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En India, buscando el nirvana

Una periodista recorrió este país. Acá, cuenta su paso por un lugar que impacta desde el principio.

India y espiritualidad parecen palabras sinónimas. Tal vez por eso muchos sueñan con la idea romántica de viajar a un país donde se presume hay maestros por las calles y el nirvana se encuentra a la vuelta de la esquina.
Al abrirse las puertas del aeropuerto de su capital, Nueva Delhi, la ilusión comienza a diluirse. Muy pronto los estruendosos pitos de los carros y los autorickshaws -mototaxis que se movilizan en un tráfico sin lógica alguna-, sumados a la contaminación, la fetidez que produce la basura quemada, las vacas famélicas que andan a la deriva por calles sin andenes, los micos que asoman sin pena y la desmesurada iconografía de miles de dioses, demuestran que viajar a India, lejos de ser el repentino hallazgo del éxtasis interior, es tal vez una de las pruebas menos sencillas para un occidental. Pero vale la pena: tal vez por eso más de 1.800 colombianos por año se le miden a un viaje de casi 24 horas en avión para llegar al centro de Asia.
Se trata, sin duda, de una de las naciones más apasionadas y religiosas del mundo -80 por ciento de la población es hinduista, mientras el otro 20 por ciento se lo reparten budistas, musulmanes, cristianos, judíos y jainistas-, capaz de albergar casi a 1.200 millones de habitantes que siguen diferentes cultos y dioses en un territorio de 3'287.590 kilómetros cuadrados. Un caótico país con una de las economías más sólidas del planeta -crece casi el 9 por ciento al año- el mismo que, según se prevé, para el 2035 será la tercera potencia del mundo.
País de ceremonias
Las ciudades sagradas del hinduismo, en total siete, suelen ser uno de los mayores atractivos para los buscadores del camino divino. Están relacionadas con el agua como elemento purificador y con la protección de un dios específico.
Por ejemplo, se cree que el Ganges, que se extiende a lo largo de 2.507 kilómetros desde el Himalaya hasta el Golfo de Bengala -y cuyas aguas liberan al alma de todos los pecados cometidos-, nace de la cabeza de Shiva; que el lago de Pushkar, un pueblo sagrado en el estado de Rajastán, surgió cuando Brahma dejó caer el pétalo de una flor de loto, y que Krishna pasó su infancia en el río Yamuna, a cuya orilla se encuentra la ciudad sagrada de Mathura.
Hay que tener en cuenta que la mayoría de los lugares sagrados suelen ser los más caóticos y visitados del país. Tal es el caso de Varanasi, conocida también como la ciudad de Shiva por sus 200 templos y 500.000 estatuas dedicadas a este dios y a su familia.
Situada a orillas del Ganges, la ciudad de dos millones de habitantes y 112 kilómetros es el destino que los hinduistas buscan para morir; es allí donde Shiva libera a los hombres del ciclo de la reencarnación y les permite alcanzar el nirvana. Los crematorios, ubicados en dos de los 80 ghats -escaleras sagradas que conducen al río-, funcionan 24 horas. Los encargados de la ceremonia son los dom, considerados la casta más impura del hinduismo y quienes deciden cuánto pagarán los familiares por el ritual. Son ellos los únicos delegados para sumergir el cadáver puesto en una camilla de bambú y envuelto en una túnica por última vez en el río, y de bañar el cuerpo con aceite o gasolina antes de ponerlo en una de las siete hogueras hechas con madera de sándalo, con el objetivo de prevenir que la putridez se propague.
Solo se permite la entrada a los hombres, a quienes previamente un barbero ha rapado delicadamente la cabeza mientras otros familiares cantan mantras, ya que se cree que las lágrimas de las mujeres impiden la ascensión del alma. Cuando el proceso termina, se esparcen las cenizas en el río y comienza la celebración por la liberación del alma. Observar este rito ancestral desde una lancha resulta toda un experiencia que paga el viaje.
Peregrinaje religioso
Un viaje en tren desde Varanasi, en un recorrido que puede durar entre 17 y 19 horas, conduce a Haridwar, conocida como 'la puerta de los dioses'. La vida de la ciudad sagrada de un millón y medio de habitantes gira en torno a un Ganges caudaloso por donde, además de las ofrendas con flores, flotan bolsas de plástico, restos de comida y despojos de ropa.
A sus orillas se reúnen los devotos que buscan limpiar las penas de su nacimiento, los brahmanes -sacerdotes- que dirigen los rezos, las vacas que se alimentan de lo que encuentran a su paso, los flashes de los turistas. La ciudad es famosa por su concurrido Arati, el culto al crepúsculo que sin falta se realiza todos los días en los lugares sagrados.
Cuando las campanas suenan, el creyente presenta sus ofrendas a los cinco elementos. En barquitos hechos con grandes hojas verdes se depositan flores amarillas como símbolo de la tierra, una pequeña vela como manifestación del fuego; una cola de pavo en forma de abanico dedicada al aire y un pedazo de tela como símbolo del éter. El agua se representa en el fluir del río que se lleva el obsequio. A ritmo de tambores, gongs y el canto al crepúsculo de cientos de fieles, la ceremonia se prolonga hasta que cae la noche.
Rishikesh, la capital del yoga, no puede faltar en un trayecto por la India sagrada. A una hora en carro de Haridwar, la pequeña ciudad a orillas del Ganges, rodeada por las inmediaciones del Himalaya, resulta ser uno de los destinos más tranquilos del país.
Famosa por la visita de Los Beatles en 1967 al ashram -centro de meditación-de Maharishi Mahesh Yogui, creador de la meditación trascendental, hoy cuenta con una oferta espiritual en la que hay de todo: más de 50 ashrams, diferentes clases y estilos de yoga, asesoría astrológica, lectura de la mano, del tarot, masajes ayurvédicos...
En medio de tantas opciones es importante tener en cuenta que para el indio no es delito beneficiarse de una transacción comercial, ni siquiera cuando de temas espirituales se trata. Con el argumento de ofrecer lo mejor para sus 'nuevos amigos', la mayoría de los que supuestamente brindan sus servicios sin ningún interés terminan vendiendo costosos paquetes turísticos o asesorías espirituales en las que los únicos beneficiados resultan ser ellos.
Sin embargo, más allá de que haya una evidente comercialización espiritual, no hay que subestimar la importancia que aún tienen la filosofía y la cultura sagrada de India.
Pasar la prueba 'espiritual' no es fácil; pero al final del viaje se puede sentir, a golpes de paciencia, que se está un paso más cerca del nirvana.
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