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Rectores y administradores

Francisco Cajiao
    Quienes dirigen el sector educativo no siempre entienden lo que ocurre en los colegios, simplemente porque no han estado allí después de su adolescencia. Por eso, muchas de las estrategias de calidad que se proponen desde la Administración suelen fracasar estrepitosamente. Lo grave es que se malgastan enormes cantidades de dinero y energía y, con frecuencia, se inducen conflictos que antes no existían.
    Esto parece estar ocurriendo en Bogotá, según me han contado algunos rectores. Parece que la Secretaría de Educación los llevó a unos encuentros en Girardot, en los cuales se hicieron talleres para proponer estrategias encaminadas al mejoramiento de la calidad, y antes de conocer siquiera los resultados de su trabajo grupal, ya estaban redactadas las conclusiones y se los convocaba a firmar unos pactos de política pública para los próximos cuatro años. Me dicen que eso generó una indignación notoria en muchos de ellos, que se negaron a firmar nada, por sentirse burlados y burdamente manipulados.
    La asociación que los agrupa (Sindodic) ha pedido una audiencia con el secretario, que no asistió a los encuentros, y señalan treinta puntos fundamentales para el buen funcionamiento de los colegios. La impresión que queda del listado de temas es que la Administración es un desastre, que los procesos de gestión no funcionan, que los recursos que se habían obtenido para apoyar a los niños y fortalecer las bibliotecas han desaparecido. La incapacidad de facilitar las salidas pedagógicas, organizar los procesos de matrícula y planeación de reuniones que exigen presencia de los docentes está creando conflictos en las instituciones.
    Esto se viene comentando desde hace tiempo y ha creado un malestar muy grande frente a la dirección educativa de la ciudad. El secretario, a quien conozco de tiempo atrás, tendrá que enfrentar este oscuro legado de los años anteriores, que incluye no solo contratos como el que acaba de liquidar (Alma Máter) y que chupó muchos recursos que tendrían que haberse orientado a los temas que señalan los rectores, sino la falta de credibilidad que se respira en los colegios. Será mejor que él escuche de primera mano lo que yo conozco por mi contacto con los educadores.
    Las buenas prácticas pedagógicas, los éxitos académicos, las experiencias exitosas en convivencia y solución de conflictos, la motivación de los estudiantes para superarse o la realización de proyectos científicos siempre suceden en los colegios, donde los equipos de maestros, liderados por sus directivos, interactúan día a día con niños y jóvenes.
    Para que la calidad sea una realidad se requiere que los rectores tengan el liderazgo interno en sus instituciones y reciban el apoyo de las autoridades educativas locales. Si los recursos no fluyen oportunamente, si desde la Administración se patrocina el desorden inventando reuniones y eventos en tiempos de clase, si no se reemplazan los maestros que se retiran o los que tienen incapacidades, si se les mandan decenas de proyectos dispersos, los colegios pierden toda la capacidad de autonomía y organización que la ley les otorga y a las cuales los obliga.
    Es comprensible que una Secretaría de Educación como la de Bogotá quiera 'tirar línea', como se dice en la calle, sobre lo humano y lo divino para reclamar réditos políticos. Pero si, más allá de la legitimidad de esta intención, no se cuenta con los directivos de los colegios y, a través de ellos, con los maestros y las comunidades educativas, todo queda en documentos sin convertirse nunca en realidad.
    El sentido común indica que el éxito de las políticas depende más bien de un proceso permanente de verdadera concertación, que parta de las iniciativas y experiencias exitosas de las instituciones, que en Bogotá abundan, como me consta personalmente.
Francisco Cajiao
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