Cultura

Carlos Ramírez y la épica historia de sus dos medallas olímpicas

Carlos Ramírez Yepes ganó un medalla de bronce en BMX en los Olímpicos de Tokio 2021.

Foto:Revista BOCAS

Carlos Ramírez le contó a BOCAS cómo se lesionó la rodilla y la singular terapia de Mariana Pajón.

Mauricio Silva Guzmán
Faltaban tres semanas para que, finalmente, tras un largo y agobiante año de aplazamientos, comenzaran los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (fechados para el 23 de julio del 2021). El ciclista antioqueño Carlos Ramírez, junto con el equipo colombiano de BMX, se encontraba en Pittsburgh, Pensilvania, con el fin de participar “en una carrera que no quería correr”.
No era un clasificatorio. Ni siquiera era una competencia oficial. Era simplemente una prueba de entrenamiento. La noche anterior a la carrera, Carlos le dijo a su compañero de habitación, Vincent Pelluard —ciclista colombo francés, esposo de Mariana Pajón—: “Yo no quiero correr. ¿Para qué vinimos si esta pista es chiquitica y ni siquiera se parece a la de Tokio? ¿Para qué asumir este riesgo?”.
Al día siguiente, Ramírez ganó las semifinales y pasó a la final. Para entonces, según él mismo, “estaba en el mejor momento, física y mentalmente, de cara a los Olímpicos”. Al segundo día, en la primera manga, inexplicablemente voló por los aires y se fue al piso. Nadie lo tocó. Ni siquiera sabe qué pasó. “Me caí, solo, como una güeva. No sé si se me salió la cadena, no sé si caí con la llanta torcida, no sé. Solo recuerdo que, de un momento a otro, la bicicleta me eyectó, di una vuelta en el aire y caí sobre la pierna”.
Carlos se paró y pensó que no había pasado nada, pero segundos después la rodilla le empezó a quemar. “¡Me jodí…! ¡Se me jodieron los Olímpicos!”. Y se largó a llorar. Cuando le pudieron bajar el pantalón, su pierna, desde el muslo hasta el gemelo, estaba morada. Lo llevaron a la clínica y le hicieron una placa de rayos X. Le pusieron un estabilizador y así, al otro día, viajó con su equipo a Chula Vista, al centro de alto rendimiento de California, última concentración de la selección Colombia antes de salir a Tokio.
No podía caminar. La bicampeona olímpica Mariana Pajón lo empujaba en una silla de ruedas por los aeropuertos, los hoteles y la sede de los entrenamientos. Como era apenas obvio, Ramírez se deprimió. Lloraba y poco hablaba. Mientras todos entrenaban, él veía a sus compañeros desde la tribuna y repetía en su cabeza: “¡Se me jodieron los Olímpicos!”. Nadie fue capaz de decirle que, así como estaba, era casi imposible que pudiera participar en las justas de Tokio.

Ramírez es paisa y tiene 27 años. Ha traído para Colombia dos medallas olímpicas: dos sufridos bronces en Río 2016 y Tokio 2021.

Foto:Pablo Salgado

Es que esperar cinco años para la carrera más importante de tu vida y tres semanas antes ver que ese sueño queda en la cuerda floja, pues no es algo que le deseo a nadie

Faltando dos semanas para la gran cita, volvió a pedalear. Pudo hacer algo de ruta. Aparecía una luz. Su pierna, magullada, amoratada e inflamada, comenzó a responder. Cuando llegaron a Japón, Lina Orrego, la psicóloga de la selección Colombia, lo empezó a trabajar: “Me dijo que yo ya lo había hecho, que ya había corrido disminuido en unos Olímpicos, que ya había alcanzado un podio sin estar al 100 por ciento. Esa idea, tan sencilla pero contundente, me sacó adelante”.
La carrera fue contra el reloj. Cada dos días, el equipo médico drenaba su rodilla. Mariana Pajón le medía la pierna todas las mañanas, lo animaba, le hacía fotos con su celular y les enviaba las coloridas postales a los papás del paciente con textos de este estilo: “¡Sí!, hoy bajó dos milímetros”. Todo eso hizo que el pedalista paisa volviera a creer en sus posibilidades.
Pegado a sus terapistas, a una semana de debutar en los Olímpicos, transformó su desgracia en una oportunidad y, de nuevo, se entregó con alma, vida y casco al propósito que se había trazado cinco años atrás: volver a subirse a un podio Olímpico. Y lo logró. Ante todos los pronósticos, por segunda vez consecutiva, Carlos Ramírez conquistó la medalla de bronce en Tokio 2020, la misma que había ganado en Río 2016. Toda una hazaña que Colombia recordará con el puño apretado.
¿Quién es Carlos Ramírez Yepes? En principio, es un joven medellinense de 27 años y de 1,77 de estatura que, según su mamá, Ana Yepes: “Antes de aprender a caminar, empezó a correr. Antes de hablar, ya sabía nadar. Y antes de leer, ya montaba bicicleta sin las rueditas de atrás”. Un deportista dedicado, competitivo y obstinado que trajo para Colombia una medalla sencillamente impensada. Incluso para él.
Tras su accidente, ¿alguien le dijo que se bajara de los Olímpicos de Tokio?
Nadie. Ni siquiera me nombraban la posibilidad. Pero yo sabía que eso podía pasar: si ellos ven que el que va a correr no está bien, pues chao. Lo que pasa es que, poco después del accidente, yo les dije a todos: “Como sea, me paro en el partidor y, como sea, le doy duro hasta la meta”. Y confiaron en mí.
¿Cómo hizo para ganar una medalla olímpica con una pierna inflamada?
Antes de llegar a Tokio, la rodilla estaba bien inflamada: no podía ir al gimnasio, no podía hacer piques. Solo podía hacer ruta. Vincent Pelluard se puso la diez y se fue a pedalear conmigo, para animarme. Después la médica me ayudó mucho con los drenajes. Siempre tuve la rodilla amarrada, excepto en las carreras, porque pedí que me la dejaran libre.
La bicampeona olímpica Mariana Pajón le medía su rodilla y les enviaba a sus papás el reporte fotográfico.
Me medía la rodilla casi a diario. Hasta le puso nombre, “chichi”, porque dizque así se decía teta en japonés, porque mi rodilla parecía una teta. Todo para hacerme reír, para darme ánimo. Es que esperar cinco años para la carrera más importante de tu vida y tres semanas antes ver que ese sueño queda en la cuerda floja, pues no es algo que le desearía a nadie.
¿Cómo asumió esa primera carrera en Tokio para cuartos de final?
Yo solo decía: “Yo no me puedo quedar en cuartos”, y no porque no fuera posible, sino porque yo me había preparado muy duro a lo largo de cinco años y porque ahí estaba yo con mi palmarés, que es muy bueno, con cinco podios mundialistas, con una medalla Olímpica… Pero me sentía disminuido físicamente por la rodilla. Gracias a Dios pasé y al otro día pasé a la final también. Eso sí debo decir que siempre subí al partidor cagado del susto, pero me ayudó que vi a todos también subir cagados del susto, cagados de los nervios. Entonces miré para arriba y dije: “Que sea lo que Dios quiera y hasta la meta”.

En esta entrevista deja ver cómo desde los ocho años, a punta de fuerza de disciplina, determinación, obstinación y muchos porrazos, se convirtió en un campeón.

Foto:Pablo Salgado

Cuando alguien se cae, la bicicleta usualmente sale hacia arriba, y ahí iba pasando yo. Le hice el quite a esa bici y pensé: ‘Hijueputa, a pedalear hasta la meta que aquí está la medalla'

¿Podría narrar la carrera final con la que consiguió su segundo bronce olímpico?
Antes del accidente, yo estaba saliendo mucho mejor de lo que he salido en toda mi vida. Pero ese día yo tenía claro que, por mi pierna, no iba a poder salir adelante y, tal cual, así fue. Arranqué bien atrás, pero sabía que en la primera curva podía tomar un riesgo, hacer una maniobra que, luego viendo el video, pasó cerquita de la rueda del ecuatoriano. Entonces quedé tercero y ahí cometo el peor error de mi vida que casi me cuesta la medalla, y que fue dejar un hueco para que el francés me volviera a pasar. Yo pude haber sentenciado al francés desde ese momento, pero así es. Vino el salto triple entrando a la recta y me pasó el francés. Entonces hice algo que nunca había hecho, porque en los entrenamientos nunca me sale bien, que es saltar y caer en sostenido. Lo pude hacer y me mantuve con vida. Con el francés entramos a la segunda curva tercero y cuarto, y cada que iba pasando la recta, yo iba recortándole, incluso lo iba tocando para ver si me abría un hueco. Lo toqué en el primer salto, lo toqué en el segundo, lo toqué en el tercero, pero esta vez más duro. Eso no se ve en el video de la carrera. Lo cierto es que yo salto mal y ahí es cuando él me hace una diferencia. Pero de pronto se cae. Tengo que ser sincero, no sé por qué se cayó. Creo que el ‘man’ sabía que iba presionado por mí y sabía que yo tengo la tendencia a meterme por dentro, duro, brusco, a buscar mi posición. Entonces él, para no darme un espacio interno, se fue con todo. Y cuando alguien se cae, la bicicleta usualmente sale hacia arriba, y ahí iba pasando yo. Entonces supe reaccionar, le hice el quite a esa bici y ahí sí pensé: “Hijueputa, a pedalear hasta la meta que aquí está la medalla, es aquí o nunca”, y ahí cruzo la meta.
(¿Le gustaría otra entrevista BOCAS?: J Balvin, el 'niño e' Medellín')
No se la creía...
¡Ja! Así es. Creo que todos vieron que yo no me la creía. Es que yo vi muy lejos esa medalla por la lesión. Saqué el corazón que tengo y esa lucha y esa guerra y ese ser tan aguerrido. Y ser un soñador. Yo me paré en el partidor con muchos sueños, sabía que no estaba en mi mejor momento, pero salí a dejarlo todo en la pista.
¿Usted nació con el talento o se hizo?
Yo no nací así, yo me hice. De los 5 a los 8 años, estaba lejos de ser el mejor, quedaba atrás siempre. Y poquito a poquito fui creciendo. Creo que sí tengo talento, que es trabajado también, pero todo lo mío viene de tantos y tantos años de trabajo, de tantas ganas que le he metido a entrenar. Lo mío es dedicación y resiliencia, porque a veces uno está reventado, golpeado, vuelto nada.
¿Recuerda cuando a los tres años empezó a montar bicicleta?
No. Pero sí tengo muchos recuerdos de mi niñez en bici, como cuando muy chiquito caí en una piscina con botas, ropa, bicicleta y todo.
A los cuatro años lo llevaron al semillero del BMX en Medellín, pero no lo dejaron entrar porque no había cumplido cinco años. Me dice su mamá que usted hizo una pataleta que duró casi un año.
El día que cumplí cinco años estaba allá de primero. Yo me imagino que sí hice pataleta porque adoraba la bici. Y me pasó de todo. Un día salí sin casco, salté una rampa, me caí y me raspé la mitad de la cara. Una vez mi mamá me dejó con mi abuelita y, pobre ella, me quebré la mano. Luego me quebré la mano otras tres veces. En la mano izquierda tengo cinco operaciones, tornillos y hasta tuvieron que cortarme el nervio de la muñeca.
¿Qué fue lo que más lo enamoró del BMX en su infancia?, ¿recuerda por qué tanta atracción hacia el deporte?
Las maripositas que sentía al saltar. El hecho de ir a jugar en la tierra. Yo me iba para una pista y no salía de allá hasta que no estuviera reventado.
¿Aún siente esa sensación?
Últimamente la he vuelto a sentir. He vuelto a sentir el niño interior que disfruta el entrenamiento, que disfruta las cosas. Pero siento que esa sensación la perdí por un tiempo, no lo puedo negar.
¿Cuándo?
Cuando tenía que hacerlo para ser bueno, para competir; y como soy muy competitivo en todo lo que hago, entonces se me volvió una obsesión en busca de mejorar y mejorar y mejorar. Ahí entendí que tocaba volver a traer al niño que disfruta de la pista, de vestirse para llegar al escenario deportivo, de cada salto… Se puede decir que el niño sigue aquí conmigo.
A usted lo definen como un corredor muy técnico y muy agresivo. ¿Se ve así?
Yo me obsesioné por ser una persona muy técnica. Si me decían seis saltos, yo me quedaba y hacía doce; hasta que dominaba un salto, una curva, un sostenido. Y sí, agresivo sí soy.

Habla “El pequeño mago”, el paisa de 27 años que desde los 15 años corre por Bogotá y que, dice, va por la de oro en París 2024.

Foto:Pablo Salgado

A los 8 años fue Campeón Mundial de su categoría en Brasil. Pocos pueden decir eso.
Primero que todo, yo estaba lejísimos de ser el favorito. Pero obvio que yo quería ser el campeón. De hecho, en la primera vuelta que dimos todos los niños de la selección Colombia, para reconocer la pista, yo salí tan agresivo que tumbé a Mariana Pajón, a quien acababa de conocer. Luego me preguntaron que por qué lo había hecho y me dicen que yo respondí: “Solo quería saber qué se siente tumbar a una campeona mundial”. Eso fue en un entrenamiento y eso solo significa que yo quería ganar. Y gané. De hecho, ahí nació mi sueño olímpico.
Mariana siempre ha estado junto a usted. Entiendo que siendo niños vivieron juntos en Naples, Florida, por algo más de un año.
‘Mari’ y yo nos conocemos desde que yo tengo ocho años y ella tenía once. Nos fuimos a estudiar a Naples para aprender inglés y, si no estoy mal, mis papás le ofrecieron la oportunidad a su familia de que viviera con nosotros. Es una amistad de hermanos.
Y como buenos hermanos se han peleado.
Sí. Durante un buen tiempo estuvimos alejados.
¿Por qué?
Malos comentarios que se habían regado por ahí y que la gente tergiversa. Después, con el tiempo yo la busqué y le dije: “Mari, sentémonos y hablemos las cosas. Tú más que una amiga eres como una hermana”. A ella le aprendí lo soñador que soy, ella es una pelada que lo que se propone, lo cumple. Tiene una fuerza mental que nadie tiene.
¿Por qué a los 15 años usted terminó corriendo para la Liga de Bogotá?
Porque no me apoyaron en Antioquia y eso fue porque en esa época estaba Mariana, Santiago Duque, los Oquendo, Sergio Salazar, entre otros. Entonces Germán Medina, que ha sido el seleccionador de Bogotá y de la selección Colombia, se nos acercó y nos propuso. Tomamos una muy buena decisión porque me apoyaron mucho y le pude dar a Bogotá dos medallas olímpicas.
¿Quién y por qué le puso el apodo de “el pequeño mago”?
Un narrador en Sudáfrica me puso así: The little magician, y yo no entendía por qué. Después me explicó y era porque me veía meterme por partes que era, teóricamente, imposible.
Usted también vivió en Lausana, Suiza, en la sede de la UCI, a sus 17 años. ¿Cómo llegó allá?
Gracias a una entrenadora que conocí en el Mundial de Sudáfrica. Un día, a principios del 2011, me llegó la invitación. Fue como llegar a otro mundo. A mis papás les tocó pagar un montón de plata por exceso de equipaje porque yo llevé mi bicicleta, sin saber que allá me iban a dar un bombón de ‘bici’ [risas]. Todo increíble, pero parecía una cárcel, habitaciones pequeñas y reglas muy estrictas: a las once de la noche ya no había nada encendido y a veces nos apagaban el Internet. Yo desayunaba, almorzaba y comía bicicross. Era todo lo que hacía. Debo decir que soy el deportista que soy hoy gracias a esos dos años en Suiza.
Después volvió a Bogotá y entiendo que se alcanzó a desjuiciar.
Pues un culicagado de 20 años al que ya le estaban pagando una platica, entonces que una rumbita, que una invitación… Y sí, me fui yendo hacia la fiesta. Es que nosotros no tenemos una infancia ni una adolescencia porque siempre estamos compitiendo. Pero gracias a Dios alcancé a decir; “no, venga para acá que la está embarrando”. Eso fue un sábado que me enrumbé y el domingo competí. Me fue bien, pero yo dije: “No, yo aquí enguayabado, maluco, mamado, trasnochado y compitiendo, ¡noooo!”.
En el 2012, usted se coronó Campeón Mundial Juvenil en Birmingham, Inglaterra.
Entonces dejó de ser promesa del BMX. ¿Qué recuerdo tiene de ese momento?
Que lloré el día anterior porque había quedado segundo en la prueba de la contrarreloj y me dio rabia porque era el favorito, por oír el himno francés de mi contrincante y porque, tengo que ser sincero, le estaban dando al man un reloj que estaba como bonito. Entonces quedé picado y al otro día gané. También recuerdo que ese día, cuando pasé la meta, le dije a mi papá, que es médico, que ya no iba estudiar medicina y que yo quería estar en los Olímpicos del 2016.
Y cumplió y con sobrados méritos: bronce en Río 2016.
Allá llegué sobreentrenado, recalentado, solo quería dormir. Soy un man que me dicen que tengo que entrenar y yo entreno, pero se les fue la mano. Me acuerdo que hasta peleé con los directivos, les decía “no voy a entrenar”, me sentaba y decía “que no voy a entrenar”. Yo sentía el cuerpo reventado, que no me daba más, y no me paraban bolas. Pero llegamos allá y me tocó un cambio de chip, el mismo que me tocó en Tokio. Asumí esa mentalidad y salí a competir.
Y en la final de Río, de atrás para adelante, en lo suyo.
Salí pésimo. En el triple salto, voy séptimo. En la curva, me meto por dentro y ahí salgo cuarto, peleando cuarto, quinto y sexto. En la segunda recta se me meten dos holandeses por dentro y entonces quedo sexto. Y en la última curva, todo o nada, me meto por un hueco y empato al tercero. Cruzamos y tocó esperar qué decía el foto finish. Fueron los cinco minutos más largos de mi vida. Fue por un pelito, por nada. Cuando me dijeron es cuando me arrodillo con la bandera. No lo creía. Yo decía: “¿Qué estoy haciendo acá?, me acabo de montar en el podio olímpico”.
Luego no fueron cuatro años, sino cinco para volver a unos Olímpicos. ¿Muy angustiante ese 2020?
Es que a cada rato salía un rumor de que no iban a haber Juegos. Incluso salió un dirigente de Tokio diciendo que se cancelaban los Olímpicos y yo lo leo y digo: “¿Cómo así que yo llevo entrenando cinco años, matándome el culo, dando todo de mí y me los van a cancelar tres meses antes?”. Eso fue un golpe bajísimo.
Inolvidable su cara de incredulidad en el podio en Tokio.
Primero decía: “No me la creo”. Luego, agradeciéndole a Dios porque es la segunda medalla olímpica que tengo en mi casa. Y tercero, quedé picado porque usualmente a ti no te ponen la medalla de oro al frente y esta vez me la pusieron al frente y yo dije: “¡Hijueputa!”. Hasta le dije al holandés (Niek Kimmann) “la voy a coger”. Me picó mucho tenerla al frente y no cogerla. Ese día también me cambiaron muchos planes hacia el futuro. Es que tenía otros sueños que también quiero cumplir.
¿Cuáles?
Volverme rutero; no lo voy a negar, me encanta la ruta. Pero quedé tan picado que ese sueño de ruta pasó a ser un plan B.
¿París 2024?
Me dieron mil veces más ganas de ir a París.

No lo creía. Yo decía: ‘¿Qué estoy haciendo acá?, me acabo de montar en el podio olímpico’

Entiendo que alguna vez lo diagnosticaron con la enfermedad von Willebrand, una especie de desorden de coagulación. Supe que un médico le recomendó dejar su carrera deportiva.
Fue durísimo porque tenía que viajar con una inyección, que la tenía que llevar refrigerada, que si me caía me la tenía que poner. Era muy deprimente. Incluso una vez entrando a Chile, como llevaba hielo seco para enfriarla, quisieron chuzar todo pensando que era droga. Entonces dije “no más con este tratamiento”, menos cuando, por cuenta de eso, el médico me alcanzó a decir: “Vas a tener que dejar tu deporte”. Y no, yo iba a seguir haciendo deporte sí o sí.
Lo que le pasó en su rodilla, que se puso morada toda la pierna, tiene que ver con la coagulación de su sangre.
Puede ser, por los morados. Hay síndromes compartimentales, como los llaman, y que hay que drenarlos sí o sí, porque el cuerpo no es capaz de eliminarlo por cuenta propia. Sí puedo tener algo en el cuerpo que no sabemos qué es. Me han hecho estudios y no hemos podido saber exactamente qué es. Pero aquí estamos y seguiremos.
¿Cómo va su carrera de administración de empresas?
Voy en cuarto semestre. Tarde o temprano la termino.
¿Va a crear empresa?
Ya está creada. Es la empresa familiar de la cual soy socio. Cuando salga del deporte voy a asumirla. También estoy creando una empresa de eventos deportivos.
Usted también es el resultado de un tremendo apoyo familiar. ¿Cómo puede definir ese soporte que han sido sus papás?
El pilar de mi carrera deportiva. No sería el deportista ni la persona que soy hoy en día si no fuera por ellos. Mi papá se endeudó hasta las güe… para llevarme a una carrera. Las tarjetas de crédito varias veces lo llevaron a la quiebra, por así decirlo, por apoyar el sueño deportivo de su hijo, por darle una alegría al niño que quería viajar a competir en campeonatos mundiales. Lo mismo mi mamá y mi hermano, que, ese sí, ya es médico.
¿El BMX es su obsesión?
He perdido relaciones interpersonales por el BMX, amistades, momentos con mis amigos, momentos con mi familia, novias, todo, porque para mí el deporte es lo que define mi vida. Amo lo que hago, disfruto lo que hago y lo que hago es montar en una bicicleta. Yo jodo con que mis novias son mis bicicletas.
Simone Biles dijo que es difícil “enfrentar tus propios demonios”, luego Djokovic dijo que “la presión es un privilegio”. ¿Cómo ve usted este asunto?
Que yo no hubiera hecho lo que ella hizo, de salirse de la competencia, porque no es mi forma de ser. Como pudieron ver, yo estaba lesionado y salí a darlo todo. Pero la entiendo; cada quien tiene sus demonios en la cabeza. Yo me siento privilegiado de tener esa presión de que se te acerque un niño y te diga: “¡Uy!, ojalá ganes hoy”, porque esa presión es bonita, porque en verdad están creyendo en ti y creen que eres bueno. Pero esa presión también puede volverse algo muy pesado de sobrellevar.
¿La de oro en París 2024 es una obsesión?
Me saben a oro los dos bronces que tengo, por los momentos que he tenido que superar. Pero sí, sueño con la de oro en París. Se podrá volver una obsesión y probablemente lo será. Pero claro que sí quiero luchar por esa de oro. No es fácil, ser campeón olímpico no es fácil, ser medallista olímpico no es fácil, pero yo siempre he dicho que soñar es gratis y que el que sueña, puede. Entonces, a mí no me cuesta nada soñar y visualizarlo. ¿Y por qué no hacerlo realidad en tres años?

Apertura de la entrevista de Carlos Ramírez Yepes en la edición 109 de Revista BOCAS, publicada en agosto de 2021.

Foto:Revista BOCAS

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Gracias por leernos.
Nos gustaría que leyera otra entrevistas BOCAS: Rodrigo García Barcha, el hijo de Gabo.
POR: MAURICIO SILVA GUZMÁN
FOTOS: PABLO SALGADO
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 109. AGOSTO - SEPTIEMBRE 2021

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