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¿Por qué volvió a perder la Alcaldía de Bogotá Enrique Peñalosa?

La salida de Mockus de los 'verdes', el respaldo de Uribe y campaña sucia en su contra, las razones.

ERNESTO CORTÉS
Fue el alcalde más popular que  se recuerde en la historia reciente de Bogotá. Al final de su mandato, en 2000, su imagen favorable era superior al 70 por ciento. Goza de prestigio internacional y sus teorías sobre ciudades  modernas y humanas se replican en decenas de países. Son las mismas que ayudaron a transformar a Bogotá. Los funcionarios que hicieron parte de ese modelo de gestión, se convirtieron en 'vedetes' y terminaron en el Gobierno Nacional o en firmas consultoras de prestigio. Haber hecho parte de la alcaldía de Enrique Peñalosa era sinónimo de éxito.
¿Cómo se entiende que nada de esto haya contribuido para que Peñalosa hubiera repetido la alcaldía de Bogotá?, ¿por qué tantos intentos fallidos?, ¿cuándo se divorciaron el alcalde y los ciudadanos que antes lo aclamaron?
La imagen de Peñalosa entregado a los brazos de su esposa minutos antes de leer el escueto comunicado que ponía fin a otra campaña fallida, lo decía todo. Horas antes, un hilo de esperanza abrigaba la posibilidad de que volviera a alcanzar el único deseo real que ha tenido en la vida: ser alcalde de Bogotá y concluir una obra de gobierno aún presente en la retina de muchos bogotanos.
Pero las urnas le fueron esquivas nuevamente. Perdió ante un rival al que ya había vencido en el 97. Perdió teniéndolo todo para ganar: programa, respaldo y maquinaria. Perdió frente a una campaña montada en plena coyuntura y con apenas cuatro meses de vida. ¿Qué salió mal?
Peñalosa no perdió por arrogante ni soberbio. Eso también se decía del hoy presidente, Juan Manuel Santos, y sin embargo lo eligieron abrumadoramente. Y eso que Santos jamás había hecho campaña para cargo alguno. Peñalosa tampoco perdió porque la gente lo odiara, así muchos no compartieran su estilo directo ni ese aire de estar siempre evaluando a su interlocutor como un profesor de matemáticas a su alumno.
En esta ocasión, la debacle de Peñalosa empieza con el ruido mediático que genera su aspiración por el Partido Verde y el evidente inconformismo de Antanas Mockus. A la luz salieron intimidades de la campaña en las que se habló de celos y traiciones.
A  pesar de todo, Peñalosa se montó en la cresta de los verdes con el respaldo a regañadientes de Mockus. En esas andaban cuando emergió la figura del ex presidente Álvaro Uribe. Vía twitter, el ex mandatario hizo saber de su respaldo a Peñalosa. La noticia  produjo un sisma de consecuencias devastadoras. La campaña no había tomado impulso y los verdes ya vivían su primera y más dura crisis.
Mockus optó por renunciar al partido, en medio de una parafernalia de medios, ahondó las tensiones internas. Peñalosa, que durante meses se la jugó por su ex compañero de batallas, quedó como el villano y Mockus como el incomprendido.
Desde entonces, la sombra de Uribe acompañó a Peñalosa, más como una pesada nube de invierno, que como el ángel protector que buscaba. Y lo que en un principio fue visto como el impulso decidido que le faltaba a la campaña,  se fue desvaneciendo con la seguidilla de escándalos que golpearon sin contemplación al gobierno del ex presidente: DAS, Agro Ingreso Seguro, corrupción en la salud, corrupción en la Dian... y todo iba directamente a la cuenta de la imagen de Peñalosa.
Con la entrada de la 'la U' y el anuncio de que la poderosa unidad nacional haría causa común por el ex alcalde, pareció llegar el respiro que se necesitaba. Para entonces, la campaña ya estaba maltrecha. Ante la opinión pública pesaba más la incomodidad de tener que soportar el desprestigio de Uribe que las propuestas de gobierno de Peñalosa. Esto fue evidente hasta en sectores de estratos 5 y 6 que antes daban lo que fuera por el ex Presidente. La gente se había acomodado al estilo de Santos y no a la manera camorrera como Uribe respondía al Gobierno. De nuevo, todo iba a la cuenta personal de Peñalosa.
Si en el escenario interno las cosas no eran fáciles, en el externo mucho menos. Se minimizó a los contendientes. Peñalosa vio en Petro el rival a vencer y subvaloró el potencial que representaban Gina Parody y Carlos Fernando Galán. Se empeñó en que la atención se centrara en los dos punteros e ignoró que Gina, más mediática, recursiva y carismática, tendría los arrojos suficientes para arriesgarse a una alianza con Mockus que podría desestabilizar la balanza, como en efecto pasó. Lo propio ocurrió con Galán: se ignoró la fuerza que el galanismo aún ejerce en amplios sectores de la capital.
Conclusión: el voto de la derecha y centroderecha representado en Peñalosa, Gina y Galán, se hizo pedazos.
Lo anterior confirma la tesis de vieja data de que Peñalosa evidentemente es buen gerente y fue buen alcalde, pero lo persigue el sino trágico de ser pésimo candidato. Por eso no mide bien a sus rivales, no comprende las maquinarias, no teje bien las alianzas y no domina la escena pública. Si estuviéramos en los tiempos en que los alcaldes se nombraban a dedo, probablemente ya habría sido reelegido tres veces.
A todo lo anterior se suman dos hechos que no pueden pasar por alto: la Bogotá de hoy no es la que Peñalosa dejó hace 12 años. Los bogotanos más pobres no son los mismos que en el pasado le agradecieron los parques, los jardines, las mega bibliotecas, los súper colegios o las bicicletas. La Bogotá de hoy ha creado una nueva sociedad que se basa en el asistencialismo: comida gratis, salud gratis, educación gratis. Que no está mal, pero que la gente agradece más porque toca directamente con el ser humano más que con el entorno.
Y esto da pie para un último análisis: toda esta política social se montó, en buena parte, sobre el desprestigio de Peñalosa, a quien se le acusó de querer acabar con todo esto. Injusto, claro, pues fue él quien más impulsó iniciativas dirigidas a dignificar a los más pobres y generarles espacios de igualdad dentro de la ciudad. De ahí su obsesión por los colegios por concesión, los andenes para los viejos, las canchas de fútbol sintéticas en ciudad Bolívar, los jardines infantiles hechos a la medida de los más pequeños, las ciclorrutas para los miles de trabajadores que las utilizan, etc.  
Pero nada de lo anterior fue suificente para acallar la campaña de desprestigio que especialmente el Polo montó en su contra a lo largo de los últimos años. Y ese fue, a entender del propio Peñalosa, el verdadero rival que tuvo y que no pudo vencer en ls comicios del pasado 30 de octubre.
ERNESTO CORTÉS
Editor Jefe EL TIEMPO
ERNESTO CORTÉS
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