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César Rincón narra lucha contra la Hepatitis C, su 'faena más difícil'

El torero colombiano habla de cómo contrajo la enfermedad y de cómo logró superarla.

Lo que no pudo lograr nunca un toro de más de media tonelada contra César Rincón, el matador más grande de la historia de Colombia, sí lo consiguió un virus invisible, el de la hepatitis C. "No hay verónica, quite o desplante que puedan con él... cornea de verdad", dice. 
Con la serenidad que da el tiempo, ataviado con la corbata que desplazó poco a poco su traje de luces, se siente gratificado por haber remontado un mal que en el país afecta a más de 300 mil personas, la mayoría de ellas sin saberlo. "Si uno solo de los enfermos encuentra en mi caso un poco de ánimo para no desfallecer, me sentiré feliz", dice sonriente, pero con los ojos aguados.
 
¿Dónde se encontró con el virus de la hepatitis C?
En una transfusión. El 2 de noviembre de 1990, en una corrida en Palmira, un toro me enganchó y me rompió la arteria femoral y la vena safena en una pierna; sangraba a chorros y me la tuvieron que reemplazar. Parece que ahí me encontré con ese bicho.
¿En el 90? En ese momento no era tan famoso
Era una época muy difícil, yo no era tan conocido y tenía que trabajar. Para más señas, a los 20 días de esa cornada tan grave, el 8 de diciembre, ya estaba en la plaza de Quito. Recuerdo que me tocó torear con unas vendas en la pierna que, además, estaba muy hinchada. Pero de la tal hepatitis, nada. Ni idea.
¿Qué siguió después?
Con dificultad viajé a España. Cinco meses después, el 21 de mayo del 91, salí por la puerta grande de Las Ventas, en Madrid. Entenderá lo que eso significaba. Vinieron otros logros y la consecuencia lógica: cumplir con más de 100 corridas por año. No había tiempo para pensar en más. Ahí uno no sabe de qué sufre.
Eso es del toreo, pero ¿y la hepatitis?
Me sentía cansado. No podía con mi alma después de cada faena, los brazos me pesaban, solo pensaba en acostarme. La cosa era tan extraña que mi hermano tenía que desvestirme en los hoteles, la chaquetilla me pesaba demasiado. Cada día estaba peor, eso no era normal; tenía 24 años, y toreros incluso mayores no se cansaban tanto. Ahí decidí ir al médico. Encontraron mal el hígado y buscando llegaron al diagnóstico.
 
¿Y empezó el tratamiento?
No. Empezarlo era parar en el mejor momento de mi carrera. Aunque el hepatólogo me advirtió de los peligros, de la posibilidad de cirrosis, de cáncer y demás, la balanza me ponía el toreo o la vida. Tal vez nadie entienda, pero era mi cuarto de hora en este oficio tan difícil. Preferí el toreo.
Irresponsabilidad llamamos los médicos a eso. ¿Usted qué piensa?
Reconozco que con mi salud lo fui. Los síntomas crecían y crecían, yo no daba más; sin embargo toreaba y toreaba. Hasta que en el 99 me fundí. Volví al médico, me hicieron una biopsia del hígado, que entre otras cosas fue con un 'estoque' tan serio que me dolió más que cualquier cornada. El hígado estaba inflamado. No se podía esperar. Inicié el tratamiento y me retiré de las plazas. Fue muy duro.
¿En que consistía el tratamiento?
En la aplicación cada tres días de Interferón y en la toma diaria de antirretrovirales. Eso es como una quimioterapia, donde uno queda sin fuerzas, con vómito, con debilidades, insomnio, el pelo se cae, se pierde el apetito y, lo que es peor, se acompaña de unas bajas de ánimo tan fuertes que lo hacen desfallecer a uno. Era terrible, además incierto, porque cada mes el médico hacía exámenes y si no hay señas de mejoría, hay que continuar. Así estuve por un año y medio, hasta que se frenó el proceso en el hígado.
¿Qué pasaba por su cabeza en esa época?
Cuando uno está enfermo todo se ve distinto. Solo esperaba poder dormir tranquilo, afortunadamente me acompañaron mi familia y mis amigos del alma, sin su apoyo me hubiera derrumbado. La fama y el espectáculo pierden importancia. Solo quería alentarme. Afortunadamente eso se dio.
Pero la fama le hizo falta y volvió a los ruedos...
Eso fue poco a poco. Bueno, el día que el médico me informó que estaba bien, me enfrenté a una vaquilla. Estaba feliz. En el 2002 volví a las plazas y en el 2007 me retiré del todo.
¿Por qué hoy habla más de su mal que de sus vacas?
Porque quiero decirle a la gente que esta enfermedad se puede prevenir, que se puede tratar si se encuentra a tiempo y que si uno es perseverante con ella, siempre hay esperanzas. Creo que hoy las cosas son más fáciles. Solo quiero aportar un grano de esperanza a todos los que la tienen.
¿Algo más?
Sí, que enfrentarse a la hepatitis C es la faena más difícil que he tenido en mi vida. Es una corrida que todos debemos evitar y que, en mi caso, haría mal si la miro desde la barrera.
Abecé de la enfermedad
 
¿Qué es la hepatitis C?
Es una inflamación del hígado causada por un virus, la cual puede producir ictericia (coloración amarilla), fiebre y cirrosis.
¿Quiénes están en mayor riesgo de propagarla o contraerla?
Aquellos que comparten agujas para inyectarse drogas, y el personal de salud y urgencias, que están más expuestos a entrar en contacto con sangre contaminada con el virus.
¿Cuáles son los síntomas?
Dolor en el cuadrante superior derecho del abdomen, náuseas y vómitos, pérdida del apetito, coloración amarillenta de la piel (ictericia), prurito y fatiga.
Fuente: medline plus, enciclopedia médica de los institutos nacionales de salud de estados unidos.
CARLOS FRANCISCO FERNÁNDEZ
Asesor médico de EL TIEMPO
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