Gente

Una carrera de sacapruebas a director de medios, y casi ministro

Castellanos vive en Santa Marta por recomendación médica.

Foto:Archivo EL TIEMPO

La vida y obra de Alfonso Castellanos son razones de sobra para celebrar hoy el Día del Periodista.

Nicolás Cortés Mejía
A pesar de haber nacido un 24 de diciembre (1934), al maestro del periodismo Alfonso Castellanos no le gusta dar ni recibir regalos en la noche de Navidad. “Me molesta que me den regalos, y en el momento de la repartición, yo me escondo, me subo y me encierro en un baño porque no puedo hacer otra cosa. Mis hijos lo saben”, afirma Castellanos, una verdadera leyenda viva del periodismo colombiano. Y explica: "Es algo que no se entiende porque pertenece a la complejidad del yo, donde ni los siquiatras saben qué pasa dentro del yo".
Así de compleja y llena de altibajos ha sido la vida de este periodista, referente del ejercicio del periodismo nacional en el último medio siglo y tal vez más recordado por el exitoso programa ‘Yo sé quién sabe lo que usted no sabe’, en el que nunca le faltó el corbatín.
Para definirlo hay que decir que es explosivo, del mal genio (como buen santandereano), solitario, arrogante, inteligente, culto, olvidado, coqueto y muchos más calificativos de contrastes que le han generado más enemigos que amigos. Durante su vida en los medios ha hecho de todo. Dirigió más de 11 noticieros. Entre otros, RCN Radio, Mundo al Vuelo, Suramericana, Enka, Telecom, Teletigre y Noticias Uno. Se movió en prensa, radio y televisión como pez en el agua. Y casi fue ministro de Belisario Betancur.

Con la estera al hombro

“A mí me sacaron los godos a plomo de Málaga (Santander), el pueblo donde nací, cuando tenía seis años”, narra Alfonso, y señala que era de una familia muy pobre.
“Llegamos a Bogotá con mi mamá, mi papá y mis hermanas a ver qué podíamos hacer; llegamos con la estera al hombro. Gonzalo, que se había venido primero, me ayudó a buscar puesto en El Liberal, un periódico que era de Alfonso López Pumarejo y Alberto Lleras. Ellos fueron mis primeros maestros de periodismo; luego, Laureano Gómez, su hijo Álvaro y Jorge Eliécer Gaitán”.
En El Liberal, con apenas 7 años, lo recibieron como sacapruebas, su primer oficio en el periodismo. Esta labor, que hoy es historia, consistía en imprimir en papel periódico las columnas con las noticias que se levantaban en letras de plomo para llevarlas a los correctores de pruebas, quienes, en la margen de estas tirillas, hacían sus anotaciones para que se corrigieran y, finalmente, fueran a la rotativa con el mínimo de errores de estilo, redacción y ortografía.
“Me pagaban 28 pesos mensuales, o sea 90 centavos diarios, y con eso yo formé mi casa, compré camas, cobijas, comida y pagué el arriendo en el barrio 20 de Julio, donde vivíamos; soy un bogotano de pura cepa y pueblerino; yo no era de Jockey y eso me enorgullece y me engrandece”, anota.
A los 11 años, Castellanos fue ascendido a la armada, donde se organizaban las columnas de noticias, las fotos y los avisos en una página, que luego se volvía una lámina, que finalmente iría a un rodillo en la rotativa para salir impresa. También fue linotipista, algo así como un digitador de noticias, pero escribiendo en una máquina gigante, donde salían letras de plomo caliente. Estando en esas, ya en el diario El Siglo, llegó el 9 de abril de 1948, cuando mataron al caudillo Jorge Eliécer Gaitán. Castellanos cree que a Gaitán, un dirigente con mucho reconocimiento en el mundo del derecho penal, lo mataron la CIA y el FBI.
Asegura que Gaitán era muy pobre, y que nació en el barrio Las Cruces. Hace un paréntesis en este diálogo de más de tres horas (o mejor, monólogo) para decir: “Los hombres solitarios como yo aposentamos los afectos en muy poca gente; no tengo un primo, un tío al que adore, tengo más enemigos que amigos; todos los hombres con cierto liderazgo son odiados; para los del Jockey, Gaitán era un negro hijo de puta”.
En los talleres de los periódicos, Alfonso, además, tenía que limpiar la rotativa. Y fue así como su vida comenzó a estar ligada a la política.
Recuerda que Belisario Betancur y él eran linotipistas, reconocidos entonces como los mejores del país. Belisario limpiaba la rotativa en El Colombiano de Medellín y Castellanos la de El Liberal de Bogotá. Cuando vino el golpe militar de 1953 Alfonso se desempeñaba como armador en El Siglo, de donde, dice, lo sacaron a culata.
Durante la dictadura, Álvaro Gómez le consiguió una beca en España para estudiar periodismo. A su regreso, lo llamaron de varias cadenas de radio. Sin embargo, se encerró en su casa dos días a esperar la llamada del periódico El Siglo. “Guillermo Gómez me llamó y me dijo: vente y me ayudas a sacar esta vaina. Guillermo era el director, me tenía envidia, no me quería, pero como Laureano y Álvaro daban la vida por mí, no se atrevió a tocarme. Si querían dar quejas mías se jodían. En El Siglo sabían que yo era socialista, que no era godo, eso lo conocían Álvaro y Laureano”. Así, Castellanos regresó al diario de La Capuchina a trabajar en periodismo.
Ahora, como una especie de editor, que además producía unos periódicos sindicales y gremiales. “A mí me daban unos papeles y yo entregaba un periódico. Yo ponía los títulos a los artículos de grandes escritores del mundo, algo jodido para mí”.

Un ministro indio

Entre los clientes del periódico estaba Belisario Betancur, quien llegaba a El Siglo acompañado de Bernardo Ramírez a entregarle a Alfonso los papeles para que sacara el periódico. “Decían que yo era un berraco, cuenta, y por eso, años después, los dos me nombraron Ministro de Comunicaciones y yo les dije que no.
“Bernardo fue a mi casa y nos tomamos unos buenos tragos. Un tipazo, odiaba a los godos estúpidos y era un gran lector: le explicaba a Belisario los grandes escritores de la historia. Me dijo: ‘El doctor Belisario me ha planteado que yo sea el Ministro de Educación y que tú seas el Ministro de Comunicaciones, si no quieres, cambiamos’. No acepté por las envidias. Un indio del pueblo no puede ser ministro de Estado”.
Alfonso duró unas cuantas semanas en El Siglo, hasta cuando Carlos Villar se lo llevó para la agencia de noticias internacionales UPI, la más prestigiosa del momento. “Me llevó a escribir noticias para el exterior, un sistema muy exigente por el orden de las palabras, los párrafos, etc.”.
“Villar trabajaba con un periodista muy reconocido que se llamaba Pedro Acosta, quien se retiró para ir a trabajar con el MRL de Alfonso López. Villar sabía que en El Siglo había un tipo verraco y me llamó a reemplazar a Pedro. Y en ese momento la UPI se hizo cargo de El Reporter Esso en televisión y radio”.
Sin saber inglés, Alfonso fue enviado por Villar a Nueva York a estudiar en la UPI cómo se hacía un noticiero de televisión.
“De la UPI me fui para EL TIEMPO. Don Roberto (García-Peña) me llamó seis veces y seis veces le dije que no, y a la séptima le dije que sí. Nos sentamos y me dijo: ‘Qué cargo quiere’ y le dije: ‘El que usted diga’ ”.
En EL TIEMPO fue una especie de jefe de Información-editor, y de allí salió para la agencia de publicidad Aser, de Jorge Arenas, quien lo nombró director, a pesar de no saber nada de publicidad. Estando aquí lo llamó don Gabriel Cano a dirigir El Espectador, cargo que no aceptó.
“Gabriel Cano, cuenta, me llamó y me dijo que le ayudara a arreglar el jardín; hablamos del periodismo del mundo y me hizo un examen; nos sentamos y desayunamos, y me dijo: ‘Te he llamado porque tú hiciste EL TIEMPO y lo cambiaste’, y yo necesito que vengas a El Espectador. ¿Cuánta plata quieres? Y yo le respondí: ‘No quisiera hablar de plata porque no sé si venga a trabajar o no’. Me dijo que esa era una casa pobre y que EL TIEMPO los tenía arruinados con la pauta, y, además, Eduardo (Santos) se había inventado una caja menor de gastos invencible que se llamaba los avisos limitados”.

La Manuelita de López

La carrera de Castellanos por todos los medios fue maratónica. Sin embargo, hizo una pausa en el gobierno de Alfonso López, quien lo nombró secretario de Información y Prensa de la Casa de Nariño, por allá en los años 70. “Yo era una especie de Manuelita Sáenz para López”, afirma para destacar que tenía mucho poder y que hablaba en los consejos de ministros y los Conpes, por solicitud del propio Presidente.
De la Casa de Nariño volvió a los medios y fueron muchos los noticieros y programas de opinión y transmisiones que dirigió. Por ejemplo, fue gran protagonista de 6 a.m. 9 a.m. de Caracol Radio, junto a Yamid Amat y otros grandes del periodismo.
Alfonso Castellanos es una máquina para hablar. Comenta todo. Hay que pararlo para que tome aire. Salta de un tema al otro con mucha facilidad. Afirma que hace unos años intentaron matarlo, cuando manejaba su camioneta en la vía hacia La Guajira, donde le atravesaron tres tractomulas. Dice que los mejores periodistas de Colombia son Antonio Caballero, por su cultura, y Daniel Coronell, por su carácter, a pesar de sus pecados. De los pocos militares que afirma haber apreciado está el general Harold Bedoya, quien lo llevaba por todo el país en helicópteros de guerra y que muchas veces, cuando viajaba como periodista, lo recibían con honores de alto funcionario.
Tiene un sentido del humor agudo para unos y negro para otros. En medio de una de las charlas para esta entrevista, llegó la frase ‘una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa’, y él complementa diciendo que es una frase sabia. Y relata que se parece a otra relacionada con esta anécdota: un día en Bucaramanga un grupo de santandereanos estaba en una esquina esperando a alguien desde las 10 de la mañana, y como a la una de la tarde, el más inteligente dijo: “Es la una de la tarde, sino llegó es porque no vino”.
Castellanos, desde muy joven, fue un obsesivo con sus archivos. Recortaba periódicos y los almacenaba en carpetas por temas. Dice que llevaba un diario, algo que todo periodista debe hacer no con lo personal sino con la historia del acontecer del país. De todo esto salen seis libros que tiene casi terminados y que tituló La historia no es como nos la han contado.
Desde hace unos años Alfonso Castellanos vive en Santa Marta por recomendación médica y solo viene a Bogotá a los chequeos de rigor. Algunas tardes, sale a una cafetería vecina a tomarse un tinto. La gente le hace corro para escuchar sus historias, anécdotas y chismes. “Ahí se me sienta todo el mundo para ver qué pienso”. Como quien dice: ‘Yo sé quién sabe lo que usted no sabe’, uno de sus programas famosos y del cual escribió una enciclopedia de 24 tomos, que espera publicar pronto.

La pelea con Carlos Lleras

Alfonso Castellanos casó muchas pelas como periodista. Una de las que más recuerda fue con el expresidente Carlos Lleras, en el Concejo de Cali. Lleras, quien era tan de mal genio, produjo un comunicado anunciando el regreso a la política como jefe del Partido Liberal. “Yo lo llamo el día anterior y le digo que necesito el discurso, porque tengo que filmar en cámara de cine. Me mandó para la mierda y me colgó el teléfono”.
Entonces, me fui para Cali, hice lo que pude y mandé la película. Cuando salí de un cubículo de dictar las noticias del discurso, nos encontramos con Lleras, y me dijo: ‘Usted, como siempre irrespetuoso, seguramente no tiene mamá. Cuando usted me llamó al cuarto para que le diera la copia del discurso, me despertó, usted es un hijo de puta’. Y yo le dije: ‘El hijo de puta es usted’. Se cuadró para pegarme, y yo también me cuadré. De pronto bajó los puños, estaba pálido, sudaba, y me dijo tartamudeando: ‘Alfonso, usted esta noche dónde va a comer. ‘Yo, en el hotel’, le respondí. Me dijo: ‘Por qué no te vienes a comer conmigo con todos los dirigentes del Valle; eso te interesa a ti como periodista”.
AMÍLKAR HERNÁNDEZ
Especial para EL TIEMPO
amiher@hotmail.com

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