party a los levantamientos ciudadanos en los países árabes que ya han derribado a cuatro déspotas y de los indignados de la Plaza del Sol en Madrid a los de Wall Street, la evidencia del descontento de la gente con el statu quo es abrumadora.
Menos sabido, al menos fuera de EE. UU., es que la mayoría de los estadounidenses de todas las convicciones políticas están insatisfechos con el trabajo de los miembros de su Congreso.
Según las principales encuestas nacionales, el índice de desaprobación del Congreso actual ha llegado a su nivel más bajo de la historia.
"Solo el 9% de los ciudadanos aprueban la manera en la que el Congreso se conduce.
"El 50% de los afiliados al Partido Republicano desaprueba el trabajo de los congresistas republicanos.
"El 43% de los afiliados al Partido Demócrata desaprueba el trabajo de los congresistas demócratas.
"Solo 6% de los votantes piensan que los miembros del Congreso se han ganado la reelección".
A los representantes se les acusa de actuar privilegiando su beneficio personal por encima del bienestar de la nación; de ser incapaces de arribar a consensos por ajustarse a la línea partidaria; de gastar irresponsablemente el dinero de los contribuyentes; de degradar el sistema político y de responder más a los intereses de las firmas de cabildeo que a las preocupaciones que sienten los ciudadanos respecto a los grandes problemas nacionales como, por ejemplo, el cuidado de la salud y del medio ambiente; la reforma integral del resquebrajado sistema nacional migratorio; el desempleo; el déficit presupuestario y el sistema tributario. Problemas urgentes que exigen soluciones prontas, inteligentes y justas.
Y nada mejor para documentar las razones que sustentan el pesimismo de los ciudadanos respecto al Congreso que repasar el alud de informaciones que día a día revelan los medios de comunicación.
Desde principios de noviembre, por ejemplo, el famoso programa 60 Minutes, de la CBS, ha presentado reportajes que ilustran el corruptor poder de las firmas cabilderas y la desvergonzada falta de voluntad del sistema para reformarse. En el primero, Jack Abramoff, el cabildero republicano más influyente en la década de los 90, explicó cómo sobornó a 100 congresistas republicanos y aseguró que hoy todo sigue exactamente igual en el Congreso. En el siguiente programa, un investigador de la Hoover Institution, un think tank conservador en la Universidad de Stanford, reveló que la inexistencia de una ley que evite que los miembros del Congreso utilicen la información privilegiada a la que tienen acceso les permite comprar acciones en compañías que se benefician económicamente con proyectos de ley que son aprobados por ellos mismos en el Congreso. Una semana después, el tema del programa fue el poderoso cabildero Grover Norquist, quien mereció el elogio de la página editorial del Wall Street Journal, propiedad de Rupert Murdoch, por descarrilar el trabajo del comité del Congreso que proponía reducir el déficit presupuestal con una fórmula que incluía recortes del gasto y de la exención de impuestos a los más ricos. Norquist, sus clientes y el Wall Street Journal abogan por más recortes a programas sociales y menos impuestos a los ricos.
Así las cosas, la única fuente de consolación para el 99% sería que con solo 44 proyectos convertidos en ley en lo que va del año, el 112 Congreso ya ha sido catalogado como el más improductivo de la historia moderna del país. En los 40, el llamado "Congreso Idiota", también dominado por el Partido Republicano, logró aprobar 906 proyectos que se convirtieron en leyes, un récord de ineptitud que, afortunadamente, no podrá alcanzar el actual Congreso.
Sergio Muñoz Bata
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