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Desconectarse, el nuevo evangelio contra el exceso digital

En algunos países, la adicción a los dispositivos electrónicos y a los videojuegos comienza a ser un problema de salud pública.

En algunos países, la adicción a los dispositivos electrónicos y a los videojuegos comienza a ser un problema de salud pública.

Foto:123RF

Expertos y organizaciones llaman la atención sobre la necesidad de pausar el frenesí tecnológico.

El discurso de las bondades de la tecnología lo conocemos bien: internet y los dispositivos móviles abrieron puertas que hace medio siglo lucían inalcanzables, con acceso prácticamente ilimitado e instantáneo a la información, a nuestros contactos y al entretenimiento. Pero esta historia tiene un lado B, un universo paralelo en el que sus efectos secundarios empiezan a causar problemas y en el que han aparecido voces que promueven un nuevo evangelio: la desconexión.
El viernes, más de 40.000 personas en varios lugares del mundo participaron en The National Day of Unplugging (el día nacional de la desconexión) y aceptaron el reto de renunciar a cualquier dispositivo tecnológico durante 24 horas, para enfocarse en su vida ‘análoga’, como meditar o hacer deporte. Lo promovió Reboot, una organización que en el 2010 lanzó el ‘Shabbat Manifesto’, un decálogo con el que invita a los usuarios a tener un uso saludable de la tecnología mediante actividades como excursiones, charlas cara a cara con los seres queridos y el disfrute del silencio. Aunque The National Day of Unplugging es su recurso más visible, la idea de que las personas consigan reservar un tiempo sagrado para sí mismas, por fuera del mundo virtual, es una de sus luchas constantes y la promueven como una necesidad diaria o, al menos, semanal.
Tanya Schevitz, vocera de Reboot, le dijo a EL TIEMPO que el proyecto nació cuando se dieron cuenta de que “la gente ya no sabe cómo entablar conversaciones al azar en un café o una parada de bus porque su atención está siempre puesta en sus celulares. Nos hemos convertido en una sociedad que está conectada 24/7 y quisimos ayudar a las personas a retomar el control que la tecnología les estaba arrebatando”.
Este es el mismo principio de organizaciones como Digital Detox, que se dedica a promover retiros para que la gente se ‘desintoxique’ del bombardeo digital, con el lema ‘desconectarse es reconectarse’; el Programa Desconect@ en Barcelona o Time Well Spent, el colectivo que fundó el exempleado de Google Tristan Harris, quien, después de años trabajando para mantener conectada a la gente, hoy promueve la creación de aplicaciones que nos ayuden a limitar el uso de nuestros dispositivos electrónicos.
En la realidad de hoy, estos grupos cumplen una función parecida a la de los apóstoles: ofrecer soluciones al malestar espiritual del mundo. Según la consultora Flurry, en el mundo hay unos 300 millones de adictos a sus teléfonos celulares. Y siguen apareciendo trastornos que merecen el análisis de las ciencias médicas, como el ‘phantom pocket-vibration syndrome’ (síndrome del bolsillo vibrante), que lleva al usuario a revisar constantemente su teléfono ante la falsa sensación compulsiva de sentir que vibra, o el conocido Fomo (‘Fear Of Missing Out’ o miedo a perderse de algo), definido como la angustia que lleva a los usuarios a sentir que, al no estar conectados, están dejando de hacer parte de algo importante.
El propósito de mantenerse a salvo del caudal digital ha llegado incluso a la ley. Tal es el caso de Francia, donde este año entró en vigencia la norma que le da a la desconexión la categoría de derecho y prohíbe a las empresas exigirles a sus empleados estar al tanto de las notificaciones (por correo, chat o cualquier otro método digital) que se emitan por fuera de los horarios laborales.
En Alemania, algo similar pasó gracias a Volkswagen, que configuró sus servidores para no permitir que los correos electrónicos llegaran a sus empleados en el lapso transcurrido entre media hora después de terminar sus turnos y 30 minutos antes de comenzar la jornada. La decisión resultó tan positiva que el Ministerio de Trabajo promociona este modelo en las demás empresas del país, con el ánimo de mantener a salvo del estrés el tiempo libre y evitar el exceso de trabajo.
En esta época de hiperconexión y del continuo estado online, dice el psicólogo español Xavier Guix en su artículo ‘El deseo de desconectar’, algunos de nosotros hemos empezado a “buscarnos por un rato a nosotros mismos, a los nuestros, a lo que es verdaderamente auténtico, a lo natural más que lo artificial: la sustancia frente a la materia”.
Las palabras de Guix, como las de muchos de los defensores de la desconexión, dejan ver un enfoque naturalista, una especie de tendencia que promueve el regreso a lo básico, como se hace con lo orgánico sobre la comida chatarra. Tal vez por esta razón, buena parte de su discurso recurre a comparaciones con la alimentación y ha dado pie a conceptos como ‘infobesidad'’ (sobrecarga informativa) o ‘desintoxicación digital’.
De hecho, en conversación con este diario, Susan Moeller, directora del Centro Internacional para Medios de Comunicación y Asuntos Públicos de la Universidad de Maryland, comentó que entre sus estudiantes intenta promover la idea de llevar una ‘dieta digital’ saludable, con pausas y horas sin tecnología.
Ella dirigió el estudio ‘The World Unplugged’, que incluyó a 1.000 universitarios de los cinco continentes que se desconectaron durante 24 horas. La prueba arrojó datos alarmantes, como que más de la mitad de los jóvenes consideran a sus ‘smartphones’ parte de sus cuerpos y padecen una sensación de desprotección o depresión al no tenerlos cerca. “Está claro que una conexión descontrolada tiene un alto costo emocional”, asegura.
Los testimonios del experimento así lo demostraron. En el registro de las sensaciones que experimentaron los estudiantes en su día sin conexión pueden leerse cosas como: “me sentí casi discapacitado en mis habilidades para vivir”, “al desconectar el cable de internet de mi casa sentí como si apagara un sistema de soporte vital”, “me siento como un adicto a las drogas”, “interactué con mis padres más de lo normal”, “lo más importante que descubrí fue que, cuando te desconectas, comprendes la gran cantidad de actividades de calidad que puedes hacer”, y “pudimos volver a disfrutar los placeres sencillos de la vida”.

El componente persuasivo

¿En qué momento comenzamos a necesitar de organizaciones y normas para desconectarnos? El filósofo español Daniel Innerarity escribió un ensayo que publicó el diario ‘El País’ de España en el que explica que la explosión de las redes sociales y las herramientas móviles traen consigo “una imposición de disponibilidad continua” atada a la inmediatez. Y sobre ella se está dibujando otra realidad de la que habla el psicólogo uruguayo Roberto Balaguer, quien sostiene que empezamos a tener problemas cuando permitimos que lo digital se asentara en casi todos los terrenos de nuestras vidas.
Según él, esto se traduce en que un celular o un computador ya no son simplemente un celular o un computador, sino un GPS, un reloj despertador, un buscador de pareja, una cámara, un organizador de tareas, una libreta de apuntes, un libro... Asegura Balaguer que hoy los dispositivos “dan amparo y divertimento, y mientras más roles puedan cumplir mayor es la dependencia que pueden causar”.
El analista de medios Omar Rincón atribuye parte del exceso de conexión a una sed histórica de la gente por expresarse: “La tecnología ha llenado el vacío de poder publicar lo que pensamos y hacemos. Antes éramos solo audiencia y hoy sentimos que podemos ser emisores también. Por eso hay un estallido de expresividad. Si opinamos con calidad o no, ese es otro tema, pero estamos en este ‘boom’ porque nunca habíamos podido hablar, y ahora, por primera vez, podemos hacer parte del espacio público. Para eso, es necesario conectarse”.
La revista ‘The Atlantic’ le preguntó a Tristan Harris, fundador de Time Well Spent y uno de los voceros más notables de la desconexión, por qué esta es necesaria. Él respondió que la mayoría de las empresas que dominan el plano digital, como Facebook, Instagram, Twitter y Google, obtienen sus ingresos de la publicidad y, en consecuencia, diseñan sus productos para mantenernos frente a la pantalla. “Estos servicios –afirma– están en competencia por nuestro tiempo y buscan arrebatarle minutos a nuestro sueño o a nuestros seres queridos”.
Harris enfatiza que se trata de una guerra y que el diseño de los productos de estas empresas tiene un fuerte componente de psicología persuasiva –él mismo, antes de trabajar en Google, formó parte del laboratorio de tecnología persuasiva de Stanford– y explotan el sistema de recompensas del cerebro: un ‘like’, un retuit, un ‘mention’ , un ‘tag’ en una foto están pensados para liberar dopaminas en los usuarios y por eso, en ciertos casos, los usuarios los buscan compulsivamente. En ese sentido, una de las líneas en la que Time Will Spent más trabaja es en lograr que las empresas sean más éticas a la hora de lanzar sus herramientas y que sirvan para mejorar la vida de los usuarios. Por eso, uno de sus proyectos consiste en crear un certificado para las empresas desarrolladoras de ‘software’ que trabajen con estos valores en mente, algo parecido al sello orgánico de los alimentos.
(Además: Una app que lo ayuda a no distraerse con su celular en #ViernesDeApps)

Balance, la clave

Para Susan Moeller, la hiperconexión que padecemos no significa que estemos en un permanente estado de hipnosis en el que no tenemos consciencia de lo que pasa alrededor. “Después de los experimentos que hemos hecho –dice–, los jóvenes se dan cuenta de qué está bien y qué anda mal en la manera en que usan la tecnología. Los usuarios son capaces de sentir el exceso y al desconectarse pueden ver con claridad de qué se están perdiendo. Ese es un buen comienzo”.
Algo que tienen en común todos estos movimientos de lucha por espacios libres de conexión es que no desconocen los beneficios que la tecnología puede entregar y en ese sentido no son radicales, no promueven una desconexión total. Su mensaje, más bien, se enfoca en hacerle saber al usuario que está en capacidad de encontrar su propio ritmo.
“No estamos hablando solo de jóvenes nativos digitales –afirma Tanya Schevitz–. En algunas conversaciones que he tenido con niños y adolescentes, muchos cuentan que les parece normal estar todo el tiempo mirando la pantalla de sus dispositivos porque sus padres hacen lo mismo, lo que en ciertos casos puede hacernos pensar que la desatención de los adultos está invitando a una mayor conexión en los más pequeños”.
Algo que está claro es que el auge de la conexión continuará, sobre todo en estos años en los que el internet de las cosas promete nuevos dispositivos para llevar a otro nivel todas nuestras actividades. No es que los promotores de la desconexión lo vean como el apocalipsis. Lo que buscan es que cuando eso ocurra, los usuarios tengan escudos para protegerse.

En busca de una desintoxicación

La ‘desintoxicación digital’ es un término que se está volviendo común en países como Estados Unidos, Corea del Sur o Japón, donde la adicción a los dispositivos electrónicos y a los videojuegos comienza a ser un problema de salud pública. Generalmente, este tipo de ‘tratamiento’, que no siempre responde a una patología sino también al deseo de descansar del bombardeo digital, es ofrecido por centros especializados que organizan retiros a ambientes naturales acompañados de charlas sobre la importancia de la socialización y el contacto personal con los seres queridos.
En Japón, por ejemplo, el psiquiatra Takashi Sumioka, especialista en el tratamiento de la adicción a internet, creó un método en el que el adicto debe llenar un diario por seis meses en los que estará sometido a la desconexión total para, en cada caso, ir identificando cuál debe ser la prioridad por atacar en el paciente.
Para casos menos extremos, en la onda de tener un uso saludable, expertos recomiendan estar al menos tres horas al día lejos del teléfono celular, lo mismo que destinar un día semanalmente a estar desconectado, desactivar las notificaciones al llegar a casa y no mirar el teléfono cuando es la hora de comer. Es conveniente que todas estas determinaciones se conviertan en un pacto con las personas que nos rodean para que el trabajo de grupo refuerce al individual.
Diego Alarcón
Redacción Domingo
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