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Educación

La claridad, reina de la escritura

Quizás la reina de la escritura, partiendo de la experiencia propia, es la claridad.

Quizás la reina de la escritura, partiendo de la experiencia propia, es la claridad.

Foto:Archivo / EL TIEMPO

Hay que exponer las ideas sencillas con palabras sencillas, y las ideas complejas...también.

Las recomendaciones para la comunicación escrita (¡qué nombre tan bello para una asignatura!) varían para cada autor dedicado a proponer orientaciones acerca de este asunto. Muchas son las personas atónitas frente a la pantalla del computador, por segundos, minutos y quizás horas, porque ignoran cómo empezar un texto. Las palabras —dicen algunas— no aparecen en el momento preciso. Las ideas —añaden ellas mismas— están en la cabeza, pero los términos adecuados se esconden, y la posibilidad de entrar con pie derecho en el camino de la redacción adecuada resulta cada vez más difícil. Por supuesto, y esto es solo una especulación, algunas de ellas seguirán afrontando este inconveniente mientras el hábito de la lectura permanezca relegado.
De un archivo, por sentido común, jamás se obtendrán datos si en este no existe tal información. Una situación parecida surge con el cúmulo de conocimiento: las palabras no llegan si estas no se han guardado con antelación como fruto de un cultivo constante de lectura.
Habrá notado alguno de ustedes que, por lo regular, se acude a las mismas frases hechas, a los mismos clichés, a las mismas palabras de comodín, a los mismos vocablos trillados, a las mismos juegos grandilocuentes (como ahora, con el mismo “mismo”. La diferencia es que aquí este uso es consciente).

Por la claridad

Quizás la reina de la escritura, partiendo de la experiencia propia, es la claridad. Cada palabra, oración y párrafo (y, claro, un texto completo) deben proveer al destinatario de la facilidad para captar las ideas allí expuestas, como la que embarga a un deportista muy acalorado y fatigado frente a un vaso de agua. Así debe saborear el lector las ideas. Si hay un tropiezo, si se requiere leer de nuevo una oración, esto ya es un indicio de que las palabras se alejan de una disposición clara. Estas y las ideas que encierran deben “penetrar en la mente como un cuchillo caliente en un trozo de mantequilla”.
En el marco de esa claridad, hemos de considerar ciertos aspectos. Por ejemplo, la disposición de las palabras (la sintaxis) permite añadir cada una a la anterior, a fin de construir con estas los conceptos que pretenden comunicarse. Si decimos “caballo”, y luego “blanco”, y luego “robusto”, y luego “galopante”, y luego “poni”, habremos sobrepuesto cada una de estas ideas sobre el sustantivo “caballo” para delinear un animal de este tipo y con características muy definidas.
Aparte de la disposición, también las palabras seleccionadas han de oscurecer o iluminar las ideas. “Llevaba un aparato electrónico en sus manos” resulta menos preciso que “llevaba un computador en sus manos”. Hay diferencia entre “saludar a los invitados” y “saludar a los invitados especiales”, “saludar a los reconocidos invitados”, “saludar a los invitados más amables”, etc.
La claridad también se asocia con la frecuencia en que las palabras son usadas por la mayor parte de los hablantes o escribientes. Es necesario mantener el punto medio: ni términos trillados y tampoco rebuscados. Sin embargo, siempre será provechoso inducir a los lectores a preocuparse por descubrir un significado que les resulte nuevo. Momificar el lenguaje con las mismas palabras es como pasear el mismo número de veces por la misma pista atlética del mismo estadio: un desplazamiento circular y vacío. Y en esos espacios se va abriendo una zanja donde muchos hablantes fácilmente se entierran.
Tomemos solo a manera de ilustración unos casos sencillos: “La influencia que tienen los medios masivos de comunicación produce alteraciones en la conducta habitual de las personas”. Esta oración, aparte de redundante, es pesada. Hay sugerencias fáciles: “Los medios alteran la conducta”.
“Algunos animales siguen un patrón en el que no pueden progresar por sí mismos, sino que requieren de un apoyo externo”. Aquí, otra vez, acudimos a la lógica simple: si predomina totalmente una idea, su contraria desaparece. Si no progresa por sí mismo, pues es obvio que progresa por un factor externo. Si no es de día, pues es de noche; si no está arriba, pues está abajo; si no está mojado, pues está seco; si no está muerto, pues está vivo. ¡Si supieran la cantidad de obviedades que hallo todos los días en mi trabajo de corrección! Y basta decir: “Ciertos animales están impedidos para progresar por sí mismos”.
Otros casos: “Es importante que se pongan a la tarea de verificar”, cuando es más claro “es determinante que verifiquen” (el “importante” sigue siendo el comodín de la indigencia léxica). O “muchos estudiantes tuvieron la oportunidad en esta ocasión de visitar las instalaciones de la empresa para conocer su funcionamiento”. En esta oración, se desconoce si los estudiantes visitaron y conocieron una empresa. Solo se dice que “tuvieron la oportunidad”, pero no se sabe si la aprovecharon o no. Y tan fácil que es decir “muchos estudiantes visitaron la empresa y conocieron su funcionamiento”.
Enmarañar ideas es la manera más clara de distorsionar la comunicación.
Con vuestro permiso.
JAIRO VALDERRAMA V.
Profesor Facultad de Comunicación
Universidad de La Sabana
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