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Serranía de San Lucas, un oasis condenado a morir

Uno de los ecosistemas más ricos del país clama la creación de un parque nacional en la zona.

Javier Silva Herrera
La alerta llega desde el aire: Esteban Payán, director de la Fundación Panthera-Colombia, sobrevuela en una avioneta la Serranía de San Lucas y comprueba con estremecimiento lo que ya muchos le habían contado informalmente: este ecosistema estratégico del país está enfrentando diariamente una destrucción desbocada.
La minería ilegal, la tala y la colonización desordenada, entre otros flagelos, tienen a la serranía, por la que muchos han clamado protección desde los años 60, al borde el colapso definitivo. Este es un gran macizo de 6.750 kilómetros cuadrados cubierto por bosques tropicales y andinos; una formación geológica que está aislada de las cordilleras andinas y situada al sur de Bolívar, condición geográfica que, precisamente, la hace un oasis natural.
Para Proaves, fundación que hace esfuerzos por la conservación de las aves, la serranía es uno de los sitios más importantes del país desde el punto de vista biológico. Hace algunos años, la entidad hizo un estudio en la zona que identificó 374 especies de aves, una decena de ellas amenazadas de extinción. Además, detectó una gran cantidad de mamíferos vulnerables, como el oso de anteojos, y al menos cinco especies de monos. "Esta es el área menos conocida y más interesante para las aves y otros grupos, en Latinoamérica. Es lo más parecido a una isla de especies de flora y fauna desconocidas para la ciencia", explicó en su momento el informe de Proaves.
Payán, por su parte, dice que esta zona es trascendental para la creación del Corredor Jaguar, iniciativa que busca recuperar las rutas que usa este animal entre Centroamérica y Argentina para reproducirse. Sin la serranía salvaguardada, este intento quedará incompleto. Y Colombia, el país más biodiverso del mundo por kilómetro cuadrado, se convertiría en el principal obstáculo para la preservación del felino, un mamífero fundamental para el buen estado de las selvas tropicales, donde controla roedores y, de paso, las poblaciones de flora que sostienen los nacimientos de agua. Aquí hay, al menos, 90 jaguares, según cálculos de Panthera.
Hoy, la Serranía de San Lucas pierde bosques a ritmo récord. En 1995, mapas del Instituto Geográfico Agustín Codazzi mostraban 500.000 hectáreas de bosques intactos, uno de los más grandes fragmentos de los Andes, según el Instituto. La degradación ha destruido el 60 por ciento de ellos. De un millón de hectáreas de cobertura boscosa original, sobreviven menos de 120.000. De continuar este ritmo de deforestación, en ocho años no existirá ningún bloque de bosque continuo en la zona.
Perder un millón de hectáreas de bosques sobre la cuenca del río Magdalena resultaría una catástrofe. No sólo tendría efectos nefastos para el clima, sino que además incrementaría la vulnerabilidad de la región a las inundaciones.
Las consecuencias también serían incalculables para las comunidades que viven entre Yondó y Segovia (Antioquia), y Barranquilla (Atlántico), con efectos indirectos sobre el río Cauca, el río Nechí y los municipios de Santa Rosa del Sur, San Pablo, Cantagallo y Montecristo (Bolívar). Son aproximadamente un millón de personas en riesgo de quedar sin una fuente de abastecimiento de agua.
Pero, aun sin que ese diagnóstico se haya concretado, hay riesgos. En muchos sectores de los ríos Cauca y Magdalena, que atraviesan la zona, hay ausencia de poblaciones de peces por el vertimiento de químicos que se usan en la explotación minera. Allí se concentra una población de más de 40.000 mineros, la mayoría ilegales o informales, como efecto de las enormes reservas de oro, unas de las más grandes del hemisferio. Tanta es la fiebre minera, que algunas multinacionales, como la Anglo Gold Ashanti, han mostrado interés por lograr una licencia ambiental para hacer explotaciones a cielo abierto. Sin embargo, el trabajo de los pequeños mineros, sin tener el alcance de esas grandes empresas, es suficiente para crear una tragedia. Para sacar 17 toneladas de oro se generan 48 millones de residuos como gravas, arena y arcillas, y se usan 108 toneladas de mercurio que se botan en el suelo y en el agua, como ya ha ocurrido en la depresión momposina, La Mojana y el bajo Magdalena.
En San Lucas, 30.000 familias pobres talan los árboles para sacar madera (la venden o la usan como leña), sin que sobre la zona existan procesos para compensar esa destrucción. Hay ganadería extensiva y no hay manejo sobre suelos de alta sensibilidad ambiental.
"En los últimos años, el lugar ha sufrido una catástrofe: una combinación de factores críticos como la desprotección de recursos naturales, el descubrimiento de enormes depósitos de oro y la consecuente contaminación y tala para su extracción, la fumigación con glifosato para erradicar cultivos ilícitos y el desplazamiento forzado", dice una de las conclusiones del proyecto Evaluación de la Biodiversidad de los Andes (EBA) para Colombia. Payán dice que una de las propuestas para enfrentar la situación ambiental de la zona es precisamente retomar los intentos de conservación iniciados hace más de 50 años allí, para crear un parque nacional natural que blinde, al menos, una porción del ecosistema e impulse el desarrollo de las comunidades.
La idea ha sido promovida por el Ministerio de Ambiente, y se ha tratado con el Ministerio de Minas. Esta última cartera se comprometió a emitir un concepto previo del potencial minero de San Lucas, un paso que es obligatorio y requisito para la declaratoria, que busca hacer una zonificación para saber cuáles espacios se dejan para la explotación y cuáles para la conservación.
Sin embargo, ese concepto no es vinculante, y el Minambiente podría no tenerlo en cuenta para declarar un parque nacional, que mediría un poco más de 2.900 kilómetros cuadrados y sería el más importante de los que actualmente están en proceso de creación en el país, un esfuerzo que lidera Parques Nacionales Naturales.
"Una declaración de área protegida sería beneficiosa para todos los habitantes, pues sólo así se podrían asegurar el suministro de agua potable, la regulación de las lluvias (que se pierde con la tala), la temperatura regional y la oferta de aire limpio. Esto incluiría la creación de una reserva campesina de uso mixto y reservas regionales que amortigüen la zona protegida", explicó Payán.
Él no es el único que solicita un esfuerzo estatal para blindar la serranía. Para la organización BirdLife International, la conservación de esta parte de Colombia requiere "prioridad crítica".
También la apoyan la Fundación Palmarito, The Nature Conservancy, Conservación Internacional, el Fondo Mundial para la Naturaleza y Wild Life Conservation Society, al señalar que este es uno de los sitios más biodiversos -tiene muchas especies únicas que no se ven en otros lugares del mundo- pero, a la vez, uno de los más amenazados de América.
Javier Silva Herrera
Redacción Vida de Hoy
Javier Silva Herrera
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