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Educación

Cómo ganar dinero maltratando el español

Es evidente la proclividad a importar promociones norteamericanas en las que juzgan indispensable el idioma original.

Es evidente la proclividad a importar promociones norteamericanas en las que juzgan indispensable el idioma original.

Foto:Denis Doyle / Getty Images

Daniel Samper Pizano defiende el castellano de aquellos que utilizan el inglés para degradarlo.

Juan Carlos Rojas
Se ha extendido la idea, a partir de la globalización y el auge de las empresas multinacionales, de que la lengua inglesa es económicamente eficaz, elegante, práctica, moderna, avanzada y dispensadora de estatus social, al paso que el español es vulgar, viejo, mal vendedor y apto solo para escribir literatura.
Confluyen en esta idea muchos buscadores de lucro en los países de habla hispana: los fabricantes, los comerciantes, los publicistas, los mercadotecnistas y, recientemente, también los tecnologistas y los vidabellistas, aquellos que nos abruman con sus prédicas sobre la buena energía, el ‘fitness’, los cuerpos ‘in shape’, las ‘positive minds’, y procuran convencernos, a cambio de unos pesos, de que ‘life is beautiful’. Como si no fuera bella la vida también para quienes solo hablan castellano.
Los lemas comerciales ya se proclaman solamente en inglés: ‘Connecting people’… ‘Just Do It’… ‘Think Different’… Muchas películas y casi todas las series de televisión ni siquiera se toman la cortesía de traducir su título al español: ‘The Crown’, ‘Breaking Bad’, ‘Friends’, ‘The Walking Dead’... No pocas de ellas, para mayor paradoja, han sido creadas y producidas en países hispanohablantes: ‘Too Much’, ‘Masterchef’, ‘Sálvame Deluxe’, ‘The Suso’s Show’…
Pasear por ciertos barrios de ciudades colombianas o españolas constituye un deprimente ejercicio de negación de nuestra cultura. Ya no son solo los nombres de las tiendas y almacenes, sino que también figuran en inglés sus mensajes (‘Happy New Year’) y sus anuncios: ‘Home Delivery’, ‘Happy Hour’… Es evidente la proclividad a importar promociones norteamericanas en las que juzgan indispensable el idioma original: ‘Black Friday’, ‘Xmas Sale’, ‘Open’… Hace poco, la portada de un suplemento de sastrería colombiana anunciaba con elitista ademán las tendencias de ‘Fall’ y de ‘Winter’. Sí: otoño e invierno en Bogotá, donde todos sabemos que hay solo dos estaciones: cuando está lloviendo y cuando va a llover.
Por supuesto que las marcas internacionales son intraducibles. No se trata de llamar Don Marcos a McDonald’s o La Roma de Toño a Tony Roma’s. Pero resulta insólito ver que hasta los negocios de comida típica, como La Cesta, donde venden exquisitos pandeyucas, garullas y pandebonos, adornan sus paredes con pensamientos bellavidistas en inglés. Si ustedes salen a caminar por el norte de Bogotá o las zonas “distinguidas” de Medellín, Cali o Barranquilla, verán que no parecen territorios nacionales sino rincones de Washington. Llegará un día en que ciertos establecimientos prohibirán el ingreso a los que no dominen el inglés, así como en los parques de Shanghái los británicos prohibían el ingreso de los perros y los chinos. De hecho, un edificio pretencioso y camorrista de la calle 78 con 9.ª de Bogotá advierte a los transeúntes que se alejen, que la entrada es solo para su gentecita: ‘Staff Only’. ‘KEEEP OUT!’ En adelante podrían colgar también un letrero que dijera (en inglés) “Prohibido robar” y confiar en que los apartamenteros del barrio El Nogal sean bilingües.
Para empeorar las cosas, como los comerciantes pobres han visto que funcionan bien los negocios bendecidos en lengua extranjera, no han tardado en copiar el truco. Nada supera los puestos de Corabastos con cartelones del ‘Black Friday’, pero compiten con ellos una apetitosa sancochería bogotana llamada God Bless Colombia y un asador de arepas al lado de Corferias que exhibe la pomposa marca de Lulu’s. No me extiendo al respecto, porque se necesitaría un tratado completo para examinar la extraña atracción que produce en los colombianos el posesivo inglés (‘s), usado incluso cuando no cabe (La casa de las arepa’s). También los españoles han caído bajo el hechizo del sufijo verbal ‘ing’. Por eso en la Mother Homeland han inventado una bestia lingüística con la cabeza de Cervantes y la cola de Shakespeare de donde proceden, por ejemplo, la aereolínea Vueling y el tremendo deporte del puenting.
Además de ningunear el léxico, también se apuñala ya la morfología del español. Nada de plaza San Fernando: ha de ser San Fernando Plaza, copiando la construcción gramatical inglesa. Y ¿cómo así que Club de la Buena Lectura? Mucho mejor La Buena Lectura Club.
Hasta el Congreso de la República ya se siente más honorable y digno (perdonen la licencia poética) en inglés que en español: en el Capitolio fueron desterrados los términos informales camino rápido, vía corta y atajo: legislar en ‘fast track’ suena mejor y engaña más a la ciudadanía.
Lamentablemente, la prensa, que debería ser la primera en contrarrestar esta campaña de minusvaloración de la lengua que le da de comer, ayuda, por el contrario, a envilecer su imagen. Como cada vez los medios de comunicación ocupan a periodistas jóvenes más baratos, más sabios en tecnología y más ignorantes en todo lo demás, el inglés se ha vuelto jeringonza común del oficio con la que se intenta amurallar la tribu y descrestar al irrespetable público. A quienes son fieles lectores del diario madrileño ‘El País’, como yo, los invito a explorar la cantidad innecesaria de anglicismos invasivos que se cuelan en sus páginas. Hasta en la sección deportiva el ‘hat trick’ reemplaza ya al viejo triplete, se impone el ‘box to box’ para designar al jugador capaz de correr de portería a portería y algunos comentaristas se sienten “puros, explícitos, invencibles”, como el coronel de García Márquez, cuando escriben ‘clean sheet’ en vez de portería virgen. Ocurre en España, pero ya nos llegará, ya nos llegará…

Una de las normas básicas del buen periodismo es que debe comunicarse empleando el lenguaje que comprendan sus lectores, no la jerga de sus fuentes

Una de las normas básicas del buen periodismo es que debe comunicarse empleando el lenguaje que comprendan sus lectores, no la jerga de sus fuentes, en particular si dichas fuentes se esmeran en cultivar un lenguaje a la medida de sus intereses o sus angustias. Hace unos años, asesores de imagen militares intentaron colar aquello del ‘falso positivo’ para sustituir la palabra asesinato y últimamente los redactores urbanos se creen más versados cuando se refieren, como los silvicultores, a “individuos botánicos modificados” en vez de tala árboles. De la misma manera, los periodistas que cubren fuentes ungidas por la moda capitulan su teclado o su micrófono ante el lenguaje perversamente comercial con que esas fuentes los atiborran. Sin ir muy lejos, EL TIEMPO publicó hace poco una larga noticia titulada ‘Komucha: la bebida ‘cool’ y ‘fit’ ’. En ella, la redactora se convierte ingenuamente en propagadora del lenguaje y los intereses comerciales de los vendedores del jarabe y se solaza en describir las maravillas del ‘scoby’, la empresa Happy Kombucha y los ‘influencers’ que la avalan. No sé si estaba al servicio consciente de los lectores o al inocente servicio de los comerciantes.
Todo lo anterior constituye un ejercicio deprimente y a menudo cursi de degradación patrimonial. Se menosprecia al español por razones mercantiles: para vender más, para vender caro, para enaltecer lo de afuera o disfrazar lo propio. Tras el desdén por el castellano se agazapa un afán de lucro despiadado y voraz. Pero esto no pasa en Londres ni en Boston, sino en España y en América Latina. Somos actores principales en el proceso de humillación de nuestra lengua. Por eso me pregunto en este interesante seminario sobre el valor patrimonial del español si es justo pensar que todo aumento del PIB en los países de habla hispana favorece a nuestra lengua, y si pueden sumarse alegremente a la prosperidad del español los negocios que se basan en atropellarlo.
Quiero hacer una advertencia final y personal. No estoy en contra del inglés. En absoluto. Ha sido mi segunda lengua como universitario, mi primera lengua como posgraduado y sigue muy de cerca al español en mis lecturas. Admiro y respeto al inglés, como también admiro y respeto al francés, al alemán, al checo, al suajili… Solo lamento no poderme expresar debidamente en ellos. Lo que intento, más bien, es proteger también al inglés del destrozo al que en nuestros países lo someten quienes, aun sin hablarlo, pretenden ganar prestigio, estatus y dinero golpeando con él su propia lengua.
Si pensamos en el futuro del español, lo primero que debemos hacer es protegerlo de los hispanohablantes que se lucran degradándolo y de quienes miran indiferentes este triste espectáculo de empobrecimiento cultural.
* Este artículo se basa en la intervención del periodista Daniel Samper Pizano, a nombre de la Academia Colombiana de la Lengua, en el seminario hispanocolombiano ‘Futuro del español’ que se realizó el martes pasado en Bogotá con el patrocinio de la revista ‘Semana’, Telefónica, Vocentro y otras entidades.
DANIEL SAMPER PIZANO
Periodista y escritor
samperpizano@gmail.com
Juan Carlos Rojas
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